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Puede que solo un paréntesis

José Miguel Galarza

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El CD Tenerife tomó resuello en Gijón cuando los birrias de corazón nos agarrábamos a la simple fe y los del “cuanto peor, mejor” afilaban la lengua sin miedo al envenenamiento. A uno, la fe le alcanzaba para poco si se asomaba al balcón de las redes sociales, esa enorme barra de bar que ha permitido el encuentro orgásmico entre los opinólogos profesionales y la legión de ofendiditos por todo, soldados del “a mí no me engañas”.

Así que al volver al mundo terrenal te asomaban las dudas. Dudas por la inexperiencia de Sesé Rivero en la conducción de un grupo de profesionales, dudas por la respuesta de los futbolistas en Gijón y desconocimiento, otra vez, por la ausencia de una portavocía en el tinerfeñismo, inexistente desde el añorado tiempo en el que Tomás Pacheco ponía cara y verbo a la opinión del club.

Las dudas, fútbol es fútbol, se resolvieron por los detalles que pueden a la globalidad de los números, el caché y los sistemas. Aquí el VAR y un penalti, allí ese Suso que nunca falla y luego la descarga de saberse tanto o mejor que un rival en inferioridad.

Y por el camino, más detalles. La apuesta ciega por Javi Alonso, el debut de Elliot —inimaginable para los que lo vimos jugar un sábado atrás en el frío del Tenerife B-Güímar— y el banquillo de otro Jorge canterano. Decisiones todas, supongo, de quien se sabe provisionalísimo y tiene nada que perder después de media vida señalado por los todólogos del fútbol insular y el periodismo entendido: “a mí no me engañas”.

Nunca renunciaré a lo bueno que esté por venirle al Tenerife, pero sigo arrimado a la identidad que tuvo este club fuera de la década gloriosa del siglo pasado. La de mi primer recuerdo en el Heliodoro con la figura imperial de Molina (¡413 partidos, no lo olviden, de blanquiazul!). La de Quique Medina, titularísimo a los 17 años. O la de Ricardo León —sordo a las redes y sordo a los unga-unga—siguiendo la estela de clase de Jorge Fernández. Además de los tres puntos, lo bueno de este 22 de noviembre es saber que hay vida fuera de los algoritmos y un espacio para gente de eso que se llama la casa. Puede que solo un paréntesis, pero bendito sea.

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