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Reportaje

La lenta agonía de Reinosa: “Hay apatía, hay aburrimiento y hay poca ilusión”

Forjas de Cantabria, que llegó a emplear a cientos de trabajadores en Reinosa, cerró en 2021.

Diego Cobo

Reinosa —

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Hay tres ríos, un teatro principal, hileras de nobles soportales y una iglesia barroca. Hay un oso de colores, un edificio premiado en una vieja plaza de abastos —el Impluvium— y una feria ganadera que inaugura el otoño. En Reinosa hay cerca de sesenta bares y restaurantes, hay nieve —cada vez menos—, un puente centenario “todo de piedra labrada, muy blanca y firme” y cierta desidia como rumor de fondo, quizás porque la ciudad llegó a superar los 13.000 habitantes y ahora se desangra rumbo a los 8.000.

“Los números son los que son”, lamenta Álvaro Ruiz, delegado territorial de Comisiones Obreras en Campoo. Álvaro tiene 42 años y lleva media vida trabajando en Gamesa, la misma empresa en la que trabajó su padre. Quiso el destino, además, que sus planes o sueños se torcieran para continuar la misma causa a pesar de que esta ciudad no sea exactamente la de 1987. Pero su empeño, la defensa del empleo, sí: su padre era presidente del comité de empresa durante los disturbios de aquella primavera que retumbó en todo el país como consecuencia de una reconversión que se tragó miles de empleos industriales y dejó a Reinosa en la cuerda floja.

Un proceso, en fin, que acabó por deshacer el nudo que ataba a Campoo con sus sólidas factorías en un tiempo en que un pueblo entero confiaba su pan y su futuro al empleo en las fábricas como norma consuetudinaria. La ley que se llevaba cumpliendo todo el siglo ahora se estaba quebrando. “Todos unidos para defender nuestros trabajos / O no habrá nada que comer”, cantaba años después La Fuga. Pero el grupo campurriano, en realidad, podría haber compuesto la canción mucho tiempo después.

Por ejemplo: hoy.

Gamesa lleva un año en venta. Un fallo en los aerogeneradores ha sacudido las cuentas de la empresa y, sin embargo, dice Álvaro Ruiz, la planta aún se mantiene a flote. Esta sucursal de Siemens es “la niña bonita” del grupo debido a la diversificación en la producción porque otras fábricas saturan el oxígeno al mínimo. Las reuniones, las llamadas, los anuncios y las negociaciones del grupo alemán los tiene con el corazón encogido. A pesar de su situación, Gamesa Electrics sigue siendo una de las supervivientes que mantienen el pulso de la comarca ya que emplea directamente, junto a La Naval, a unas 850 personas. Es una cifra anecdótica si la comparamos con los más de 2.500 trabajadores que llegó a tener solo en esta última, germen de las actuales Forgings&Castings y Sidenor.

Eran otros tiempos. España no había entrado en el club europeo, aún no se había desmantelado la red productiva local y Reinosa era todavía un gigante siderúrgico. Pero al contrario que en el mito griego, en lugar de salirle dos cabezas por cada una que se le cortaba, esta bestia industrial iba perdiendo aliento con las empresas que cerraban. Hoy Reinosa está al borde de la asfixia. Los números son los que son, dice el delegado sindical, y esas cifras no son halagüeñas: medio centenar de empresas han echado el cierre en la última década en Campoo, su población ha caído un 26% desde 1996, las tasas de envejecimiento se han disparado y la incertidumbre (ERTES, temporalidad, despidos) empaña su esperanza.

El problema, explica Ruiz, es que el buen funcionamiento de la industria también beneficiaba a los talleres de mecanizados o de soldadura que hacían piezas para sus hermanas mayores. Pero el declive, los costes y la competitividad ha hecho que las empresas auxiliares hayan buscado otros mercados. Y esa lenta y sostenida decadencia —los números son los números— tuvo su última gran víctima en 2021. Se llamaba Forjas de Cantabria y mantenía a 24 personas que tuvieron que esparcirse por el resto de empresas.

Hoy Reinosa es territorio envejecido. Territorio de incertidumbre, territorio de muchas preguntas y pocas respuestas. El delegado sindical dice que, aparte de las fábricas principales, algún taller próspero y galletas Cuétara, en Campoo “no hay nada”, aunque más tarde vuelve a sus palabras y recapitula: “Campoo vive de las fábricas, de la gente mayor, de la estación de esquí y de Gullón”.

Una revolución sin precedentes

El periodista José del Río Sainz, Pick, visitó Reinosa en septiembre de 1915 y describió la ciudad como “un lugar de vida diáfana y transparente como bajo una campana de cristal”. Se refirió a las calles limpias y modernas, a su “serenidad” y “equilibrio”. Pick hablaba de edificios “relucientes”, de los “paseos cuidados” y de los “comercios lujosos”. Y hablaba también de “una industria pujante que empieza a soltar ya los andadores”.

