Sentido de pertenencia y aros de fuego
Si hay algo cierto es que una misma cosa se puede explicar de diferente manera, sobre todo si es difícil de entender. Según la ciencia, el amor es el bombeo de una hormona llamada “dopamina” que llega a las neuronas y produce una sensación generalizada de bienestar corporal. Para aquellos a los que esta explicación no les parezca suficiente, deben saber que cada persona tiene una percepción totalmente diferente de la realidad. Por lógica, cada uno busca la explicación que más le guste pero si empezamos a hablar de bombeos de hormonas a través de las venas para llegar a no sé qué neurotransmisor, es fácil imaginar motores tipo “taca taca” con carburadores y humaredas azules de esas que te hacen llorar, y no de alegría.
La antropología es una disciplina que analiza las formas de vivir de las personas y ofrece su versión sobre el amor, pero el propio Marvin Harris reconoce que la definición del amor es amplia y confusa al mismo tiempo, porque todo ser humano quiere ser aceptado por su tribu, mezclarse y tener un sentimiento de pertenencia a un grupo social. Los esquimales canadienses se besan frotándose la nariz, pues según ellos la punta de la “napia” es la primera parte del cuerpo en enfriarse, y el hecho de calentarla es una forma de mostrar afecto, ternura y compañía. En Japón y China no muestran sus emociones en público, porque entienden que los besos se dan en la intimidad, y por eso “flipan” con las novelas latinas “cortavenas” donde se enredan unos con otros, hasta con las telarañas. En tribus nigerianas los hombres se maquillan y danzan para impresionar a las mujeres, siendo ellas quienes los eligen, pudiendo tener más de un marido. En Papúa Nueva Guinea los hombres bailan para las mujeres y a través de los movimientos se interpreta qué es lo que busca el hombre en una mujer, siendo también ellas las que eligen. En Tanzania las mujeres roban los zapatos y azadas del hombre que les gusta para que él, si quisiera recuperar sus pertenencias, tendría que casarse con la ladrona. En Mauritania, las mujeres más gordas son las que ocuparán mayor espacio en el corazón de un hombre y a las flacas nadie las mira, al contrario que en la sociedad occidental. Esto quiere decir que el ser humano, para enamorarse, busca todas las maneras posibles y que la cultura de la tribu no es otra cosa sino la mentalidad colectiva.
Al estilo palmero, habría que ver si existe algo más bonito que decirle a alguien que por ella me dejaría largas las uñas de los pies y abriría el túnel de trasvase al “cancanazo” limpio, o también darle a entender que uno sería capaz de hacer un asado en su cumpleaños y abanicaría las brasas con la carpeta gorda donde se guardan las escrituras de los terrenos, si hiciese falta. O que en caso de perderse en el monte durante una excursión con mal tiempo, la supervivencia sería más coherente al estilo de que alguien se arrancase los pelos del pecho, si no hubiese pinillo, para encender un fuego y cobijarse en la cueva más cercana esperando el rescate. En nuestra cultura, hacer esto es algo parecido a abrazar a alguien como lo hace un borracho acolchado envolviendo una piña de plátanos, para que no se dañe, entendiéndose como una forma de ver a alguien normal como una entidad hermosa, más bonita que una huerta recién sembrada.
Parece claro que las culturas nos diferencian en entendimiento, pero nos unen en sentimiento, con lo cual convendría pensar menos y empezar a sentir un poco más, ya seamos de Hawai, Bombay o de Oriente Próximo. Ojalá que algún día las bombas de “dopamina” ganen a las de explosivo plástico y que el resplandor del impacto de misiles balísticos sea reemplazado por el brillo tenue de un atardecer de primavera en buena compañía. Pero en lugar de eso, en nuestra sociedad, cada vez que hay alguna desgracia en el plano nacional e internacional, muchas instituciones políticas hacen minutos de silencio en la fachada del edificio, con el chamán de la tribu en el centro, y sacan la “fotito” justo antes de empezar el pleno, para después ponerse a parir, donde el amor es solo una apariencia y la falsedad es la cultura que se respira. El problema es que las generaciones futuras que quieran participar en política, tendrán que pasar por el aro para ser aceptadas por la tribu en la que se mueven, dando a entender que el problema a veces no eres tú, sino el contexto social en el que vives.
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