Un municipio rural de Gran Canaria gobernado por el PP se convierte en ejemplo de integración y acogida de migrantes

Roy, un menor del albergue de Corvo, donde asegura sentirse bien. (ALEJANDRO RAMOS)

Alicia Justo

Moya —

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El 21 de diciembre de 2019, en plena reactivación de la ruta migratoria canaria, un pueblo del norte rural de Gran Canaria iba a sentar las bases sin saberlo de cómo convertirse en un municipio referencia en acogida e integración de personas migrantes. Eran las 20:00 horas de ese mismo día cuando el alcalde de la Villa de Moya, Raúl Afonso (PP), recibió una llamada de imprevisto. Era el Delegado del Gobierno en Canarias, Anselmo Pestana (PSOE), quien le preguntó por la disponibilidad de algún recurso alojativo en el municipio ante la falta de espacios en el resto de la Isla.

“¿Cómo la Villa de Moya no iba a ser hospitalaria y humanitaria como lo ha sido siempre?”, se pregunta de manera retórica Afonso acerca del municipio que preside, de casi 8.000 habitantes a 25 kilómetros de Las Palmas de Gran Canaria y que se extiende por acusados barrancos desde la cumbre a la costa. Aquel día de invierno el primer edil ofreció lo que tenía: el albergue del barrio de Corvo. “Sin pensármelo, sin consultarlo con nadie, lo puse a disposición de las autoridades competentes para aportar o poner nuestro granito de arena”, explica. Ubicado en un entorno de verde frondosidad, el espacio recibió en pocos días a 46 personas, adultos en su mayoría. Una vez abiertos otros recursos en la Isla, los adultos fueron trasladados y hoy se ha convertido en un centro para menores gestionado por la ONG Quorum Social 77. 

Más de un año después, aquí viven 46 menores de Malí, Guinea, Senegal, Guinea y Gambia que se relacionan como cualquier otro chico de su edad y que han sido recibidos con normalidad por sus vecinos. Acuden a actividades deportivas municipales, algunos van al instituto del pueblo, bajan al casco donde ya tienen amigos y hasta han sido los protagonistas de la clausura de un encuentro cultural. Pero además contribuyen a cambiar la fisonomía de un municipio donde una gran parte de su población es de edad avanzada. 

Es tal la implicación del municipio, que hace unas semanas la Corporación organizó el foro multidisciplinar Moya Espacio Cultural (MEC) con una primera edición dedicada a África e involucró a los menores del albergue en parte de su programación. Durante el fin de semana en el que se desarrolló el encuentro, por un lado los menores tutelados pudieron interactuar con otros vecinos y, por otro,  los habitantes de Moya pudieron descubrir la diversidad cultural del continente africano. Un grupo de adolescentes de Senegal realizó una exhibición de lucha senegalesa, pintaron un mural con un artista urbano en el albergue, bailaron durante una muestra de percusión africana e incluso más de uno se arrancó a cantar encima del escenario en la clausura. 

“Estoy muy contento aquí”

Sobre esa tarima, Roy*, uno de los chicos del albergue, cantó al público asistente unos versos en inglés y en forma de rap compuestos por él durante los días previos. Quiso hablar de esa vida dejada atrás en su país, la calurosa Nigeria, a más de 3.000 kilómetros de distancia de esta villa de clima fresco. Durante varios minutos en el escenario le cantó a su infancia, a sus amigos, a la época del colegio en su país, a su hermana. Roy, que tiene 14 años, llegó hace 4 meses a Gran Canaria. En su país vivía con su hermana desde que tenía seis meses y aunque su sueño es ser abogado también le encanta la música, como quiso demostrar en el MEC. Ahora su vida se centra en esperar a la realización de la prueba ósea que determine su minoría de edad y que supondría su escolarización. Mientras tanto, por las mañanas recibe clases de español y por las tardes ha empezado a ir a balonmano donde coincide con otros chicos de su edad del pueblo y donde ya tiene deseos de competir. También le encanta jugar al fútbol en el campo municipal cercano al centro y que les cede el Ayuntamiento. Pero no siempre va “porque hace frío”. Y aunque se muestra apenado por la espera de la prueba ósea, tiene claro que en Moya y con sus compañeros se siente bien: “Estoy muy contento aquí”, confiesa. 

El Ayuntamiento ha facilitado el acceso a los recursos  deportivos municipales. Los chicos  acuden a voleibol, a balonmano y al gimnasio donde hay otros chicos de sus edades y algunos entrenan con el equipo de fútbol Unión Deportiva Moya. Además, como señala el trabajador social del albergue, Juan Carlos Andrade, ya desde el centro han contactado con la Escuela Municipal de Música para que los menores puedan iniciar clases de guitarra y de percusión. “Los chicos están involucrándose bastante bien en la vida diaria de Moya”, destaca Andrade. El trabajador social añade que independientemente de que el Ayuntamiento ponga facilidades, el centro paga las cuotas de ellos como hace el resto de personas. 

Se han convertido en unos vecinos más ayudando a la población mayor de los alrededores en las tierras o contribuyendo en la limpieza de zonas comunes. También los vecinos los han arropado donando ropa y alimentos cuando llegan más chicos. Una vecina de los alrededores del centro, María del Pino, reconoce que aunque la llegada de los primeros migrantes causó algo de incertidumbre entre algunos de sus vecinos, a ella no le causa ningún malestar que los adolescentes vivan en Corvo: “Yo no tengo ningún problema en que estén ahí”, indica.

“El alumnado es acogedor en Moya”

La presencia de estos menores también incide en algunos valores sociales. En el centro de educación secundaria de Moya, el IES Doramas, hay ocho menores procedentes del albergue. Son de Malí y están matriculados entre 1º y 4º de la ESO. Su director, Omar Gil de Ramales, cuenta que aunque el centro lleva años trabajando el eje de la solidaridad causa más impacto tener entre su alumnado a menores que han arriesgado su vida para venir a Europa. “Es una realidad dura que  intentamos hacérsela ver a los alumnos, como ejemplo para valorar lo que tenemos y ver a lo que se han enfrentado estos chicos”, subraya. 

Los ochos menores, que solo hablaban soninké y bambara (idiomas de Malí), ahora mismo se encuentran en la fase inicial de comprensión oral y escrita del castellano. Según el director, van integrándose muy bien: “Es un alumnado muy agradable, más bien tímidos. Son respetuosos, atentos, quieren siempre estudiar, trabajar. Son muy muy responsables”. Incluso ya van  teniendo sus amistades en los grupos. Por su parte, el alumnado local los ha acogido muy bien y con normalidad. “No hemos detectado  ningún tipo de rechazo. Lo que sí que hemos detectado es que el alumnado es acogedor en Moya”, destaca. 

Por todo ello, el alcalde asegura que en estas mismas condiciones y de la misma forma que le ha ido a Moya, recomendaría a los municipios con recursos que se sumen a la acogida. “Sé que hay compañeros alcaldes y alcaldesas que han tenido otros problemas. En Moya yo no puedo decir eso porque ha sido todo positivo. Es más, ojalá tuviese otros lugares disponibles para cederlos y  también colaborar con esto”, remarca.

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