Ese sueño cuajó tres años más tarde gracias a la apertura de La Naval, la empresa siderúrgica que se instaló aquí, entre otras razones, “por la demostrada competencia, seriedad y entrega al trabajo del obrero de aquella región”, como escribió en su informe técnico el que sería su primer director. Una década más tarde, cuando la planta ya funcionaba a pleno rendimiento y los cielos supuraban “cipreses de humo”, el periodista regresó a Reinosa y comprobó su revolución. Le sorprendió la “serpiente azul” de trabajadores cruzando el puente sobre el río Híjar, le sacó al párroco información sobre el gran número de matrimonios (y éste le dijo que la población se habría triplicado) y vio en Reinosa la gloria de La Cavada del siglo XVIII, con sus trabajadores extranjeros y el asombro de ser uno de los pocos pueblos donde había más hombres que mujeres.

En los años siguientes a la apertura de una fábrica que forjaba acero, Reinosa siguió sumando nombres como Cenemesa (hoy Gamesa) o Farga Casanova (luego Forjas de Cantabria) mientras el tiempo transfiguraba calles, costumbres y escenas locales. La urgente necesidad de producción y la ausencia de formación llevó a las empresas a abrir sus propias escuelas de aprendices, aunque la oferta educativa de la ciudad acabó sintonizando con el latido de los tiempos hasta ofrecer, en el instituto Montesclaros, grados formativos de mantenimiento electromecánico, mecanizado, programación de la producción en la fabricación mecánica y sistemas electrotécnicos automatizados. Todo apuntaba a los hornos y al acero. Todo tenía su réplica en el entramado social de Reinosa, como anticipó José del Río en su visita de 1915: “Reinosa es un pueblo joven y fuerte que mira sereno al porvenir, porque tiene fe ciega en la justicia de su causa y en la pujanza de sus brazos”.

Un siglo después de ese optimista diagnóstico, sin embargo, esa ciudad que empezó a flaquear tras la reconversión industrial se parece poco a estas calles frías y a ratos sombrías. “Reinosa tenía una vida importante: venían familiares de fuera y les gustaba porque a las siete todo el mundo salía de vinos, como en Bilbao. Hoy no ves ni un alma”, dice José Fernández, jubilado de La Naval, cuya sentencia final le sale desde lo más profundo: “Hay apatía, hay aburrimiento y hay poca ilusión”. José ha vivido muchas vidas profesionales, pero todas en el mismo lugar —varios nombres, varios dueños— en el que trabajaron su padre y sus dos abuelos, quienes le contaban cómo bajaban los cañones a Suances, tirados por vacas, para probarlos.

En sus más de cuatro décadas de vida laboral, José solo ha conocido La Naval, aunque admite que ha tenido autonomía profesional en una empresa que elaboraba cigüeñales, molinos para cementeras y minas, ejes o piezas para papeleras del norte de Europa. “No sé si me iba adaptando de semana en semana o nunca me adapté”, bromea. Su hijo, que trabaja en Gamesa, cree que el País Vasco les ensombrece y su sensación es que ellos tienen capacidad de organizarse: “Nosotros no tenemos la capacidad de estar unidos y de ser reivindicativos”.

El informe de situación que Comisiones Obreras publicó el pasado mes de mayo señala que el 32% de los trabajadores de Campoo están empleados en la industria, y eso es mucho más que el 13% de Cantabria. Aún así, en la comarca hay más empleos en el sector servicios (51%) que en la industria. “Y eso”, se lamenta Álvaro Ruiz, “no ha pasado aquí en la vida”. Ahora sí: se nota en los salarios, en el ánimo, en el relevo generacional, en la escena vital de los pobladores. Los cinco o seis colegios que Reinosa llegó a tener en los años ochenta se concentran en uno por falta de alumnos. Las peñas de jóvenes, hasta hace no tanto, tenían sus propios locales. Y los bares hervían en movimiento nocturno. La construcción de viviendas ahora es inexistente mientras los carteles de 'se alquila' forran las cristaleras.

Jesús Gómez, de la inmobiliaria CH, dice que no hay demanda y que los precios bajan porque quién va a querer montar un negocio. Pero también asegura que las viviendas de alquiler son un bien escaso y que en Reinosa viven muchas personas de Santander, Laredo o Torrelavega que trabajan en Aguilar de Campoo. ¡Ah, Gullón! “Aquí pagar 500 euros de alquiler era impensable”, asegura, “pero ahora se paga”. Él, a falta de oferta, pone los ojos en la venta de vivienda y el turismo, dos ámbitos también revolucionados. “Este verano ha sido el mejor que he conocido”, asegura un hombre que, hasta la reconversión industrial, trabajó en La Naval y que ahora despacha casas, pisos y apartamentos de veraneo, “lo que haya”, a turistas de Baleares o del sur de España. Hace meses que no vende una vivienda con hipoteca por la subida del euríbor.

