El asesino de la palmera Saray González asistió a un festival de cómic y se disfrazó días después de matarla

El asesino de Saray González, Alberto M.P., en la sesión del juicio de este martes. Foto: EFE

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Las Palmas de Gran Canaria —

Policías que siguieron al joven que mató a la universitaria palmera Saray González, su vecina, por decirle que hacía mucho ruido han asegurado este martes que el chico salía con amigos “como uno más”, frente a las tesis de su defensa de que era tan tímido que buscaba en la realidad virtual la vida social que no tenía.

De hecho, agentes que le vigilaban comprobaron cómo solo unos días después del homicidio, ocurrido en octubre de 2015 en Las Palmas de Gran Canaria, “fue con varios amigos al Festival Manga”, un encuentro de aficionados al cómic japonés donde se hizo fotos, jugó en el ordenador y se disfrazó al igual que muchos otros de los asistentes.

Interrogados algunos de sus conocidos, estos, además, “decían que, quizá, era un poco introvertido, pero que cuando lo conocías era muy afable, simpático”, ha relatado al prestar testimonio en la segunda jornada del juicio contra Alberto M.P. un policía nacional que en la época del suceso era segundo de la jefa del Grupo de Homicidios del cuerpo en la provincia de Las Palmas.

Su declaración y la de otros agentes que han comparecido hoy ante el tribunal jurado que ha de juzgar al joven afirmando que si tenía amistades contradice el planteamiento de su abogada defensora, que sostuvo ayer que el encausado actuó influido por una adicción a los videojuegos y por una personalidad introvertida que le llevaron a confundir las luchas que libraba en la pantalla y la vida real.

Hasta el punto de que “se creía que estaba en un mundo paralelo” cuando propinó a su víctima más de una decena de golpes en la cabeza con una cizalla que provocaron su muerte, según la letrada.

Sin embargo, tanto la jefa del Grupo de Homicidios como su entonces segundo han expuesto que otra prueba de que lo cierto es que sí que tenía relaciones en la vida real es que dejó una mochila con el arma del crimen y ropas ensangrentadas que quería que no fueran encontradas a un amigo que inicialmente defendió su inocencia y acusó a los agentes de “querer cargarle el muerto”.

Tal era el compañerismo entre ambos que cuando Alberto M.P. le llevó la mochila, que le pidió guardar en su casa asegurándole que contenía solo prendas de vestir que no tenía ganas de llevar a su domicilio porque le agobiaba la presión de los periodistas que solían estar a la puerta aquellos días, le invitó a quedarse a dormir en su hogar para que estuviera más tranquilo, han dicho.

En una sesión en que han comparecido como testigos casi veinte agentes de la Policía Nacional que acudieron al lugar del suceso el día en que se produjo o trabajaron en su investigación luego, se han repetido además las declaraciones que inciden en que el acusado, que confesó el homicidio pero diciendo que estaba trastornado y no sabía lo que hacía, actuó fríamente y sin mostrar empatía por su víctima.

Tanto es así que, cuando finalmente confesó la autoría de los hechos en comisaría al decirle que la versión de lo ocurrido que había contado no era creíble e incurría en distintas contradicciones, “nos llamó la atención que pidió perdón por no haberlo dicho antes, pero no dio muestras de que sintiera haberla matado”, ha subrayado la jefa del Grupo de Homicidios.

La misma circunstancia fue destacada por uno de los funcionarios que interrogó al joven el día de su detención, que, al rememorar el momento en que admitió su culpabilidad, ha indicado: “Fue curioso que nos pidió perdón a nosotros por habernos hecho trabajar tantos días”, pero, sin embargo, “no nos hizo ningún comentario de arrepentimiento”.

Ese agente ha rebatido, al tiempo, la versión de la defensa de que Alberto M.P. se confesó homicida por iniciativa propia movido por el remordimiento, planteando que solo reconoció lo que había hecho cuando la Policía Nacional, convencida de que “era el principal sospechoso” de la muerte, le dio a entender que se sabía que había mentido e insistió en reclamarle que dijera la verdad.

Los relatos policiales escuchados hoy en el juicio, a cargo de la Audiencia Provincial de Las Palmas, han revelado, así mismo, que el propio joven refirió que su vecina, una universitaria de 27 años, le pidió que dejara de hacer ruido porque estaba estudiando para un examen “de muy buenos modales” y “por favor”, pese a lo cual “se cabreó” tanto que momentos después fue a su casa cizalla en mano.

Y, tras darle un primer golpe en la cabeza que la dejó en el suelo sangrando y gimiendo y emprender la huida del lugar, pensó que sabía quién era y que iba a denunciarle y que lo mejor era matarla para evitar que lo hiciera, por lo que deshizo el camino, entró en su vivienda y siguió golpeándola, persiguiéndola mientras trataba de escapar gateando, hasta comprobar que ya no se movía, ha agregado.

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