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Tesis

Gustavo Matos

El trumpismo ha llegado a España. O quizá ya existía desde hace tiempo pero no teníamos un nombre apropiado para describir lo que suele hacer una parte de la derecha ideológica y mediática de este país cuando gobierna la izquierda. Lo vimos durante los atentados del 11 de marzo y su versión sobre lo que ocurrió y sobre la victoria electoral de Zapatero, pero la estamos viviendo con una rabia e intensidad brutal en estos primeros cien días del gobierno de Pedro Sánchez. Una parte de la derecha de este país se siente ilegítimamente usurpada del poder. Existe un tic que se arraiga en el adn de la derechona ibérica según el cual España y el poder les pertenece por Derecho natural y por tanto, cuando gobierna la izquierda, el PSOE, se da una situación ilegitima. Si eso es así cuando se ganan elecciones imaginen lo que piensan ahora que el gobierno ha cambiado por una moción de censura.

Durante el mandato de Barak Obama la ultraderecha norteamericana, furiosa por la victoria de un demócrata de raza negra, comenzó una despiadada caza del presidente. Esa cacería no tuvo límites ni éticos ni morales. Toda valía con tal de abatir al primer presidente afroamericano de la historia de Estados Unidos. Esta cacería alcanzó su auge en relación con las dudas sobre el lugar de nacimiento de Obama. Como sabemos, para poder ser presidente de los Estados Unidos se exige el requisito de haber nacido en el país. La ultraderecha norteamericana con toda su artillería mediática inició una campaña, a la que se sumó alegremente Donald Trump, para poner en duda que Obama hubiera nacido en Estados Unidos, y afirmar que realmente el presidente había nacido en Kenia. El acoso fue tal, y la difamación y la campaña tan despiadada y llena de mentiras, que Obama y la Casa Blanca terminaron por hacer público el certificado de nacimiento del presidente. Lo hizo en abril de 2011. No quedaron dudas de que se trataba de una campaña mezquina y de cacería hacia Obama. No había nacido en Kenia, sino en Estados Unidos. Pero al trumpismo y a los creadores de las fake news, es decir de mentir como bellacos a sabiendas de que lo hacían, les daba igual el certificado de nacimiento, les importaba un pito la verdad. Y aún hoy esa ultraderecha norteamericana sigue creyendo que Obama no nació en su país. No fue hasta el 2016 en el que el propio Trump, con la boca pequeña dejó de poner en duda el lugar de nacimiento de Obama. Ahora el modelo se ha exportado a nuestro país.

A la derechona patria, social, mediática y política por la que están peleando Rivera y Casado por ver quien la representa mejor, les importa un pito si la tesis doctoral de Pedro Sánchez está o no publicada, si la hizo o no de manera correcta, si tiene o no calidad, etc. Empezaron negando su existencia y terminarán por decir que no les gusta la encuadernación. Cada exigencia de transparencia que se cumple sobre la tesis doctoral de Sánchez coloca el nivel del trumpismo cañí en el siguiente escalafón. Les da igual, porque el trumpismo español no busca la verdad, busca extender el odio y la furia contra quien representa un cambio político en España y parar su propia sangría electoral. El nivel de cinismo es tal que los mismos que durante años justificaron a un presidente que mandó mensajes de ánimo a un tesorero corrupto, la destrucción de ordenadores a martillazos para ocultar pruebas, un presidente que mintió en sede judicial, que se pagara la reforma de la sede del PP con dinero negro, las comparecencias por plasma, los correas, los González, los bigotes, los zaplanas y los camps, ahora cuando el listón ético y moral lo ha colocado el presidente Sánchez a la altura de la sociedad a la que se pretende representar, ahora esos mismos exigen lo que ni ellos mismos han sido capaces de cumplir. Un Casado que está siendo investigado por su máster, que nos tomó a todos el pelo con sus estudios en Aravaca, un portavoz del PP lanza aceitunas que ha mantenido oculta su tesis doctoral mientras fustigaba al presidente por la suya, o un Rivera que posee un curriculum modalidad Benjamin Buton que va decreciendo con los años.

Pero si paramos un poco el ruido furioso del trumpismo español, podemos darnos cuenta de que la batalla ética ya la han perdido antes de empezar. Puede que amarren así a una parte más ultra de su espectro electoral, pero han perdido el debate. Este gobierno ha cesado a dos ministros en menos de cien días por cuestiones que hasta ahora quedaban por encima del nivel de tolerancia a los comportamientos que se les exigían a los representantes públicos. Hasta hace muy poco observábamos con envidia democrática las dimisiones que otros países de nuestro entorno se producían por plagiar un trabajo o por cargar al erario público la comida de la mascota. Pedro Sánchez cuya llegada a la presidencia se fraguó por la resistencia del PP a permanecer sin hacer nada en la pestilencia de la Gurtel, y por la necesidad de abrir una nueva etapa política de regeneración en España, ha conseguido que hoy el listón moral se haya elevado. Hoy debatimos sobre lo ético de falsear un curriculum, hasta hace no mucho lo hacíamos sobre encontrar un jaguar en el garaje, encargar trajes a medida o inflar las facturas sobre la visita oficial del Papa a España. Pedro Sánchez y la ética pública que ha impuesto ya ha ganado.

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