La balsa de piedra

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José Saramago fabuló, en su novela La balsa de piedra, una gran isla originada después de que la que la Península Ibérica se desprendiese del continente europeo y emprendiese un viaje imaginario por el Atlántico hacia América del Sur. Fue esta, sin duda, una reflexión sobre la desconexión de los países del sur, de España y Portugal, en una Europa ajena y distante. Saramago imaginó un único país nacido de la unión de su país natal y del nuestro.

Decía el escritor sobre esta obra suya que estos dos países “comparten una cultura que no es rigurosamente europea (…) y deberían hacer un gran esfuerzo de entendimiento mutuo para resistir a las presiones de la cultura europea”.

Pues bien, probablemente, el Nobel portugués, lanzaroteño de adopción, estaría hoy dibujando una nueva fábula en la que la Península Ibérica regresa al continente europeo tras conocer el resultado del reciente Consejo Europeo en el que España y Portugal han logrado algo más que un acuerdo energético histórico en el seno de la Unión, un reconocimiento a nuestra realidad y al peso que ahora tienen España y Portugal en el nuevo contexto postCOVID y tras la invasión de Putin a Ucrania.

La “excepción ibérica” que logró este viernes el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, con su homólogo portugués, António Costa, tras diez horas de intenso debate y de firme resistencia a las fuertes presiones lideradas por Alemania y Países Bajos permitirá mitigar el impacto de los precios de la energía. El concepto de Península como “isla energética” por su baja interconexión ha sido comprendido y reconocido por Europa, algo que hoy nos acerca más a un continente que admite tal singularidad. Pero como he dicho, es algo más. Es el reconocimiento a unas singularidades que desde ahora -así funciona la UE- estará presente en cada negociación, en cada acuerdo, en cada paso en la construcción de la nueva Europa. Significa haber logrado el peso y el respeto que estratégicamente corresponden a España y Portugal y el hecho cierto de que el resto de los países de la UE son conscientes de que en el nuevo tablero geopolítico somos necesarios; somos un socio leal que se ha ganado la confianza a base de liderar un innegable compromiso europeísta.

No sabemos si, como en el realismo mágico, la balsa de piedra de Saramago ha influido en el imaginario que ha llevado a reconocer la “isla energética” de España y Portugal, pero sí que estamos seguros de que el genio portugués con corazón isleño hoy estaría abriendo su cuaderno.

La Europa periférica, esa “isla de piedra”, cambia el rumbo de su viaje y regresa a su lugar. Esta metáfora representa, también, un cambio en las relaciones, donde el mensaje político -y también humano- de la novela de Saramago cobra plena vigencia.

Gustavo A. Matos Expósito

Presidente del Parlamento de Canarias

Vicepresidente de CALRE

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