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ENTREVISTA

Leonardo Padura, escritor: “En mi país me practican una política de invisibilización”

El escritor cubano Leonardo Padura.

Olga Agüero

Santander —

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El escritor Leonardo Padura (La Habana, 1955) sigue habitando el recreo de su infancia. Reside en la misma casa en la que creció, en un barrio de la periferia habanera llamado Mantilla. No renuncia a vivir allí porque Cuba es el lugar que lo alimenta para escribir aunque sus compatriotas no puedan comprar sus libros porque allí no se editan. Él mismo es invisible. Padura ha ganado todos los premios literarios de su país pero nunca sale en los periódicos ni en la televisión.

El Premio Princesa de Asturias de las Letras, referente de la novela policiaca, el escritor que con su literatura hace crónicas de la vida cubana contemporánea y de su generación, no tiene voz propia en Cuba. En un país donde prácticamente todo lo que ocurre tiene una lectura política él ha preferido ver la realidad desde una perspectiva más social sin convertir su literatura en un ejercicio de participación política directa. Aquel niño que soñaba con ser cronista deportivo hoy escribe novelas que tejen un diálogo con la realidad. La última se sitúa en el contexto de la visita de Obama a Cuba, durante el efímero espejismo en el que se abrió una grieta de esperanza.

Usted ha calculado que da unas 250 entrevistas al año. En todas ellas, más tarde o más temprano, el entrevistador le pregunta por qué, durante todos estos años, no ha salido del país. Para no faltar a la tradición: sigue apegado a su barrio, al lugar donde nació y creció... ¿Por qué sigue viviendo en Cuba y no es uno de los miles de exiliados del país?

El drama del exilio ha recorrido a todas las familias cubanas y a la mía muy fuertemente, muchos de mis primos y tíos salieron al exilio en los Estados Unidos, mi hermano más pequeño vive en Miami,  por parte de mi madre también muchos primos viven fuera de Cuba… y yo he decidido seguir ahí por muchas razones. Una razón fundamental es que le preguntaron una vez a Dulce María Loynaz, la poeta cubana, porqué seguía viviendo en Cuba y dio una respuesta de la que yo también me he apropiado. Vivo allí porque yo llegué primero. Soy esencialmente cubano, por los 64 costados. No tengo más antecedentes familiares que los cubanos, me encanta mi casa, mi barrio, ahí tengo todas las referencias más cercanas de lo que ha sido a mi vida. Ahí tengo incluso a mi madre con sus 96 años. Cuba es el lugar que me alimenta para escribir lo que escribo. Todo lo veo desde esa perspectiva cubana. Con mi literatura he hecho una especie de crónica de la vida cubana contemporánea y especialmente de mi generación. En La Habana está la gente de la que escribo porque pienso que escribo en un idioma que se llama el habanero literario. Tengo toda una serie de elementos que afirman y acentúan esa sensación de pertenencia a Cuba y muy en especial a la ciudad, la casa y el barrio en el que nací y en el que sigo viviendo.

Vive en la casa que nació y tiene el mismo coche desde hace 27 años...

Yo nací en 1955 y en 1958 tuve mi primer coche. Porque mi padre se había suscrito a un periódico que había en Cuba que se llamaba 'La prensa libre' y como yo era el primogénito la puso a mi nombre. En un sorteo del periódico me tocó de premio un Plymouth, el famoso 'cola de pato' y estuvo en mi casa hasta hace unos años que mi hermano, que se había quedado con él, lo vendió. Yo en 1997 me compré un Subaru pequeñito que ha sido la mejor inversión que he hecho en mi vida y creo que, aunque tenga un Mercedes o un Volvo nunca voy a tener un automóvil mejor que ese.

Se da la paradoja de que en Cuba le han dado todos los premios pero sus compatriotas apenas pueden leer sus obras, ¿por qué?

De mis últimas tres novelas hay dos que hemos conseguido publicar en Cuba por vías alternativas, en pequeñas ediciones, porque por vía institucional la respuesta que me dan es que no hay papel. Quiero creer que es verdad porque si no hay folios, no hay aceite y no hay jabón, el papel sería prescindible. Mis libros se publican aquí en España, están en todos los países de lengua española menos en Cuba, que es el mío, y los lectores buscan lecturas alternativas a través de la vía digital, compran copias piratas que leen en las pantallas de los móviles o en los ordenadores. Es la manera en la que muchos cubanos tienen acceso a mi literatura. Además, allí en mi país me practican una política de invisibilización: no salgo nunca en los periódicos, ni en la televisión, ni la radio. Pero en las presentaciones públicas que hago acude mucha gente.

