Acabamos nuestra prédica de la semana pasada con esta frase: peor, imposible, refiriéndonos al bochinche catalán. Pero como decía mi amigo gallego, todo es empeorable, y ahora tenemos en el suelo, derrumbada con estrépito, la torre humana de la unidad independentista que ha gobernado Catalunya desde mayo de 2021. Ni dos años ha durado el ensueño del quimérico objetivo común, ese tótem mágico del Estado independiente de Catalunya. Un disparate todo el proceso, rematado con esa traca final del voto de la militancia. Un desenlace ridículo, pelea a garrotazos entre fundamentalistas y pactistas, todos agitados por la cachiporra del bien aposentado vecino de Waterloo.
Qué bárbaros estos hooligans irredentos, menos de tres mil votos, a los que seguro que ya en tiempos de la convergente era Pujol les importaba un celemín la corrupción pantagruélica de toda la dinastía, a Corleone nos suena el apellido de la larga familia, que ahora han trasladado sus veneraciones a la señora Borrás, expulsada de sus cargos por (presuntamente) repartir sacas de dinero –público, naturalmente- entre amiguetes y correligionarios. Ya recuerdan ustedes la famosa frase, más o menos textual: son unos sinvergüenzas, pero son nuestros sinvergüenzas. De aquella poderosa Convergència de millones de votos, que obligaba al fatuo Aznar a hablar en catalán en privado, hasta la miseria actual, convertidos todos ellos, banqueros y empresarios de postín, en descamisados miembros de la CUP. Una risa.
Pero ustedes ya saben que todo el fin de semana los ubérrimos y numerosísimos columnistas han escrito resmas de páginas sobre Junts y Esquerra. Hartos están de leer Aragonès o Turull. Pero al Ojo, para ser sinceros, le interesan más las relaciones que ha habido, hay y habrá entre el Govern y el Gobierno, entre Madrid y Barcelona, entre Moncloa y el Palau. Los años se suceden como semanas y ya nadie recuerda –memoria de pez es poco- lo que ocurría en uno y otro sitio hace apenas cinco o seis años, que a todos nos parecen cosas de varias décadas atrás. Y no.
En Madrid, por ejemplo, todo ha transcurrido a una velocidad vertiginosa desde aquella tragedia de la inoperancia del PP, la paralización culposa de Mariano Rajoy, la impericia manifiesta de Soraya Sáenz de Santamaría, la vergonzosa y culpable actuación delictiva de la policía patriótica. Junto a aquella corrupción rampante que acabó con el Gobierno, el llamado problema catalán se fue enquistando sin que el PP supiera qué hacer frente a una situación cada vez más compleja y en constante combustión. Llegó el 1 de octubre de 2017 y aquel descalzaperros acabó como era lógico: en el horror del 155 y otras barbaridades, superados unos y otros –Gobierno y Govern- por la incompetencia o la locura. Y unas relaciones feas, antipáticas, desagradables, entre catalanistas y españolistas. Un ambiente fétido.
¿Qué ha pasado desde entonces, justo desde que gobierna Pedro Sánchez? Hay que ser muy jenízaro y fanático para negar que el ambiente ha dado un giro de 180 grados. Que la ira se ha atemperado lo suficiente para que las relaciones entre los ciudadanos sea civilizada y tolerante. Cierto que en La Moncloa tuvieron que aguantar carros y carretas, incluidas las insultantes ocurrencias de aquel bendito Quim Torras, la historia le guarde en sus amplias mazmorras, pero al final se logró que tras aquellas turbulencias que amenazaban tsunamis continuos, el mar se aquietara lo suficiente para celebrar en absoluta paz y tranquilidad unas elecciones democráticas, con urnas de verdad y sin porras de por medio, en las que los catalanes eligieron libremente a sus representantes, como siempre había ocurrido hasta aquellos años de los gobernantes incapaces. De la guerra a sable al diálogo, difícil, claro, pero diálogo. De los cañones y la guerra sucia del PP a la política de verdad, a la del diálogo y la negociación. ¿Les parece poco?
Y ese es, justamente, el panorama que no quieren los extremistas partidarios del cuanto peor, mejor. Poca explicación requiere la actitud de quienes han dado la patada al Govern para instalarse extramuros. Ellos sabrán. Pero es la misma política que siguen las huestes de Núñez Feijóo, boicoteando, con sus declaraciones y los argumentarios a los medios que comen en sus pesebres, con las acostumbradas acusaciones de romper España al gobierno de Sánchez. Cuando no aparece la reina del vermú, esa lenguaraz Isabel Díaz Ayuso, tan desahogada como para ir a Barcelona a vocear que el 155 fue poca cosa, que más tiempo y más duro es el jarabe que necesitaban los catalanes. ¿Quizá también el potro, los látigos de siete colas, los aplasta pulgares? Y no está sola, que cuenta, cuando menos, con el apoyo de Cayetana Álvarez de Toledo, la candidata del PP que logró hundir a su partido hasta la mayor de las irrelevancias: ¡una diputada!
¿Y Junts? Pues ahí están, a la intemperie. Hay quien cree que Puigdemont acaricia la idea de que Feijóo gane las generales y gobierne con Vox. Entonces ellos, los puros, los independentistas de verdad, volverán a la guerra abierta contra Madrid, viva la rebelión y la república de Cataluña, ganando para su partido, tenga el nombre que tenga, los votos de los catalanes de pro, en detrimento de ERC, aquellos pactistas que pagarán su culpa los traidores, como en la canción, bien que en otro contexto muy distinto, de Pablo Milanés.
Por lo pronto, ERC sigue gobernando y Aragonès ha rehecho el Govern con algunas personalidades más cerca que lejos de los socialistas. Veremos qué pasa con el PSC, pero Sánchez no debe tener dudas: hay otra oportunidad para ahondar en el diálogo entre ambos partidos. Todavía hay tiempo para profundizar y trabajar en una solución viable para el llamado problema catalán. Ahora es el momento. Negocien y acuerden, hasta lograr que Puigdemont y Borrás cristalicen en inútiles estatuas de sal con sus delirios.
Adenda: No duda el Ojo en adjudicar el muy insigne título de Canalla de la Semana al vicepresidente y consejero de Educación de la Comunidad de Madrid, Enrique Ossorio, el mismo que no veía pobres en Madrid, que ha dicho, tipo indigno, que las familias de los fallecidos por Covid en las residencias madrileñas, 7.291 ancianos, aquella vergüenza de Díaz Ayuso, “ya lo han superado”.
Adenda segunda: Se puede ser un mamarracho, y al tiempo, peligroso dirigente de Vox. No hay más que ver su aquelarre del fin de semana. Coros y Danzas, el bombero torero y Trump, todos juntos. Un logro.
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