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Stromboli

7 de diciembre de 2021 12:26 h

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“El rayo aplastado por el carro

fue un poco antes pisoteado por el caballo“.

Wladimir Holan

La luz que descubren los poetas, con la que intentan hacer visible lo invisible, la luz que los ilumina y sobre la que se precipitan, es la misma luz que una vez que han perecido en la llama devoradora, hace que aquella voz revelada vuelva a brillar cuando los tiempos sean oscuros. Es una luz que fertiliza con los años como la ceniza de un volcán. La poesía tiene el valor de acumular y guardar energía, una luz precisa sobre una realidad que siempre se nos escapa. La “reiterada ilusión”, al decir de Einstein, es muy esquiva, por ello, en el ansia de aspirar, incluso inconscientemente, a posibles certezas o trazados del camino a seguir, buscamos una soñada precisión. No me refiero a un colchón de seguridad, pues eso sería asunto muy caro e imposible, sino a una estera que nos separe del frío suelo, un abrigo que mantenga el calor para poder pasar el trance. La filosofía es la estera que ponemos debajo, la poesía es la estera que ponemos encima. Las mujeres y los hombres necesitamos dos esteras que hagan de escudo protector, para que no nos aplaste el carro después de que ya nos hayan pisoteado los caballos, al decir del poeta checo de la cita de entrada.

En una sociedad desquiciada como la que nos ha tocado vivir, la utilidad de las humanidades es indispensable para no volvernos locos. Sueltos todos nosotros de la mano de alguien que nos tutele, al borde de un precipicio, sin la baranda de seguridad que ofrece la Historia, la ciencia, el arte, la filosofía, la música y la poesía como forma de aproximarse a la realidad y además, de poder comprenderla, tenderemos a caer, irremisiblemente, en el abismo profundo de la ignorancia misma y en la imposibilidad de amar lo que nos rodea al no saber ni siquiera aproximarnos a ello. Como niños que ante el “Abracadabra” de internet, entran en la cueva de Alí Babá y al alcance de tantos tesoros, todos juntos y revueltos, pierden el tiempo en entretenerse en los menos valiosos, incluso en la pura bisutería, así creo, que una parte demasiado grande de los humanos está, literalmente, perdiendo el tiempo y no aprovechando  de un modo adecuado la herramienta de conocimiento inmensa que supone el acceso a Internet. Es una cuestión de cultura y no de hacer un máster que cuesta a los padres un ojo de la cara. Dadle un Ferrari a un niño (alguien sin conocimiento), y dirá que el límite de velocidad es una conspiración y que la carretera es plana; luego se estalla y perjudica a otros que sí tenían bien claras sus convenciones sobre física y geografía. Si disminuye la influencia de la Cultura, el mundo y todos sus satélites, corporaciones, naciones, ministerios, universidades, ayuntamientos, empresas y partidos, serán dirigidos por un jinete ciego, y nosotros, el rayo, seremos aplastados muchas veces, por los caballos y por el carro del poeta Wladimir Holan.

“La lectura hace al hombre completo. La conversación lo hace ágil. La escritura lo hace preciso”, nos recordaba el filósofo inglés Francis Bacon (1561-1626), a modo de trío de ases para enfrentar la partida en la mesa de la realidad.  Pero quién quiere jugar cuando las cartas están marcadas y basta que tengas razón para no prosperar de ninguna forma posible. Conceptos como “libertad”, “responsabilidad”, “dignidad”, “democracia” y otros muchos más, se hallan completamente pervertidos. A las palabras  se les ha dado la vuelta y ahora se encuentran vacías de contenido. Luchar por lo evidente en un mundo que adora al ídolo de barro, es como hacer señales de humo para ciegos. Si a nivel cuántico el hecho de “mirar” modifica la realidad, imaginen ustedes si adquiriéramos un conocimiento más profundo y completo del mundo que tenemos delante de nuestros ojos y del que se halla detrás de los hechos. Esa mirada cambiaría las cosas. Sí, sí, el mundo sería otro, una realidad más soportable. Tal vez, simplemente un mundo más justo para todos. Lo que no ofrece dudas es que detrás de todo asunto complicado, existe siempre un problema de comunicación. Si el diálogo no logrado ni conseguido hubiera sido posible, si las partes hubieran hecho un esfuerzo por comprenderse y entender ese algo concreto también dentro de un proceso general de las cosas, es posible que nunca se hubiera llegado a una ruptura o cualquier otro tipo de catástrofe a la que muchas veces acabamos abocados. Piensen en el amor, piensen en la amistad, piensen en el trabajo o en la política, todo es una cuestión de comunicación. El resto es química, y al parecer según las últimas investigaciones, si los algoritmos, que lo dominan todo, se encuentran con un aumento de la complejidad, éstos se disgustan, comienza a fallar la cosa y el amor, herido de muerte, pronto declina. Si casi todo, en el fondo, es un problema de comunicación, lo peor que puede hacer esta sociedad es acabar con las humanidades, que son, justo, lo que nos hace entablar un diálogo y nos proporciona herramientas de conocimiento para poder establecer una relación interdisciplinar con el resto del mundo. En esas estamos: al borde de un abismo tecnológico y en el ocaso de las humanidades. Aplastados, apretujados por esas dos Hidras, nadando en la mahonesa de una sociedad consumista y devoradora, se halla la estirpe del ser humano. Entre el hueso del sujeto y el músculo del mundo, no hay cartílago flexible para resistir los golpes y las sacudidas.  Se producen, por ello, innumerables fracturas que a nivel mental nos deja huérfanos en medio de la plaza o del baile, o si prefieren, descubrimos el vacío al romperse la comunicación entre interior y exterior. El ser se separa del mundo.

El filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) en ¿Qué es el acto de creación? (Youtube), hablando de qué aporta el cine como forma de narrar, afirma que éste separa lo visual de lo sonoro, el ver del oír y del hablar. Viene a decir que la idea cinematográfica permite una narración fragmentada, encuentros casuales, la unión de cosas que aparentemente no guardan relación. Se sirve del neorrealismo de Victorio de Sica y de Roberto Rossellini para ello. La verdadera expresión de la realidad es una mera apariencia. “Las palabras se elevan en el aire al mismo tiempo que el suelo que estamos viendo se va hundiendo cada vez más”. Deleuze hace una defensa del arte como un acto de resistencia, de lucha activa contra el “reparto (indiscriminado) de lo profano y lo sagrado”, y de camino nos recuerda la máxima de Malraux de que “el arte es lo único que resiste la muerte”. Para este hombre sabio, todo sujeto es una síntesis pasiva (inconsciente) del mundo. El mundo es plural y diverso, y el arte en él, tiene una función que cumplir:

“Un creador no es quien trabaja por placer, sino el que hace lo que es absolutamente necesario”.

La prosa de Gilles Deleuze es extraordinaria; estoy leyendo La imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2 (Paidos Comunicación, 1986). Escribiendo del salto que supuso el neorrealismo italiano y de Stromboli, la “absolutamente necesaria” película de Roberto Rossellini, escribe:

“Stromboli pone en escena a una extranjera que tendrá una revelación de la isla tanto más profunda cuanto que no dispone de ninguna reacción que pueda atenuar o compensar la violencia de lo que ve, la intensidad y enormidad de la pesca del atún (era horrible…), la potencia espeluznante de la erupción (estoy acabada, tengo miedo, qué misterio, qué belleza, Dios mío)”.

Anoche, en casa y a solas, volví a ver a Karin (Ingrid Bergman), una mujer rubia y bella del norte llegando a una isla pobre y seca del sur. Desde el barco, el marido (Mario Vitale), con quien se acaba de casar para huir de un campo de concentración en Europa, le señala el volcán, alto y humeante. “¿Está activo ahora?”, le pregunta ella. “Siempre”, le responde él. El comienzo del cine moderno europeo está marcado por la presencia de un dios pagano, un volcán que domina la isla y obliga a un paisaje mineral, cósmico, ancestral, un paisaje moral, con casas desnudas, escasa vegetación y unos isleños que mantienen un silencio hermético. A este lugar sin comunicación, llega una mujer que le busca sentido a la vida. Como la propia Ingrid Bergman que lo había dejado todo: Hollywood, donde era una estrella, familia, una forma de vivir y se fue a Italia con Rossellini, que la recibió con los brazos abiertos mientras olvidaba a Anna Magnani;  todo ello a raíz de que su antiguo amante, el fotógrafo Robert Capa, le hiciera ver la película Roma, cita abierta y Paisa (Camaradas). Después la actriz, impresionada, le escribió la famosa carta al director italiano. Este feliz encuentro que fue un escándalo en la época, hasta el Vaticano lo condenó, dejó sembrado de perlas la historia del cine: Stromboli (1950), Viaggio in Italia (Te querré siempre, 1954), y Europa 51 (1951). El itinerario de Karin en la película es un recorrido por el espacio brutal que ofrece la isla, todo es como el escenario de una tragedia en blanco y negro, la espuma del mar en contraste con la lava. Un niño llora y no se ve a nadie en las calles vacías y soleadas, la cruel pesca del atún, la negativa a entrar en su casa de las vecinas mudas cuando ella pinta un mural de flores en la pared, el hurón que muerde el cuello de un conejo, la propia erupción que los obliga a embarcarse, a rezar en el mar en la oscuridad viendo el volcán encima de sus casas. La mirada de una extranjera choca con una serie de acontecimientos y se produce un cambio trascendental.  Ella llora al caer la noche, quiere huir. Su vida ha sido pasar de un confinamiento a otro, siempre se encontró con algún tipo de encierro. Cuando en 1949 se rodó el film, no exento de dificultades, el Etna entró en erupción en Sicilia, y tuvieron que posponer el rodaje por unos días, pero aprovecharon planos para el montaje. Karin viaja hacia la ceniza y la lava, dialoga consigo misma, embarazada sube la ladera del volcán, huye en el sacrificio de la ascensión y acaba implorando a Dios.

