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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Alarmismo, normalización del mal trato al migrante y concertinas

El Puerto de Santander ha incrementado las medidas de seguridad, incluidas el uso de concertinas.

Javier González Soto

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Unos migrantes se fugan, con engaños, de un avión en Palma y cunde la alarma. Pareciera que alguien hubiera intentado escapar en globo de la Alemania Oriental en 1979. Se cierra el espacio aéreo y la Fiscalía está dispuesta a procesarles por sedición… ¡Nada menos! La misma Fiscalía que en Santander mira para otro lado en las entradas sin orden judicial de la policía al lugar donde viven los migrantes albaneses, sobreactúa en Palma generando una alarma incomprensible.

En Bielorrusia, unos pocos miles de migrantes son utilizados por un dictador para sus intereses políticos (ya nos suena…) y la respuesta es la de siempre: toda la fuerza posible. 15.000 policías y guardias de frontera, perros, drones, helicópteros… a la detención y caza del migrante. La Unión Europea, con más de 400 millones de personas se blinda frente al “grave” riesgo de no poder acoger a 2.000 o 3.000 seres humanos.

En Santander, un par de docenas de migrantes albaneses que pretenden dirigirse a Reino Unido (donde no se les permite viajar como a nosotros), son estigmatizados y la Autoridad Portuaria reacciona instalando concertinas y cuchillas, justo ahora que se han retirado en Ceuta y Melilla.

La visión alarmista de la inmigración está muy ligada a la normalización de la crueldad y las medidas inhumanas en el abordaje de los procesos migratorios. Esto hace mucho daño a quien lo sufre, pero sin duda nos empobrece como sociedad

La visión alarmista de la inmigración está muy ligada a la normalización de la crueldad y las medidas inhumanas en el abordaje de los procesos migratorios. Esto hace mucho daño a quien lo sufre, pero sin duda nos empobrece como sociedad. Y es muy fácil caer en la normalización de la crueldad. Por eso es fundamental que, en nuestro día a día, nos posicionemos contra los discursos que propagan el alarmismo, la xenofobia y las falsedades en torno a los migrantes. Tenemos la responsabilidad ética de no ser pasivas y no dar por buenos esos discursos.

Conviene preguntarse qué consideramos “normal” en cada época. Hace un par de siglos era “normal” la esclavitud. Había razones económicas que la explicaban como necesaria. Hace menos era “normal” que las mujeres tuvieran menos derechos que los hombres (y era frecuente encontrar explicaciones de orden teórico y práctico que lo justificaban). Hoy, por ejemplo, seguimos viendo como “normal” que un hombre pueda consumir sexo pagando a una mujer, normalmente extranjera, que necesita el dinero. No nos escandaliza.

Un emigrante, como regla general, debe estar tres años en nuestro país hasta tener papeles (derechos). Antes no puede abrir una cuenta en el banco, no tiene derecho a alquilar un piso, a sacarse el carnet de conducir y, especialmente, no tiene derecho a trabajar, con lo que implica. Esto le ocurre a muchas de las personas con las que nos relacionamos a diario. Pero no pasa nada, porque esto es “normal” (si no tiene papeles, ¿qué quiere? ¿Tener derechos?).

El uso de concertinas para detener los procesos migratorios es un factor de crueldad que no solo implica un riesgo para la salud y la vida de quien siente la necesidad de traspasarlas, sino que nos hace retroceder en la lucha por la dignidad y el avance de los Derechos Humanos. No podemos considerarlo como “normal” porque es algo que nos hace peores a todos. El Defensor del Pueblo ha dicho de ellas que “son un sistema de una crueldad extraordinaria”. El Papa Francisco ha señalado al observarlas que “lloré porque no entra en mi cabeza, en mi corazón, tanta crueldad”. Por su parte, el secretario de Estado de Seguridad, Rafael Pérez, acaba de celebrar la retirada de concertinas de las vallas de Ceuta y Melilla señalando: “Se ha demostrado que es posible aumentar la seguridad eliminando elementos lesivos como las concertinas de las vallas”. Pero el presidente de la Autoridad Portuaria de Santander, Francisco Martín, se parapeta tras “sus técnicos” y apunta a que no hay alternativa a la crueldad.

Noelia Cobo, portavoz parlamentaria del PSOE en el Parlamento de Cantabria ha dicho que está “totalmente en contra de la instalación de concertinas en el Puerto de Santander”, pero no parece que vaya a hacer nada al respecto (podría iniciar una Proposición No de Ley, por ejemplo). En 2018, cuando el Puerto anunció que elevaría la valla, Pablo Zuloaga, entonces delegado del Gobierno y actual vicepresidente autonómico, declaró que elevar la valla sí, pero advirtió: “Sin concertinas”. Pero la actual delegada del Gobierno, Ainoa Quiñones, también del PSOE, se desmarca diciendo que el tema es competencia de la Autoridad Portuaria y rehúsa hacer declaraciones (se supone que tendrá su propia posición política, pero de momento no la hace pública y no recibe al grupo ciudadano que le ha pedido cita para conocerla).

Europa ha apostado por fortificar sus fronteras, externalizarlas cuando puede, y pretende que esa inhumanidad no le pase factura ni social, ni económica ni ambientalmente

Lo que ocurre en el Puerto de Santander no es sino una manifestación más de la realidad migratoria. Europa ha apostado por fortificar sus fronteras, externalizarlas cuando puede (pagando a otros estados para que “retengan” a los migrantes en campos y condiciones inhumanas) y pretende que esa inhumanidad no le pase factura ni social, ni económica ni ambientalmente. Europa se comporta como un entrenador que exprime a sus jugadores y les chilla, que no da oportunidades a los nuevos, que no escucha las señales de aviso que siempre surgen en el vestuario y las que vienen de fuera y, si se pierde el partido, echa a otros la culpa. El problema es que si la grada no reacciona, nada cambia.

La estrategia de fortificar el Puerto para conseguir al menos que se vayan a otro puerto solo conseguirá obligar a otros puertos a hacer lo mismo y obligar a los migrantes a buscar rutas cada vez más peligrosas y generar más dolor, como ya ha pasado en el Mediterráneo y está empezando a ocurrir en el Canal de la Mancha y tantos sitios. Pero no servirá para el objetivo que se propone el Puerto. No se puede decir un día que “un objetivo primordial es que no lleguen al barco, pero sobre todo, por encima de cualquier cosa, es que no se hagan daño, y viendo las cosas que están haciendo en los últimos tiempos, mucho me temo que un día va a haber una desgracia”, y acto seguido querer instalar 10 kilómetros de concertinas y cuchillas destinadas justamente hacia eso. No vale todo para un fin estratégico.

Nadie duda de que es un problema para el Puerto que un colectivo de migrantes quieran entrar irregularmente en su perímetro (podemos imaginar el problema de quien se ve obligado a migrar de esa manera) pero es inaceptable volver a la crueldad y al pasado para solucionar ese problema. Que un deudor no pague su deuda también ha sido un problema en la historia económica del capitalismo y en sus inicios el Derecho Romano llegó a amparar que el acreedor pudiera matar al deudor si este no pagaba. (Se veía “normal” tener que tomar medidas extremas para evitar que se propagaran los impagos…). Una sociedad moderna y democrática no puede amparar métodos crueles al amparo de su supuesta (y discutida) eficacia. No hace falta poner más ejemplos para no ofender ninguna inteligencia.

No a las concertinas. Sí a los Derechos Humanos. ¡Pasaje Seguro Ya!

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