¿Cómo ha influido esta circunstancia en su literatura? ¿Ha sufrido presiones o se ha tenido que imponer alguna autocensura en estos años?

No, por fortuna desde hace muchos años tengo una condición legal y laboral que es la de escritor independiente y, sobre todo, tengo la convicción mental de ser un escritor y una persona independiente. Afortunadamente desde el año 1996 tengo una relación sostenida con mis editores en Barcelona y eso me permite que mis libros salgan de mi ordenador al de mis editores sin pasar por ningún filtro institucional cubano. Eso me ha dado una enorme libertad para poder escribir lo que necesito.

Al escribir sobre Cuba, un país donde prácticamente todo lo que ocurre pasa por un prisma político, pues hay una lectura política. Sin embargo, yo he preferido no poner mi literatura en función del debate político porque limitaría el propio proceso literario. Veo la realidad desde una perspectiva más social en la que las personas viven y confrontan los problemas que tienen

'El hombre que amaba a los perros' narra la historia de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky. ¿Considera usted que de alguna manera el escritor, más allá de la literatura, debe tener un compromiso social con la historia, con la realidad? En su caso, ¿utiliza la literatura para hablar de la política?

La palabra compromiso en el arte es muy complicada porque lo mismo ha producido grandes obras que ha producido grandes desastres, como la literatura más comprometida del realismo soviético. Hay que salir huyendo cuando oyes la palabra compromiso. Creo que uno tiene una responsabilidad que la asume desde su perspectiva. Cada escritor tiene sus intereses y tiene el derecho a tenerlos y a publicar un tipo de reflexión literaria con mayor o menor relación con una realidad y con los conflictos de una época, de un país, de una realidad.  En mi caso, al escribir sobre Cuba, un país donde prácticamente todo lo que ocurre pasa por un prisma político, pues hay una lectura política. Sin embargo, yo he preferido no poner mi literatura en función del debate político porque limitaría el propio proceso literario. Veo la realidad desde una perspectiva más social en la que las personas viven y confrontan los problemas que tienen, que en el caso cubano pueden ser muy clara procedencia política, pero sin convertir mi literatura en un ejercicio de participación política directa. Stendhal decía que la política en la literatura era como un pistoletazo en un concierto y Milan Kundera decía que lo peor que le podía pasar a un escritor, y más en un país socialista, es que lo consideraran un disidente, porque a partir de ahí tenía que cumplir la misión de disidente y no de escritor. Hay que manejar esto con mucho tino a pesar que a veces uno tiene necesidad de decir determinadas cuestiones políticas. Para eso hay un complemento que yo he utilizado mucho que es el periodismo, a través del cual yo he evacuado problemática, conflicto, necesidades que he tenido con respecto a mi realidad y he mantenido la literatura en este nivel de una relación mucho más social que política con la realidad de Cuba.

Su última novela, 'Personas decentes', se sitúa en el contexto de la visita de Obama a la Cuba en 2016. ¿Qué queda hoy de aquel espíritu de apertura?

Cuando en 2014 se anuncia que Cuba y Estados Unidos comienzan a conversar para reestablecer relaciones, llegan a su punto más alto en 2016 cuando Obama viene de visita Cuba. En esos días hay un concierto de los Rolling Stone, un desfile de Chanel, Madonna celebra su cumpleaños en La Habana, las Kardasian vienen también a Cuba y son años en que se vive la expectativa de que hay muchas cosas que pueden cambiar, porque una relación más cordial con los Estados Unidos es fundamental para Cuba, lo sería para cualquier país. Imaginemos lo que significaría que España no pudiese exportar aceite de oliva y vino a Estados Unidos ni traer otros productos. Además, hay toda una serie de medidas que se han impedido durante estos años, incluso en la época de Obama, por ejemplo que los ciudadanos norteamericanos vengan a Cuba en condición de turistas. En esos años vinieron muchos, pero con licencias especiales de eventos deportivos, encuentros académicos, gremiales… Todo eso movió mucho. Había más dinero y más esperanza, muchos cubanos viajaban a los Estados Unidos y regresaban, se abrieron negocios. Había más automóviles y los propietarios les cortaban el techo y los hicieron descapotables. Alarmó un poco al gobierno cubano porque las cosas iban a un ritmo que podían escapar a un determinado control.  