“Dios dame la fuerza, la comprensión, el coraje”.

Diez años más tarde, en 1960, Michelangelo Antonioni rodó La aventura, donde nos llevará, de nuevo,  a la presencia del Etna, pero esta vez, frente a Taormina, a donde se fue a vivir el americano Gore Vidal. La presencia del volcán en una secuencia, no de “figuras en un paisaje” sino de “paisaje con figura”, hace que la visión sea geográfica y no romántica, “para enfatizar su dimensión física de mero territorio que parece habérsele extraído el aire con una campana de vacío” nos advierte Santos Zunzunegui en “Islas de celuloide”, Revista de occidente, número 342. Más adelante, el Catedrático de Comunicación Audiovisual en la Universidad del País Vasco, sella la unión de las dos películas, el volcán y la condición insular con esta perla:

“Entre un volcán en erupción y otro en reposo, entre una revelación inesperada y una súbita desaparición, en apenas diez años y en el intersticio entre dos islas próximas, se habrá jugado buena parte del sentido que adquirirá para varias generaciones de cinéfilos la noción de la modernidad cinematográfica. Territorios de la pasión coagulada, estas son depositarias de una geografía del sentido que todavía seguimos hollando”.

Los extranjeros que habitan en La Palma, y que se han visto afectados por la erupción en Cumbre Vieja, muchos de ellos perdiendo hogar y trabajo en una isla donde no han nacido, pueden hallarse en una situación de desorientación física y metafísica, de shock emocional, que tiene mucho que ver con lo que la película Stromboli, muestra en la mirada sin norte de Ingrid Bergman. Un amigo mío, que acababa de llegar del Valle de Aridane, me habló de una pareja de alemanes en esta situación. Ahora se hallan en Tijarafe en una casa de turismo vacacional. Mi amigo dice que están desorientados, sin casa, sin empleo.  Me dijo que les había preguntado: ¿Por qué no regresan a Alemania?  ¿A qué?, fue su respuesta. Los extranjeros que se encuentren en la isla, si les queda algo de suerte, tienen dos opciones: abandonar  la isla o hacerse palmeros para siempre. Yo, con cariño, los invito a la segunda opción. Todos juntos seremos mejor. A nosotros, los palmeros que hemos nacido en la isla de madres y abuelas palmeras, nos pasa lo mismo, pero de otra forma. Cuando estamos en la isla, queremos irnos, pero cuando la abandonamos, queremos regresar. Hasta Ulises, siendo ya anciano, convocó a los amigos en un poema bellísimo de Tennyson  para echarse a la mar y navegar hasta las Islas Afortunadas:

«Es posible que las corrientes nos hundan y devasten

Es posible que alcancemos las Islas Afortunadas

Y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos

Aunque mucho se ha perdido, queda mucho

Y a pesar de que no tengamos el vigor que antes

movía cielo y tierra, lo que somos, somos

Un espíritu ecuánime de corazones heroicos

Mermados por el tiempo y el destino, pero con firme voluntad

De combatir, buscar, encontrar y no ceder»

ÓSCAR LORENZO

San Andrés y Sauces, Isla de La Palma

07-11-2021

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