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Versos sueltos

Carlos Felipe Martell

Cuando presenté mi primera novela, ‘Los privilegiados del azar’, me encorseté el tórax con mi guitarra acústica y, en la boca, como brackets, me enfundé una armónica de blues. Gracias a la impagable voz de Candelaria Gil Fariña, los dos fuimos capaces de transmitir al público el alma de la novela, esa poesía recogida en las canciones que colorean y embellecen la trama. Varios alumnos míos (soy profesor de Estadística aplicada a las Ciencias Sociales), tanto los que asistieron al acto como los que vieron y escucharon la música en las redes sociales, me hicieron una observación que yo, al principio, no comprendí. Se sorprendían de que un profesor de Estadística, ¡nada menos que de Estadística!, además de la rareza de escribir una novela, pudiese componer canciones y ejecutarlas con una acústica.

¿Dónde reside lo extraño? ¿Por qué estudiantes de Turismo, Contabilidad, Economía o Geografía se sorprenden de que un docente universitario tenga un hobby? Es como si creyesen que solo nos dedicamos a dar clase y no tuviéramos vida fuera de las aulas. Tardé un tiempo en darle respuesta a ese interrogante. Poco a poco lo fui comprendiendo: mi interrogante tenía dos errores de base, justo en la parte final del mismo. Para entender lo que a ellos les resultaba inusual, por un lado, en mi pregunta tenía que cambiar el artículo ‘un’ por el demostrativo ‘ese’; por otro lado, al sintagma ‘docente universitario’ tenía que añadirle el sintagma preposicional ‘de Estadística’. Cuando entendí que ese era el interrogante, por fin pude darle respuesta. ¿Por qué estudiantes de Turismo, Contabilidad, Economía o Geografía se sorprenden de que un docente universitario DE ESTADÍSTICA tenga ESE hobby?

Al cabo de unos días, en una entrevista radiofónica, el conductor del programa me insinuaba que los jóvenes de ciencias, en los institutos, eran vistos por el resto como gente ‘extraña’. El comentario (que salió a colación a raíz de mi habilidad para ‘fabricar’ palíndromos) supuso para mí un shock, precisamente por lo ‘extraña’ que me resultaba tal observación. Cuando yo estudiaba en el instituto, era la gente de letras la que me parecía gente ‘extraña’. La reflexión del presentador significó para mí toda una lección sobre lo que son los puntos de vista y lo extremos que pueden resultar. ¿Cómo no lo había visto antes? ¿Un profesor de Estadística, una persona de ciencias, componiendo canciones y escribiendo libros? Sin haberlo expresado de esa forma, mi alumnado se estaba refiriendo al intrusismo. No a un intrusismo destructivo u hostil, sino a un intrusismo sorprendente (para ellos). A partir de entonces, me propuse que ese intrusismo debería ser más invasivo.

Versos sueltos. ¿Cuántas personas de ciencia escriben poesía, componen, cantan, pintan, esculpen…? Quizá más de las que creemos, pero pocos se atreven a dar el paso, a exhibir su obra, su actividad artística, su creatividad. Sin embargo, no debería ser así. No hay nada más frío e impersonal que la Economía, la Administración de Empresas, la Climatología, la Estadística, el Marketing… Mi empecinamiento personal consiste en una pequeña aportación al mundo de las Ciencias Sociales, que es al que tengo acceso. En mi micro mundo (consistente en un aula concreta de la Universidad de La Laguna), trato de fomentar entre los jóvenes el placer por la lectura, intentando, dentro de mis posibilidades, motivarlos con unas condiciones de acceso únicas e irrenunciables. Acabo de empezar con esta cruzada, pero los resultados, hasta ahora, los considero magníficos. Estoy convencido de que muchos de estos estudiantes, el día de mañana empresarios, directores de hoteles o banqueros, llevarán cosida en el alma esa cara B poética, ese otro lado que equilibrará la frialdad inherente a su profesión para hacerles mejores personas.

Somos versos sueltos; quizá somos más de los que la gente piensa. Nadie nos exige una responsabilidad social, pero podríamos arrogárnosla: hacer de enlace entre la frialdad de la ciencia y el auténtico corazón de la humanidad.

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