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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Hacerse vegano en la madurez

Madurez

Lucía Arana

Los prejuicios que acompañan al veganismo son muchos y muy variados. Desde que solo comemos lechuga hasta que vamos a morir por déficit de proteínas, pasando por que es una moda pasajera, propia de millenials alejados del mundo real.

Sin embargo, abrir los ojos no tiene edad, y hay decisiones que se toman mucho mejor cuando una ya se conoce de memoria, por dentro y por fuera. Cuando la lista de prioridades empieza a estar muy clara.

Hay resoluciones que, cuando se toman rondando la sesentena, ya no tienen marcha atrás. Hoy os contamos los testimonios de algunas personas que han decidido, en plena madurez, dejar a los animales fuera del menú.

¿Qué les llevó a ello? ¿Cómo ha cambiado sus vidas? ¿Qué ha sido lo más difícil? ¿Y lo más satisfactorio? Sofía, Rosa y Sebastián nos cuentan, en primera persona, cómo viven esta nueva etapa.

Sofía Meler, escritora, 63 años. Lleva 5 siendo vegana

S“No puedes decir que te encantan los animales y luego someterlos a esa esclavitud perversa que es la industria”.

Por una serie de circunstancias yo empecé a usar las redes sociales, cosa que antes nunca me había planteado, y allí, a través de las cosas que mi hija compartía, conocí la realidad de la industria alimentaria.

Aquello me horrorizó, hasta el punto de no poder quitármelo de la cabeza, me acostaba por las noches y no conseguía olvidar las imágenes que había visto. Empecé a darle vueltas y decidí que no quería formar parte de esa cadena.

La decisión ha afectado a mi vida muy positivamente. No sólo siento que vivo con arreglo a mis principios, además es cierto que me siento mejor en general. Y será por mi alimentación, o por otros motivos, pero la realidad es que mi salud es muy buena.

Socialmente, quizá por mi edad, me miran un poco como si se me hubiese ido la pinza. A veces, cuando explico por qué he tomado esta decisión, me dicen que si te pones a pensar todas esas cosas no puedes vivir. Yo suelo responder que el problema es que yo no podría vivir si no pensase todas esas cosas.

El sistema es inviable, estamos destruyendo este mundo, y no solamente por la carga que supone una alimentación tal como está planteada actualmente. O se toman decisiones drásticas, o esto no tiene marcha atrás. Personalmente soy poco optimista al respecto, pero cualquier medida que se tome pasa por volver a un consumo más racional de los recursos y para ello es determinante un cambio en la alimentación del ser humano.

Lo más satisfactorio es, para mí, poder mirar a los animales con total honestidad. No puedes decir que te encantan y luego someterlos a esa esclavitud perversa que es la industria. Es una cuestión de honestidad y, cuando uno es honesto consigo mismo, es más fácil vivir.

El ser humano ha alcanzado un estadio de bienestar que le permite empatizar con el dolor ajeno. Cuando debíamos invertir todas nuestras fuerzas en mantenernos vivos esa empatía no era viable, éramos nosotros o ellos. Ahora estamos muy lejos de esa situación y aunque el ser humano es capaz de lo peor, también tiene la facultad de ponerse en el lugar del otro y ya no caben coartadas de ningún tipo.

Por primera vez podemos elegir y es evidente que mucha gente ya lo ha hecho. A aquellos de mi generación que estén pensando en probarlo les diría que no lo duden, que lo hagan de una vez. Aunque solamente sea porque su cuerpo se lo agradecerá.

Rosa de Francisco, ejecutiva pre-jubilada, 63 años. Lleva 8 siendo vegana

“Lo mejor es poder reunirme con toda mi familia cercana, marido, hijos y nietos, que cada uno a su tiempo han llegado al veganismo”.

A los cincuenta y dos años, en Corea, me invitaron a comer perro. Cuando vi sus costillas, las vi tan parecidas a las de un lechal que en ese momento decidí no volver a comer carne, y me hice ovolactovegetariana.

Mi hija me ayudó luego a dar el paso al veganismo. Racionalmente, me convenció un conocido vídeo de Gary Yourofsky. No pude terminar de consumir los productos de origen animal que tenía en casa.

La prioridad para tomar la decisión fue, en primer lugar, la empatía hacia los animales. Luego, a partes iguales, salud y medio ambiente.

