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Sobre las Tardes

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En un capítulo de Los Simpson, Homer era expulsado del ejército con deshonor y en un gag para mí mítico, el personaje, dispuesto a ver el vaso medio lleno, decía: “Deshonor lleva incluida la palabra honor”. Léase con voz de Homer, es más gracioso así. Pienso en esto tras ver Tardes de soledad, el documental de Albert Serra que ganó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián y que alguna controversia generó debido a su tema, la tauromaquia. Serra ha dicho en alguna ocasión que a él lo único que le interesa del cine es la estética. Lo único. De no ser una broma del director, tipo locuaz e inteligente, se trataría de un posicionamiento realmente llamativo; peculiar, diría. Bien, pues es por esto por lo que recuerdo el gag de Homer. Porque observo que “estética” lleva incluida la palabra “ética”. Hago entonces un repaso rápido por el navegador para averiguar la etimología de la palabra. Pero no encuentro que estética provenga etimológicamente de ética, así que da la impresión de que esto es, a todas luces, una suerte de milagro. Que dos términos tan aparentemente dispares estén azarosamente hermanados en una sola palabra.

No sé qué quiere expresar realmente el director del documental cuando dice que a él lo único que le interesa del cine es la estética. Si sólo le interesa lo aparente, lo externo, la belleza o si le interesa partir de esto para ligarlo a sus implicaciones filosóficas en el terreno de la moral. Porque, si bien creo que una cosa está inevitablemente ligada a la otra en el ámbito del arte, da la impresión de que Serra pretende separarlas, a la luz de las imágenes captadas y editadas para esta pieza excesivamente larga que nos ofrece. Es cierto que de lo captado se desprende una idea sobre la muerte, el dolor y el ritual, pero da la impresión de que no explora sus enormes posibilidades. Y de que no se posiciona con claridad como autor. Porque si bien ahí están expuestos el dolor y el sufrimiento del animal (me sentí muy tentado de abandonar el visionado), sin ambages, también está la glorificación del torero en el modo de captar sus movimientos, su danza, coreografía, teatro. Me da la impresión de que un director tan libre en sus exposiciones orales, tan librepensador y con tanta conciencia sobre el cine y la industria ha sido demasiado neutral en esta obra. Como si quisiera darle argumentos a unos y a otros, pro-taurinos y anti-taurinos, mientras él observa la refriega desde la barrera. Quizá no quiera mojarse. Quizá sea un bromista que se está riendo de nuestras reflexiones, que nos mira tras la seguridad de la madera mientras nosotros andamos pensativos caminando por el ruedo, como aquellos filósofos de aquel sketch de los Monty Python, que paseaban reflexivos por el césped y de vez en cuando le daban un toque a la pelota. Quizá Serra ha hecho una película para convertirnos a nosotros, espectadores, en su propia película.

Él nos observa a nosotros, nosotros observamos la lidia, los espectadores de la plaza la observan a su vez pero nosotros no podemos verlos a ellos; Albert nos los ha omitido, el público queda fuera. Sólo los escuchamos, lo que vemos es el ruedo, el toro, el torero y su cuadrilla. Como si estos estuvieran solos en el mundo. Los aísla del público de la plaza, al menos visualmente, quizá porque Serra es un esteta y el espectador no es estético. Quizá porque el público desviaría la atención sobre lo que pasa en el ruedo. Porque no es un documental sobre el fenómeno de la tauromaquia sino sobre la esencia de esta. Aplaudo la decisión, es toda una declaración de intenciones: este no es un documental televisivo, un documental-reportaje, es una película artística. Serra es un esteta y no tiene un pelo de tonto.

No sólo está la lidia en la película. Como en una obra clásica, están los tres actos de la fiesta: la preparación, el toreo y lo que viene después. Están mezclados, saltamos de uno a otro, de forma fluida, porque como decía Godard, las películas han de tener tres actos pero no necesariamente en ese orden. A mí me ha fascinado el primero, la preparación del torero, el meticuloso y trabajoso proceso de vestimenta. Porque cumple con algo que va más allá de la estética (lo siento, Albert, eres algo más que un esteta), con una de las misiones más fascinantes del cine, el voyeurismo. La capacidad de acceder a la intimidad de los personajes, verlos en su privacidad para conocerlos y conocernos mejor. Y lo que más me fascina de ese mundo privado es la inevitable sensación de que ese proceso tiene mucho de femenino, con esas medias blancas, finas y semi-transparentes, ocultas a la vista cuando el torero queda expuesto en la plaza. Como si el torero escondiera un secreto pocas veces revelado. En un mundo tan masculino, que no podemos evitar asociar con una ideología tradicionalista, el torero aquí aparece delicado y femenino. Y eso lo sabía Albert Serra. Y va más allá de lo meramente estético. Es un guiño gamberro y visualmente hermoso que se agradece.

Hay palabras que contienen otras, como estética contiene ética. Gracias por recordármelo, Homer Simpson.

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