Espacio de opinión de La Palma Ahora
A propósito del Día de Canarias
San Borondón… ¡Oh, mito fantástico de bruma / tierra intacta y fugaz, divina y deslumbrante! / Yo te amo, extraña isla que surges entre espuma / y entre espuma te hundes y borras al instante. Los versos de Luís Álvarez Cruz, los podríamos incluir en el imaginario mítico-literario de las Islas, producto de de la información inflamada de navegantes, científicos y poetas, capaces en sus narraciones de construir paraísos de todo tipo, ubicados en las islas atlánticas, reales o míticas, legendarias o fantásticas. En la carta náutica de Grazioso Benincasa (1482) se representa incluso la isla y hasta los nombres de sus siete ciudades. Pero esa isla de ensueño, envuelta en los velos de la fábula y la leyenda, en un relato de siglos apareció y desapareció el otro día… La historia de las Islas Canarias es más antigua. Como sabemos por el historiador griego Herodoto, quinientos años antes de Cristo, en los extremos del mundo conocido solían colocarse los pueblos, las islas y los fenómenos más extraordinarios y raros. ¿Era esto propio de la ficción literaria? El Jardín de las Hespérides, las Islas de los Bienaventurados, el Jardín de las Delicias, el Paraíso Solar de los Etíopes, los Campos Elíseos… nombres y lugares de otro mundo, con los que Homero, Píndaro, Virgilio o Plutarco, entre otras fuentes clásicas, se referían a estas tierras. No debe extrañar, por tanto, que esa ensoñación invite a los canarios, a mezclar sutilmente el mito con la historia.
En estas fechas, celebramos el Día de Canarias. Como escribió Manuel Alemán: todo pueblo necesita espacios sociales para el encuentro y la expresión de sus vivencias, para la comunicación y el intercambio. Ese espacio lo encuentra en la fiesta popular. Sin embargo, si la expresión es la manifestación de experiencias, sentimientos y actitudes personales que marcan la vida del canario, no estamos para muchos festejos. Vivamos el Día de Canarias con los pies en el suelo, analicemos la situación real de nuestro archipiélago, no aquella mítica que nos dice que estas islas son restos de La Atlántida o parte de una civilización perdida. Celebremos la fiesta, sí. Porque en torno al Día de Canarias se dinamizan los contornos de nuestra cultura con premios, cantos y flores, con la sagrada lealtad a la fecha del 30 de mayo de 1983, cuando tuvo lugar la primera sesión de nuestro Parlamento Autónomo, pero no olvidemos que junto al impulso festivo de los parranderos que hacen derroche de alegría con sus cantos y bailes, un dolor casi perpetuo y silencioso camina a nuestro lado. Canarias no es La Arcadia del ambiente idílico que describen poetas, artistas y por suerte aquellos que nos visitan. Son muchos los canarios que siguen aprisionados en la crisis y por ello, en medio de esta explosión festiva, sólo vale un regocijo contenido en una tierra lastimada. No podemos ser felices, si nos falla la esperanza.
¿Cómo intentar que dialoguen el néctar y la espina, entre acordes de isas y folías? La única manera de hacerlo, es que toda Canarias se convierta en un encuentro comunitario de pueblos y de islas y que de esa confluencia surja un compromiso para acabar con la tortura de los que a diario y con el rostro marchito, se derrumban atendiendo los problemas de la gente que hasta en el rincón del sueño y sin dormir apenas, lucha por salir de la pobreza, el hambre y la exclusión social. Esos palmeros, herreños, tinerfeños, majoreros, grancanarios, gomeros y conejeros, que tras un periodo vivencial tejido entre lágrimas, han dejado de creer en Canarias y en su fiesta. Resulta claro, que para ellos, el futuro de Canarias es una quimera, una fantasía parecida a la de San Borondón, la esperanza que aparece y se esfuma, Isla de Ilusión, solitaria y errante, siempre perseguida y siempre inalcanzada.
Aspiramos a que la vibración emocional de la fiesta, con esa expansión coloquial de ser o sentirse canario, no nos engañe, salvo que al pensar en las siete islas emulemos al poeta grancanario Manuel Verdugo y repitamos una y mil veces: el amor, que acechaba, surgió súbitamente de sus vidas dispares, se hizo rey, se hizo dueño, y fundió siete dibujos en un solo diseño y siete arroyos en una sola corriente…