En ese instante empecé a identificarme con cada momento de la vida de cada uno de los animales, a sentir su miedo, su sufrimiento. El dolor de los que están condenados por el mero hecho de haber nacido de otra especie.

Lo más complicado de ser vegana es, por un lado, tener que convivir y moverse en un mundo no vegano. Pero tampoco es tan difícil cuando se aprende cómo. Por el otro, la impotencia de ser testigo del enorme sufrimiento de tantos animales sin poder evitarlo o aliviarlo.

Respecto a mi entorno, mi familia cercana - marido, hijos y nietos - reaccionó muy bien. De hecho todos son veganos. En cuanto a la menos cercana, algunos han aprendido a respetar nuestra opción de vida. Los que no lo han sabido, o no lo han querido hacer, se han ido alejando.

A pesar de lo que pueda parecer, el veganismo no es una moda, es una opción de vida que por una razón u otra, afortunadamente, se está volviendo tendencia.

A todos aquellos de mi generación que se lo estén planteando, les diría que se decidan a dar el paso. Que es más fácil y satisfactorio de lo que puede parecer a primera vista.

Sebastián López, biólogo, 61 años. Lleva 3 siendo vegano

“Si tuviera que poner un pero a haberme hecho vegano con más de 50 años, es la pena por no haberlo hecho antes”.

En 2010 empecé a colaborar como voluntario en un refugio de perros abandonados. El trabajo directo con los animales me llevó a ampliar mi formación y me documenté desde todos los ámbitos, incluido el ético, por lo que me convertí en un devorador de libros, relacionados al principio con la etología, biología y evolución, y poco a poco con textos sobre defensa animal.

En esta avidez me topé con la película Earthlings (Terrícolas) que me dejó en estado de shock y fue el clic que necesitaba para dejar de participar en tanta explotación, empezando por la alimentación.

Más tarde, el libro de Jonathan Safran Foer Comer Animales acabó afianzando la decisión.

El cambio vital no es tanto en cuanto al ritmo de vida diaria o de los productos que consumes, sino de la perspectiva que adquieres sobre la relación con los animales. Es un cambio brutal que debes aprender a gestionar, pues millones de situaciones que antes te pasaban desapercibidas ahora se muestran de forma evidente.

Una consecuencia es que decidí adoptar una actitud proactiva y me he convertido en activista, lo cual sí que ha marcado fuertemente mi vida, ya que todo el tiempo libre lo dedico a trabajar por el cambio en la relación con los demás animales desde una organización de protección animal.

Lo más complicado de hacerse vegano es, sin duda, la aceptación social. En un entorno en el que el 99% de la población es omnívora, todavía te siguen mirando como una rareza.

Es verdad que ya no es tanto motivo de chanza, cosa que antes era una constante en el cine, la televisión o la publicidad. Normalizar el veganismo es una de las tareas pendientes de los que luchamos por un futuro sin explotación animal.

Lo más satisfactorio, por otro lado, es intentar que nuestras acciones causen el menor daño a los animales. Sabemos que conseguir esto en un mundo tan globalizado y mecanizado es imposible al 100% (la utilización indirecta u oculta de productos de origen animal es casi infinita y además, con nuestros impuestos, pagamos subvenciones a muchas actividades económicas como la ganadería que no podemos controlar), pero en tanto avanzamos a ese objetivo estamos contentos de producir el menor mal posible.

Sentirse no partícipe ya es suficiente, pero comprobar que existen muchas otras alternativas exentas de crueldad, más saludables y sostenibles, te da mucha satisfacción.

En cuanto a nuestro entorno social y familiar, al principio reaccionaron con desconcierto, después con aceptación y poco a poco con comprensión. Intentan ayudar, aunque a veces nos sentimos un poco marginados en ciertas celebraciones donde los animales son los protagonistas de la mesa.

En algunos casos ha supuesto un distanciamiento, pero lo vamos solventando poco a poco. La mayoría de nosotros no hemos nacido veganos y hay que ser respetuosos con las personas que empiezan a preguntarse por lo que estamos haciendo con los animales, aunque aún no abracen el veganismo.

A aquellos de mi generación que se lo estén planteando les diría que la edad para empezar a ser vegano es indiferente. Las dudas en cuanto a salud ya están resueltas sobradamente por los expertos en medicina y nutrición.

Si tuviera que poner un pero a haberme hecho vegano con más de 50 años, es la pena por no haberlo hecho antes. Por no haberme dado cuenta con muchos más años por delante para salvar a muchos más animales.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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