Entonces se produce el relevo en la Casa Blanca y cambia la situación.

Trump llega al poder en enero de 2017. En esos días yo escribí una crónica para The New York Times en español que decía que había una persona en Cuba que le había hecho la operación quirúrgica a su automóvil, que le había cortado el techo. Le había costado 3.000 dólares y ese hombre rezaba porque Trump no le jodiera el negocio. Y Trump le jodió el negocio a él y a todos los cubanos. No sé si eso fue un alivio para el gobierno cubano. La política de Trump fue desmontar las políticas de Obama y Cuba cayó en ese saco. Para joder más las cosas, un chino se come un murciélago a finales de 2019 y llega la pandemia, que significó que la industria turística cubana se paralizó y hemos caído desde entonces en una crisis que nos ha hecho tocar fondo de una manera muy dramática entre la incapacidad y la ineficiencia gubernamental cubana y el endurecimiento del embargo, con medidas como colocar a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo. Nos han llevado a estos extremos que se están viviendo ahora con una inflación brutal, falta de alimentos, de medicamentos, de petróleo y a un momento muy difícil para la vida de la mayoría de las personas que viven en Cuba. Se han abierto pequeños negocios privados que ha permitido que haya una cierta cantidad de productos y servicios que de otra forma no habría pero a unos precios que son muy elevados para lo que gana un cubano. Un salario promedio en Cuba, vamos a ponerlo alto, puede andar por unos 5.000 pesos y eso al cambio vienen siendo unos 25 o 30 euros.

Frente a aquellos que hayan podido considerar la novela negra como un género menor, ¿qué defensa hace de ella? ¿Es complicado superar los tópicos que la han acompañado?

A partir de los años 70-80 se comienza a producir la segunda revolución de la novela policiaca, que tiene más que ver no solo con los temas que se abordan sino con la manera en la que se asume la literatura policiaca. Es una escritura más literaria, mucho más consciente de las exigencias propias de una narrativa por encima de lo genérico que incluso a veces lo supera. En el caso de la lengua española es muy fácil mencionar tres o cuatro nombres como es el caso de Manuel Vázquez Montalbán en España u Oswaldo Soriano en Argentina. Yo soy beneficiario de esa tradición de escribir literatura de carácter policial sin atenerme a determinadas exigencias que en otra época hubieran limitado mi propia proyección como escritor y mis propios intereses como ciudadano, intelectual. El resultado ha sido que en los últimos 30 años se ha roto ese maleficio que encasillaba la novela policial y un elemento muy significativo es como la Academia ha tenido en cuenta a este tipo de literatura, ya prácticamente no existen colecciones de novela policiaca porque se publican en colecciones literarias y ahí están los premios que hemos ido recibiendo en los últimos años. El Princesa de Asturias lo hemos recibido Banville, Fred Vargas o mi propio caso. Eso demuestra hasta qué punto la ganancia de reconocimiento literario ha ido creciendo con estos años y rompiendo ese rincón genérico al que durante mucho tiempo estuvo condenada la novela policiaca.

Pasó su infancia jugando al béisbol y soñaba con hacer crónicas deportivas. Empezó haciendo periodismo pero de alguna manera como escritor ha convertido la ficción en indagación de la actualidad, de la realidad. ¿Si su detective de ficción Mario Conde aspiraba a ser escritor, usted es un escritor que lleva un periodista dentro?

Creo que sí. Comencé haciendo periodismo y escribiendo de literatura. Publicaba mis reseñas de libros en algunas revistas culturales en Cuba y escribía mis primeros relatos. Lo llevaba de forma paralela en los años 80, ya cuando terminé mis estudios universitarios. Tuve que trabajar más en el periodismo y dedicar menos tiempo a la literatura porque el periodismo es una profesión que te absorbe si lo quieres hacer con el debido respeto, y si quieres hacer literatura con el debido respeto pues no tienes el tiempo suficiente. Ya después en los 90 tuve la posibilidad de empezar a practicar la literatura de manera más profesional pero sin dejar el periodismo. Trabajé varios años después de haber trabajado en el periódico en una revista cultural que me daba más tiempo para escribir. Después me mantuve como colaborador, he seguido haciéndolo. Eso me complementa mucho porque es una manera de poder decir cosas que por el tiempo, por el espacio, por sus características no cabrían en la literatura y son preocupaciones que me gusta, de alguna manera, evacuar.

