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Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

María ha dejado el grupo

María San Emeterio

Me pasa un poco como a la protagonista de 'Desayuno con Diamantes', que tengo una severa tendencia a escapar de la realidad. Asfixia, qué les voy a contar. La semana pasada caí en la cuenta, de repente, de que soy madre. Me pasó al igual que después de dar a luz. Esos primeros días en los que tenías que ir al pediatra cargada cual sherpa tibetano para pesar y medir asuntos varios, entre ellos, el diámetro de cabeza del recién nacido. Y entonces cogía el teléfono, le decía al telefonista del centro de salud, hola qué tal, que soy la madre de Fulanito. Y por un momento absurdo de mi boca salía lo leído en algún guion de sitcom, quedaba paralizada, soy la madre de alguien, luz roja, luz roja, como si no hubiera gestado a la criatura durante el período habitual de gestación que se cumple la mayor parte de las veces con poderosa armonía a nivel planetario.

El caso es que Fulanito, al que le siguió creciendo el perímetro craneal y al que ya no se lo miden, llegó a casa con los deberes. Santo trajín. Santo. Y la eme con la a pasó a ser ma en la postrimería de mis jornadas infinitas. Lo mismo sucedió con la ele y la a, que fue la, o no vean, la pe, oclusiva ella, explosiva en boca, como un vino imberbe, que en conjunción con la a dio paso a pa.

Así que me fui a ver a la profesora. No con el ansia de mostrarle mi más profundo rechazo a los deberes, sino para decirle, mira a ver, si ves que algo no funciona al modo en que debe funcionar dímelo antes de que finalice el trimestre. Sí, que la madre soy yo. No, esa señora tan guapa es la abuela. Ya, ya sé que no me ven nunca por aquí, yo soy la persona adulta que trabaja y paga la hipoteca y la luz y el gas y compra comida cuando tiene tiempo y también se hace cargo de las extraescolares y de la ropa que va encogiéndose sin que sea culpa de mi pésimo hacer con la lavadora.

No le dije a la mujer que se sentaba delante de mí que justo el día anterior me había encontrado con una de las madres del colegio, a las que no conozco demasiado, coincido con ellas en los cumpleaños y poco más, porque me salí del grupo de WhatsApp, María ha dejado el grupo, el mismo día de su creación alegando motivos profesionales (y de salud mental). El tema es ése, que me la encontré camino de una rueda de prensa en Peña Herbosa, y la señora, que se levanta a las tres y media de la madrugada para ir a limpiar oficinas, me saludó encantadora, había terminado su jornada, era mediodía, hacía sol y se iba a casa a hacer las camas antes de salir escopetada hacia el colegio, y al cabo de dos minutos lloraba, superada. Ella también había caído en la cuenta de que era madre.

Me dijo la profesora que muy bien, que había que leer cada día con esos niños a los que nos vincula la genética y enseñarles lo de la eme con la a, ma, porque lo mismo en las cinco horas que ella tiene para aleccionarlos pues no le da la vida, vete a saber, que son unos cuantos y no son todos igual de listos, de maduros sostengo yo, que soy muy de sostener cosas, a lo Pereira, y yo le dije, está bien, no soy capaz de dejar sin hacer las cosas que tengo que hacer, pero creo que esto es excesivo, seis años, una hora de deberes, venga a echarme una mano para bañarle mientras hago la cena.

Ella me miró con pena. Seguro que pensó que sería un avance si dejáramos todas de reproducirnos. Y me dijo que estaba capacitada para hacerlo. Para apoyar las horas de trabajo que no le daban de sí e introducir a Fulanito en el fascinante mundo de la lectura. Porque ella tampoco se dedicaba a pintar casas, pero que si tenía que ponerse pues ahí que iba más que ufana, rodillo en mano, y acicalaba las paredes sin sudar una gota.

¡Ah, la realidad! Pues eso. Que si Holly Golightly acudía puntual a su cita con Tiffany para calmar sus reality bites, yo hago lo propio con la Vogue o la Elle, con la vida de ensueño de las egobloggers, y me escabullo entre abrigos de Burberry, faldas de Isabel Marant, bolsos de Chanel y paseos por San Petersburgo. Porque a fin de cuentas, yo ya tengo mi propia Moon River (con ecos de madre; es decir, de enorme bostezo).

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