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El bibliotecario popular

Pablo Díaz Cobiella

Estemos de acuerdo o no con el sistema que nos rodea y la evolución inapelable del mismo, aún muy por encima de juzgar si está bien o está mal, o incluso de analizar si es un crecimiento natural o construido por el hombre para salvaguardar los intereses del capitalismo moderno o post-capitalismo, o el nombre que le quieran poner, creo, sin preámbulo alguno, en el renacimiento de una profesión antiquísima que siempre ha superado con creces multitud de trampas, obstáculos, y todas esas barreras que impone cierto poder de una sociedad cualquiera al desarrollo natural de la cultura y la educación, ya que los intereses económicos, políticos y personales pueden verse cuestionados en una elevada consciencia cultural y educativa, podríamos estar años juzgando los excesos, no será aquí. Dicho sea de paso, soy bibliotecario. Podría llamarme profesional de la información y la documentación como así nos inculcaron en la carrera, pero fue inevitable imaginarme entre libros, en un primer momento, y abarcar inquietudes sociales y educativas, en un segundo instante, y como desarrollo profesional de futuro que aún sueño llegar a ser. Parece increíble, que en nuestro país, aún tengamos que gritar que el bibliotecario no es sólo el que se sienta detrás de un escritorio a realizar todas aquellas actividades propias de una biblioteca tal y como creemos que la entendemos, en su mayoría, ni tampoco es sólo esa persona aburrida y reservada que vive en un mundo fantasioso y alejado de la realidad, que tampoco veo nada de malo en ello, asumo la fábula de mi profesión con un gran cariño y devoción.

Imaginaciones al margen, y para darle un sentido ‘más definible’ a nuestra figura, en la que creo que debemos convertirnos como ya lo hacen en otros países, o incluso comunidades de nuestro propio país, que han superado ciertas ‘frustraciones democráticas’, creo que el bibliotecario de esta era actual, precisamente la de la información, es un profesional reivindicativo, revolucionario y que juega un papel imprescindible en la educación y cultura de presente y futuro, abarcando todas las edades, condiciones y circunstancias que se presenten. Entiendo nuestro perfil en un círculo viciado de participación, de integración, callejero, de acercamiento, divulgativo, de impulsar las inquietudes, imaginativo, de innovación, de crecer, sin optar ni asumir un papel jerárquico, sino un puesto que coordine todos aquellos actos que afecten a nuestra propia constitución como personas libres, de ‘hacer descubrir’ aquello que queramos en nuestra vida, aquello que queramos ‘hacer aprender’ o ‘hacer enseñar’ a los demás. Seamos esa ventana diferente, abierta, seamos un canal, un conducto por el que todos pueden continuar el desarrollo de sus inquietudes, sean cuales sean. Siento la repetición de la palabra ‘inquietud’ pero es que le profeso amor incondicional, me parece una ‘regla liberada’ dentro del desarrollo normal de una biblioteca, de hecho la sustituiría por los carteles de silencio en la sala ¡Qué grite la inquietud!

Revolucionemos al bibliotecario del pasado, hacia un bibliotecario de la gente, popular y social al servicio de la cultura dispersa, universal, global, de cualquier estilo o esencia. Dinamicemos el contenido de nuestros centros con la personalidad propia de cada pueblo, ciudad, barrio o lugar, que la biblioteca se sienta necesitada y todos la necesiten con sencillez, identidad e innovación. No sólo somos ‘divulgantes de los libros’, somos educadores culturales y sociales, somos bibliotecarios populares.

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