Las piedras no viven, pero envejecen
Sin vida nacen ardientes
desde el vientre de la Tierra
en el seno de una guerra
de lavas incandescentes.
Cuando jóvenes, recientes,
tienen los filos cortantes
cristales negros brillantes
que van siendo digeridos
por líquenes coloridos
en paredes fascinantes.
Jócamo, 11.II.2023
NOTA: Los avances de la ciencia en general y de la biología en particular, han afinado la clasificación de los tres reinos que Aristóteles reconoció en su primigenia clasificación piramidal de la naturaleza.
El maestro clásico situó en la base de su sistema al reino mineral, donde incluía todo aquello que carecía de vida; y la naturaleza viva la subdividió en dos reinos: vegetal y animal, que cerraba con la especie humana, cumbre del creacionismo.
Visto así, las piedras inertes, integradas por minerales, forman parte de ese reino básico carente de vida.
No tienen vida, pero envejecen. Las piedras jóvenes, recién salidas de las canteras, nada tienen que ver con las que observamos envejecidas por el paso del tiempo en paredes artificiales o riscos naturales.
Alteradas por los agentes atmosféricos y bióticos, las piedras son progresivamente colonizadas por organismos (bacterias, algas, hongos, líquenes, musgos, etc.), que cambian su aspecto y parecen dotarlas de vida propia. Ese proceso dinámico (meteorización) termina por transformar las piedras en suelo fértil, que adquiere características y “vida” propia. También pone de manifiesto que la línea que separa la materia inerte de la viva, lo inorgánico de lo orgánico, es más fina de lo que a priori pudiéramos pensar.
Las clasificaciones obedecen más a necesidades o métodos intelectuales para ordenar el conocimiento, que al reflejo de una realidad incontestable.
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