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Sexismo, la herida del siglo XXI

Lucía Rosa González

Afirmar que la sociedad en la que vivimos es machista no significa inventar la pólvora. Los hombres han controlado la historia y la literatura. Cada día se denuncian situaciones alarmantes de violencia de género, se registran múltiples casos de acoso sexual que son desatendidos por las autoridades pertinentes, no son excepcionales las mujeres que sufren insultos y amenazas en el ámbito laboral; desconcierta la discriminación salarial latente en las empresas, la dureza implacable a la que tiene que enfrentarse la mujer para acceder a puestos de responsabilidad, además de la evidente desigualdad en el reparto de las tareas domésticas. Porque hay demasiadas actitudes machistas en el ámbito familiar. El microcosmos de la desigualdad.

A esta lista interminable de evidentes situaciones discriminatorias habría que añadir comentarios solapados que poco tienen que ver con el halago profesional, así a una autora se la describe, además de guapa, escritora, o fue muy bella en la juventud, argumentos que no se aplican a los hombres, no he leído que Jame Joyce además de un genio fuera atractivo. De la escritora se dice que indaga en la sensibilidad femenina, desvelando los vaivenes emocionales pero no del escritor que bucee en la sensibilidad masculina. 

Que el lenguaje que utilizamos en nuestro día a día es sexista tampoco es una novedad. Y este hecho provoca que actualmente sea necesario actualizar un uso que contribuya a erradicar la nociva lacra de la discriminación. Es deber del lenguaje evolucionar con las sociedad. Urge determinar fórmulas que favorezcan la igualdad. Para paliar estos vacíos normativos varias instituciones han editado guías de lenguaje no sexista, pero la Real Academia de la Lengua las rechaza, cuando no las tacha de radicales, les recrimina el hecho de que se establezcan usos ajenos a la práctica del habla y además alega que no existe tal discriminación en la falta de equivalencia entre género y sexo. ¡Desde luego!

Y en cuanto se les exige a los miembros de la erudita Academia que se pronuncien al respeto, arman unos rifirrafes dignos de un culebrón. Se defienden con uñas y dientes. Se sienten atacados. En mi memoria, los últimos altercados literarios entre Francisco Rico y Arturo Pérez Reverte.

¿Compete a los profesionales del lenguaje tomar estas decisiones? ¿O es el uso de la calle el que determina la norma? Puesto que son ambas actuaciones las que resuelven tales enigmas, mientras tanto, será la conciencia social de igualdad de la ciudadanía la que imponga su criterio echando mano de su sensatez, dando por sentado que incomodará la prescripción de la estricta Academia. Si bien es cierto que fieles a los códigos reinantes, los diccionarios de la Real Academia han actualizado las definiciones de oficios femeninos. Ya era hora.

Sí observamos con enojo como determinadas palabras poseen un significado óptimo para referirse a los hombres pero absolutamente denigrante en femenino; véase el caso de zorro que se refiere a una persona astuta, mientras que zorra adquiere el matiz despectivo de prostituta en su significado femenino; del mismo modo coñazo que se aplica a alguien latoso e insoportable, mientras que cojonudo se dice de alguien estupendo, magnífico, ejemplo de hombría y de valor. En la misma línea entran cortesano y cortesana y una amplísima lista de términos sexistas que se rige tanto por connotaciones léxicas como semánticas.

Por otro lado, llama la atención que en ámbitos literarios y periodísticos se utilice con frecuencia el término hombre para referirse al conjunto de la humanidad sustituible por personas o género humano. Será que hacen oídos sordos a que todas estas conductas lejos de favorecer la igualdad aumentan la discriminación y propician la diferencia; frenan los pasos hacia la igualdad.

En un pleno del parlamento europeo, en un debate sobre la brecha salarial entre hombres y mujeres, la reciente pulla de un parlamentario polaco de extrema derecha nos indignó exaltando la inferioridad femenina de un modo despiadado. Incluso repetir sus inhumanas ofensas me produce repelús; alegaba el cruel misógino que las mujeres debían ganar menos puesto que eran más débiles y menos inteligentes. Y nadie se atrevió a expulsarlo definitivamente de tal representativa cámara política.

Aterran las connotaciones misóginas que se desprenden de los discursos de Ronald Trum y ahí está ejerciendo el poder en un país que el mundo mundial imita. Recuerdo de chica los comentarios, que surgían cuando algún amigo se quejaba después de sufrir una caída, y que nunca entendí de la gente: “José Miguel, los chicos no lloran”. Y me iba a dormir con la matraquilla dándole vueltas en la cabeza, pues mi ingenuidad no captaba la malintencionada expresión. ¿Por qué José Miguel no podía llorar si le dolía la rodilla rota que sangraba como un barranco en días de lluvia?

Es en el mundo del cine donde se aprecia la aparición progresiva de directoras y productoras de cine e intensos personajes femeninos que marcan una gran diferencia de los sumisos estereotipos de papeles femeninos defendidos por el cine tradicional. Menos mal. Sin embargo, en el marco de la interpretación, se celebra la participación en papeles relevantes de hombres mayores y de mediana edad, mientras que brillan por su ausencia los interpretados por mujeres con el mismo perfil de edad. Además, los actores mejor pagados cobran más del doble que las actrices en papeles similares. Aumenta la brecha salarial en detrimento de las mujeres.

Los especialistas en pedagogía defienden que se actúa por imitación. Por lo tanto es fundamental la educación en el ámbito familiar. Ciertas conductas machistas se arraigan o erradican en la vida diaria, desde compartir tareas domésticas en la infancia hasta generar conciencias de igualdad en las niñas y los niños en todas las situaciones que así lo exigen. Educar con criterio en la niñez para que en la edad adulta sean capaces de tomar sus propias decisiones.

Y puesto que la conciencia se alimenta de educación, el alumnado debe tener tanto referentes masculinos como femeninos. El primer paso es incluir a la mujer en los libros de historia, valorar el trabajo realizado por las mujeres corrientes o relevantes, cuyo papel ha sido determinante para nuestra civilización, que de momento solo muestra los actos bélicos de soldados, reyes y emperadores; ejércitos y batallas.

Porque la lucha por la igualdad avanza pero de forma excesivamente lenta; sin embargo, me alegra comprobar que numerosas actitudes injustas de desigualdad se están quedando poquito a poco sin lugar en el mundo.

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