En Campoo viven la mayoría de los más de 500 cántabros que trabajan en Galletas Gullón. La empresa galletera, además de funcionar como segunda empresa de la comarca, es el paisaje que predomina al asomarse al mercado laboral. Esa recurrente conversación aparece en los corrillos, en los bares, en la esperanza de la ciudad y en esta visita a Reinosa: al menos nos queda Gullón. Coral Blasco lleva cinco años trabajando allí. “Cobro lo mismo en los primeros once días que durante todo el mes en hostelería”, dice esta zaragozana de 34 años. Coral recuerda que, al llegar  a Reinosa, le asombró leer que había 117 bares. Y ella, que acabó trabajando en uno de ellos, también empezó a entender un poco más las costumbres y el vínculo entre los bares y el devenir de las fábricas.

En la barra vio cómo toda una población mudaba de costumbres y cómo los expedientes de regulación de empleo o la sospecha de despidos cosía el bolsillo de trabajadores que paraban tras su jornada laboral. Ahora da fe de los cambios sociales de Reinosa desde Aguilar y el transporte (70 euros, 20 viajes, 22 minutos) que los autobuses han organizado para ir a la fábrica. A Coral, a quien hace una década le asombraba el alto número de bares, ahora le sorprende la cantidad de personas mayores que trabajan con ella y la cantidad de personas de Santander. Si no fuera por Gullón, suspira, en Reinosa se impondría un silencio aún más severo. “Aquí solo hay hostelería”, observa, “y cada vez están cerrando más bares”.

Un futuro incierto

Hay datos que esconden un falso consuelo, como el bajo desempleo de Campoo. Si las cifras se mantienen a raya es por la pérdida de población, al contrario que en Cantabria, que han descendido desde 2008 a pesar del aumento de habitantes. El informe de Comisiones Obreras hace hincapié en la fuerte rotación de los empleos y la alta temporalidad, ya que las grandes fábricas incorporan trabajadores durante los picos de producción y, al cumplir con los pedidos, prescinden de los trabajadores eventuales. Tampoco el turismo de nieve parece muy sólido en tiempos de alteración climática, como el valle de Campoo llegó a pretender. La autovía con la meseta, además, propició que los esquiadores subieran directamente a Alto Campoo en apenas una hora sin necesidad de detenerse —comer, dormir, comprar ropa de invierno o pantortillas— en Reinosa.

Daniel García lo sabe bien: empezó su vida laboral en Gullón, es trabajador estacional de Alto Campoo y lleva nueve años entrando y saliendo de Sidenor. “Al fin y al cabo”, dice este campurriano de 43 años, “las fábricas son las que nos han dado de comer”. En esa tradición genealógica, claro, su padre también trabajó en la fábrica, aunque tras la reconversión se vio obligado a tomar otros caminos y decidió ir, a sus treintaytantos, a la universidad. Daniel lleva dos meses y medio trabajando de continuo en la fábrica y tiene asegurado el trabajo hasta marzo, así que este año ha tenido que renunciar a trabajar en los remontes de la estación de esquí.

Es una discontinuidad que cansa y que en algún momento le ha provocado la leve tentación de abandonar su pueblo. Pero en esos momentos en que todo hace aguas le arrebata el amor por su tierra, el monte y la casa familiar de Olea, y ese amago de huida se queda en un “casi” mientras sigue pensando en el futuro de Reinosa: “Para mí siguen siendo las fábricas, aunque una que se cierre son muchos puestos de trabajo”. Cuando la producción de la empresa disminuye y empiezan a desfilar trabajadores, dice, entonces brota el comentario: vamos a acabar todos haciendo galletas.

La comarca de Campoo se enfrenta, así, a un futuro con una industria amenazada y un optimismo magullado. Álvaro Ruiz, el líder sindical, dice que en tiempos de construcción de polígonos industriales como La Pasiega, el de Reinosa languidece. Una vuelta por La Vega durante un día laborable, cuando los camiones, los trabajadores y los coches aparcados junto a los restaurantes de menú del día deberían enredarse, lo certifica: nada. Él lo achaca a decisiones políticas, ya que esa apuesta por desarrollar la industria y los servicios en el arco de la bahía de Santander tiene un trasfondo electoral. Allí, dice, se concentran la mayoría de votos. Las últimas décadas de destrucción de empleo, pérdida de población y “empeoramiento” de los servicios públicos, a pesar de que desearía apostar por sus raíces, no le dejan agarrarse a la confianza. “Pero desgraciadamente”, afirma, “el futuro está allí, no aquí: si vamos a la realidad pura y dura, creo que no hay que ser nada positivos”.

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