Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Conociendo el pasado
Hay que tener mucha personalidad para iniciar una exposición con una cita que aún se mantiene vigente y terminarla con otra que, desafortunadamente, ha terminado por formar parte del pasado. Es lo que veremos en la muestra “Torrelavega en construcción”, que se puede visitar hasta el 25 de septiembre en la Sala Mauro Muriedas de Torrelavega.
A mediados del siglo XIX Torrelavega iniciaba un proceso de cambios que la fueron transformando en lo que es ahora. Al amparo de un crecimiento comercial que más tarde sería también fabril, la antaño pequeña villa comienza a medrar en habitantes e importancia económica, asomándose, vital, hasta los albores del siglo XX. Fue allí cuando se produjo el primer gran éxodo que llevó a muchos desde el interior de Cantabria hasta lo que en breve iba a ser ciudad, modificando de forma radical su aspecto y dejando huellas que aun hoy se pueden rastrear.
Curiosamente, y en contra de lo que cualquiera hoy pudiera pensar, en aquellos tiempos fue Torrelavega ejemplo de crecimiento racional, de arquitectura urbana con un toque sofisticado y una perfecta programación. Un milagro, visto lo visto. Y si alcanzó tal categoría casi inefable fue, en buena medida, gracias a los trabajos de un catalán llamado Pablo Piqué, maestro de obras en esa Torrelavega del cambio.
Precisamente de eso es de lo que nos habla la exposición, que viene a complementar un libro presentado hace un par de meses y escrito por Sara del Hoyo, donde se analiza hasta el último adoquín aquellos cambios que mutaron Torrelavega de villa señorial con espíritu agropecuario a floreciente ciudad que se abre a los nuevos tiempos. Se estaba plantando la semilla del siglo XX, el de Solvay, o Sniace… también el de la crisis de la reconversión industrial a partir de los ochenta, claro.
Lo bueno del libro es que es tan completo como ameno. Allí está todo lo que debemos saber sobre este periodo. Conoceremos la figura fascinante de Pablo Piqué, que tuvo el sueño de ver calles nuevas, servicios modernos, una ciudad luminosa y vitalista. Mejor. Veremos, también, los cambios que se producen en la Cantabria de la época, la importancia del ferrocarril, el surgimiento y consolidación de la pujante banca (primero santanderina, después también torrelaveguense), la omnipresencia de esa burguesía que iba desplazando poco a poco a la hidalguía tradicional de los puestos de relevancia. En economía, en política, en la misma sociedad. No se me asusten, aún podemos ver mucho de ello, y la repetición sincopada de apellidos entre aquellos pioneros y quienes hoy nos gobiernan desde cualquier punto de vista resulta, al menos, llamativa. Pero no señalaremos con el dedo. Al menos hoy no…
Decía que el libro es ameno, porque Sara escribe de forma rigurosa y (tan importante como eso, aunque a algunos les duela) escribe bien. Y con la de gente que hay en Cantabria escribiendo mal (algunos, muchos, fatal) pues tampoco está de más decirlo cuando alguien lo hace correctamente y con gracia. Así que la obra es una delicia, acompañada además de reproducciones que ayudan a entender mejor lo leído y suponen un gozoso dédalo donde el curioso vagabundea con una sonrisa en el rostro, mientras intenta identificar esta fuente, esa plaza, aquel cruce de caminos donde dio el primer beso…
Para eso, para perderse entre requiebros de mapas y planos, la exposición es aún mejor. Solamente con el monumental que encontramos nada más entrar hay para varias horas (yo tengo pensado llevarme una silla, para verlo cómodamente). Fotografías antiguas confrontadas con otras modernas, noticias sobre incendios y edificaciones de fábricas, planos de casas que hoy pensamos estuvieron siempre allí… Un placer para el curioso, un festín adicional para el interesado en lo que pasó hace mucho tiempo, que puede sentir cómo cada cambio tiene su razón, y la suma de todas ellas acaba conformando ese crisol que algunos se empeñan en llamar “Historia”.
Huelga decir que esta es una de esas cosas que hay que ver si tienes algo de inquietud cultural, si te produce un cosquilleo el saber de dónde venimos los que ahora estamos. Tampoco hay que recalcar que si eres de Torrelavega echar un ojo a la exposición, aunque sea a vuelapluma, aunque sea solo por ver las fotos y comparar con lo que tenemos ahora, es obligado. Porque, además, la entrada es gratuita, lo dejo aquí escrito por si alguno quiere buscarse excusas. Obligado. Y no pasará. Desisto se ponerme a hablar de la endogamia cultureta santanderina porque no es el momento ni el lugar (eso es para otro artículo, pero les adelanto que la mejor definición gráfica de lo que produce la endogamia la da Garth Ennis en “Predicador”, con abundancia de baba y lanzamiento continuo de excrementos) pero al menos podríamos reclamar la idea en Torrelavega. Aunque sea por conocer un poco más lo propio. O por postureo, vaya. Pero ver cómo era la ciudad, cómo se transformó en un determinado momento (que, a efectos históricos, es anteayer, no nos equivoquemos), cómo se ha ido conformando lo que ahora es en base a lo que antaño fue…bueno, creo que eso bien merece la visita. Yo ya fui. Y volveré, no tengan duda. Ustedes deberían hacerlo también.
Por cierto, decíamos que se abre la exposición con una verdad y se cierra con algo que ya no existe. Son sendas citas. La primera, del mismo Pablo Piqué, alude a lo desagradecida que puede ser la ciudad con los suyos, con quienes ayudaron a convertirla en lo que llegó a ser. La segunda, la que cierra el recorrido, nos habla de Torrelavega como un ejemplo de urbanismo amable y racional que es admirado por todos. Juzguen cuál de estas afirmaciones corresponde al pasado y con cuál podemos, aun hoy, sentirnos de acuerdo…
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