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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Nadie abandona su hogar

Miriam G. A.

Miriam G.A.

Santa Cruz de La Palma —

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Nadie abandona su hogar, nadie deja su casa, su seguridad y sus recuerdos; a no ser que esa seguridad se desvanezca velozmente, junto con un mar de fuego incontrolable que amenaza con quitarte mucho más que recuerdos y antiguas vivencias. Nadie abandona su hogar, teniendo otra opción, nadie decide irse del lugar que le ha visto nacer y crecer, que ha acogido entre sus paredes sus aciertos y derrotas; a no ser que no haya más opciones, y esa sea la única, a no ser que las paredes se vuelvan escombros y las cenizas de lo que tuviste se las lleve el viento, volando junto con todo aquello que habrías podido tener.

Hace unos días, muchos palmeros tuvieron que huir de sus casas, de sus tierras y sus campos, tuvieron que dejar atrás aquello que habían ido construyendo y levantando hasta darle el nombre de hogar. Hace unos días, en los municipios de El Paso y Los Llanos de Aridane, muchas familias perdieron su vivienda, y lo que es peor, perdieron su resguardo. Aunque por suerte no hay que lamentar ninguna pérdida humana, es cierto que los daños ocasionados, aunque algunos piensen lo contrario, no son solo materiales sino que ascienden a nuestra memoria emocional y derriban las paredes de nuestros recuerdos. Ahora nuestro deber, como vecinos y amigos, es el de ayudar en todo lo posible e instar a las administraciones públicas a cumplir todas esas promesas de ayudas, para que no quede todo en eso, en promesas sobre el papel que nunca llegan a cumplirse.

Nadie abandona su hogar, a menos que su hogar sea la boca de un tiburón.

Solo corres hacia la frontera cuando ves que toda la ciudad también lo hace.

Tus vecinos corriendo más deprisa que tú. Con aliento de sangre en sus gargantas. Warsan Shire

Nadie abandona su hogar, escribía en unos de sus poemas Warsan Shire, refugiada somalí, hace ya varios años. Nadie abandona su hogar sin un dolor inmenso como fiel compañero de viaje; a no ser que el dolor que se lleva, sea menor que el dolor que se queda. Nadie abandona su hogar y su familia sin dejar en su andar un reguero de despedidas amargas que se camuflan entre la esperanza de un posible mañana; a no ser que el futuro solo se pueda escribir lejos del pasado, y ese mañana solo sea capaz de ver la luz del sol si cambias de localización. Desde hace ya demasiado tiempo, muchas personas se encuentran huyendo, abandonando sus casas, sus costumbres y tradiciones, dejando atrás su idioma e incluso su cultura con el solo anhelo de sobrevivir. Desde hace ya demasiado tiempo, todas esas personas son rechazadas y excluidas de los países de acogida, convirtiendo su presencia en un doloroso recuerdo de la ausencia que tuvieron que vivir.

Hace ya muchos años, esas personas, perdidas y desorientadas, rechazadas y excluidas, fuimos nosotros. Aún somos capaces de recordar las historias de nuestros abuelos, aquellos que emprendieron un viaje a Cuba, buscando un lugar en el que echar raíces y poder lograr construir un mañana. Aún podemos recordar el dolor que sintieron por tener que abandonar su hogar, pero el recuerdo es volátil y como mismo llega, se va. En cambio, el miedo no para de crecer y devorarnos, pretendiendo no separarse nunca de nuestro lado y alejando a aquellas personas que consideramos diferentes, externas a nuestras costumbres y tradiciones, lejanas a nuestra cultura e idioma. Es curioso temer a quien está perdido y desorientado, a quien es rechazado y excluido, pero aun así, el miedo sigue ahí, recordándonos que podrían quitarnos nuestro futuro, sin darnos cuenta de que ese término, claramente, nunca ha sido nuestro, porque el futuro no es de nuestra propiedad.

Nadie abandona su hogar, al menos queriendo, pero nadie, a veces, toma un nombre propio y, con dolor, tiene que hacerlo. Por supuesto que no debemos comparar hechos, ni debemos restarle la importancia que tienen todas esas personas que han perdido su hogar por culpa del fuego, es más, debemos poner todos nuestros esfuerzos en ayudar y dar la mano hasta que su hogar, piedra a piedra, sea nuevamente levantado. Pero, del mismo modo, esta tragedia nos debería llevar a la reflexión y al entendimiento de todos aquellos que no poseen la seguridad, ni la mano amiga para construir un nuevo hogar. Podemos pensar en todas las personas que igual que nuestros vecinos se enfrentan a la pérdida, que igual que nuestros vecinos están asustados, y que igual que nuestros vecinos, solo deseaban no tener que abandonar su hogar.

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