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Sobre palestinos y judíos

Pablo Díaz Cobiella

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Se me hace sumamente difícil escribir sobre el conflicto de judíos y palestinos; más allá del dolor que produce la muerte de personas inocentes, que es un dolor inexplicable, existe un dolor que perdura para todos y no es otro que la impotencia (la entiendo como dolor) de poner fin a una guerra que se extiende en el tiempo y que parece imposible de resolver en forma de paz. No he querido hacer un escrito basándome en los datos ni en la historia, aún teniendo conocimientos e información para poder hacerlo. Entiendo que si lo hago cometo el error de juzgar, y ese error me puede llevar a un sinfín de caminos que ninguno lleva a alcanzar la paz. Por todo ello, he decidido escribir una manera diferente de visionar el conflicto, y que al mismo tiempo es, a mi entender, el recorrido más difícil, aquel que conlleva escucharse. Creo que es una forma de pacificación. Escuchar: “Esa bella sinfonía de silencios, ese instante en el que la palabra se alimenta de entendimiento y comprensión”. No somos conscientes de la cantidad de virtudes que tiene ese acto, y todas aquellas ramas que sobresalen del mismo: aprender, perdonar, amar. Es que no podemos llegar a una parte práctica de resolución sin tener claro estos valores humanos, y quiero creer que los tenemos pero también los hemos olvidado. No podemos sentarnos en una mesa y decidir qué territorios pertenecen a quién y qué intereses son de unos y de otros, sin tener una clara visión del ser, de su pensamiento y sentir más profundo, más allá de su cultura y de su educación existen unos valores propios de nuestra naturaleza creada por ella para vivir, y fundamentalmente convivir. Creo firmemente en esos valores, y por lo tanto creo en la paz. Hemos olvidado el ser pensante, hemos abandonado la manera ilustrada y revolucionaria, hemos antepuesto la ejecución de las ideas ante el pensamiento de las mismas, hemos aplicado las herramientas sin crearlas desde la razón simple, en definitiva, no nos hemos escuchado y avanzamos sin hacerlo, he ahí las guerras, el enfrentamiento y el dolor. Por todo ello, la paz solo es posible escuchándonos. Y ya sé que es una forma de verlo muy sencilla, incluso puede rozar la demagogia o un estilo propio de vagancia, sin una propuesta concreta para que los palestinos y judíos no sigan enfrentándose. ¡Pero he ahí la base de todo! ¡He ahí lo que hemos olvidado! ¡He ahí una forma de paz! Sentarse y escuchar. Y todas aquellas inquietudes, por muy pequeñas que sean, harán efecto. Luis Cobiella me repetía casi a diario: 'Si tiras una piedra grande a un estanque, crea una onda; pero si tiras varias piedras pequeñas una detrás de la otra, creas varias ondas que se mantienen por sí solas en continuo movimiento'. Esas últimas piedras pueden y deben ser aportadas por todos. ¿Se imaginan que acto precioso sería ese? Pues ahí están los dos pueblos, judíos y palestinos, ahogados en un estanque sin movimiento alguno. Finalizo, con un fragmento del libro 'Juan Canario. Derechos humanos y el Diputado del Común'; vaya tres instituciones humanas, en las que hablaremos en otra ocasión, pero que resulta fundamental para entender esta visión olvidada para un fin de cualquier enfrentamiento. “La paz es algo que tiene naturaleza integral. La paz se hace de pequeñas paces. Hay una posibilidad de paz a la vuelta de cada esquina, incluso en el soliloquio; la paz es algo posible, pequeño, próximo, leve. No suele dar resultado despreciar las pequeñas paces posibles y sacrificarlas al teórico bien de la gran paz. La gran paz es como el norte, como el horizonte; la paz es algo que puede proclamarse, desearse, exigirse... Pero nada de esto la acerca si no se tiene simultánea y cotidiana voluntad de hacerla y compartirla. No es que esté prohibido ser pacílogo; pero es imprescindible ser pacífico y pacífero; la paz es algo que adviene por justicia. Y también con la justicia, como con la paz, hay que ser modesto, reconocer su condición más estadística que conceptual, más aproximada que plenaria, más relativa que absoluta”, Luis Cobiella.

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