¿Con qué lecturas creció el niño que usted fue en la Cuba de aquellos años?

Acabo de preparar una próxima tribuna sobre la educación sentimental que tuvo mi generación. Como cualquier niño de esa época tuvo la suerte de que los autores clásicos eran Salgari, Verne. Hablo de la conmoción que me provocó la lectura de 'El conde de Montecristo', de Dumas. Vino la época en que leíamos unos betsellers maravillosos: 'Papillon', 'El Padrino', 'El chacal'… y ya en mi juventud tuve el enorme privilegio de que los escritores de moda, los que todo el mundo tenía que leer, se llamaban García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Borges… El resultado fue una maravillosa educación sentimental que acompañamos oyendo posiblemente la música más maravillosa que se ha escrito: nos criamos oyendo a los Beatles, a los Rolling, viendo en el cine a Visconti, a Fellini, a Carlos Saura. Todo eso nos dio una formación muy especial y muy privilegiada.

El hombre nunca renuncia a la libertad, lo obligan a renunciar a ella. Pero el hombre, por un elemento esencial de la condición humana, no renuncia nunca a la libertad. El deseo de libertad es innato del ser humano

'El hombre que amaba a los perros', según sus palabras, se detiene a analizar la utopía del siglo XX y su degeneración estalinista. Ahora que el capitalismo es ya hegemónico vemos que puede coexistir sin problemas en sociedades donde no hay libertad. ¿Sociedades como Cuba o China han renunciado a la aspiración de la libertad?

El hombre nunca renuncia a la libertad, lo obligan a renunciar a ella. Pero el hombre, por un elemento esencial de la condición humana, no renuncia nunca a la libertad. El deseo de libertad es innato del ser humano. Desde los tiempos bíblicos eso está grabado en la propia esencia del hombre con esa posibilidad del libre albedrío. Incluso un poder tan supremo y abarcador como el de Dios te deja un pequeño espacio para que tú decidas lo que quieres hacer. Fue lo que hizo Adán en el paraíso y mira todos los problemas que nos ha buscado.

¿Qué es para usted la libertad?

La libertad es sobre todo la posibilidad de elegir en todos los sentidos, desde qué comes o qué ropa te pones hasta elementos tan importantes como qué piensas. Es esa capacidad que tenemos de ejercer nuestro criterio, de practicar nuestro libre albedrío.

Con recurrente frecuencia suenan voces en España que dicen que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, es "comunista". ¿Qué piensa cuando lo escucha?

No me gusta opinar de las realidades en las que no vivo a pesar de que viajo mucho a España e incluso tengo la ciudadanía española, pero no vivo cotidianamente en España y me cuido mucho de dar opiniones porque puedo ser superficial, prejuiciado… pero creo que el que ha vivido en un país comunista, como es mi caso, sabe que lo que está ocurriendo en España no tiene absolutamente nada que ver con el comunismo. Siempre puede llegar, pero no veo un camino que conduzca hacia ese sistema sociopolítico y económico aquí en España. Por supuesto que no.

Hemos quedado huérfanos de su admirado Paul Auster...

Hay escritores con los que uno siente que establecer una relación más cercana. La muerte de Vázquez Montalbán fue la pérdida no solo de una persona con la que había establecido una relación de amistad, sino perder a un autor de referencia, un maestro. En el caso de Auster es un autor al que tenía una enorme simpatía por la manera en la que él recuperaba la memoria de su generación, que es casi la mía, y la convertía en gran literatura y utilizaba ese elemento tan literario que es el azar, que cambia los destinos de la persona. Hace unos días recordaba en una conversación que a veces se piensa que el azar es un recurso fácil de los escritores y recordaba que una de las novelas clásicas de la segunda mitad del siglo XX sin duda es 'La insoportable levedad del ser' de Kundera. En un momento determinado, el narrador de la novela dice: las seis casualidades que tuvieron que ocurrir para que los protagonistas, Tomás y Teresa, establecieran una relación. Todo fue obra de la casualidad porque seis casualidades juntas es una cosa tremenda. Creo que sí, que es una forma muy literaria de manejar las historias y que ocurre en la realidad constantemente.  

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