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Tamara, tras superar el mismo cáncer tres veces: “No somos conscientes de la suerte que tenemos hasta que pendemos de un hilo”

Tamara en el hospital durante su último tratamiento contra el cáncer.

Celia Álvarez

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Tamara Alonso Galnares (Campollo, 1988) ha superado hasta en tres ocasiones la leucemia linfoblástica aguda infantil, un tipo de cáncer que afecta a la sangre pero rara vez se manifiesta en adultos. Fue un caso tan excepcional, que los médicos que la habían visto tiempo atrás tuvieron que revisar porque “nadie se creía que la misma Tamara que entró con dos años hubiera vuelto, después de dos décadas, con el mismo cáncer”.

El infierno empezó cuando Tamara tenía tan solo dos años y unas petequias comenzaron a cubrir su rostro. Desde entonces, el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla en Santander se convirtió en su “segunda casa”. “Les debo todo”, dice con firmeza esta joven en el Día Mundial contra el Cáncer.

Cinco años después, la lebaniega tuvo su primera recaída. “Siempre estaba mala, pasaba muchísimo tiempo en el hospital, vomitaba muchísimo, se me caía el pelo, sangraba mucho por la nariz…”, rememora. Pero lo peor de esos dos años de tratamiento, sin duda, fue “el dolor de los pinchazos para sacarme el líquido medular del esternón y de la cadera, que se hacía sin anestesia”.

“Nunca me sentí discriminada”

No obstante, Tamara asegura tener “muy buen recuerdo de todo ello” y pone en valor el excelente trato de sus compañeros en el colegio, a pesar de no llevar peluca ni pañuelo sobre la cabeza “porque para mí no tener pelo era algo normal”. “Nunca me sentí discriminada, siempre estuve muy arropada”, comenta con gratitud.

Su estancia en el hospital no fue para menos, ya que de ella recuerda lo mucho que jugó con los médicos y con el resto de niños. “Los niños no hablamos de lo malitos que estamos. Jugamos, pintamos, se hacen muchos dibujos de ‘Somos fuertes’… Hay mucho positivismo”, revela.

En aquella ocasión, no encontró donante porque no hubo nadie compatible en su entorno para llevar a cabo el trasplante y le realizaron un autotrasplante en el que “todo fue fenomenal”. El cuidado y el cariño que sintió cuando estuvo en el hospital la empujaron a estudiar Enfermería. “Quería devolver a la gente la mitad de lo que yo sentí”, expresa agradecida.

Caída al abismo

Sin embargo, después de 20 años “sana y feliz de la vida”, Tamara comenzó a encontrarse mal mientras trabaja como enfermera en el centro de salud de Potes. “De repente no sentía un brazo, me caía de lado, no reconocía a mis compañeros del trabajo y pensaron que me estaba dando un ictus”, relata.

Una vez en el hospital, le diagnosticaron una hemorragia cerebral, “algo muy raro en una persona que no tiene ningún tipo de antecedente para tener eso, porque yo tengo muchas cosas pero ninguna relacionada con algo así”, comenta sobre lo extraño que le pareció recibir aquella noticia. En ese momento, empezó la caída al abismo. Otra vez.

“Cuando me mandaron a hematología se me cayó el mundo porque yo sabía a lo que iba. Estaba acojonada. A mi madre le dije que se acabó, porque era otra vez vivir en el hospital y volver a pasar por lo mismo tanto yo como mis padres”, confiesa. “Las opciones eran un tumor cerebral o una leucemia, y aunque las dos son una putada, yo prefería la leucemia porque ya la conocía”, dice tajante. Y así fue. Le diagnosticaron de nuevo la misma leucemia, un caso “extraño” porque “no se da en adultos”.

De hecho, fue un caso tan excepcional que los médicos que la habían visto estos años “subieron a planta porque nadie se creía que la misma Tamara que entró con dos años hubiera vuelto, después de 20 años, con el mismo cáncer”. “Me dijeron que no existían datos de que esto hubiera ocurrido antes con el mismo tipo de leucemia”, añade. “Se cree que una célula quedó bailando y fue a parar a mi cerebro”, detalla. De aquella época, ensalza la ayuda fundamental de su pareja, que fue “quien nos sacó a todos hacia delante”, y la implicación de todos los lebaniegos, que “se volcaron” al enterarse de su segunda recaída en la enfermedad.

“Si te conozco, te debo la vida”

Tamara tenía apenas cuatro meses para encontrar un donante cuya sangre compartiera diez características coincidentes con la suya. Fue en ese período cuando apareció “mi superhéroe”, del que solo conoce que era un hombre, menor de 30 años, que vivía en España. “Solo puedes mandar una carta de agradecimiento sin poner nada que te identifique, la cual es revisada por un tribunal médico”, concreta. De este modo, se preserva que las personas se hagan donantes por la vocación de ayudar sin recibir nada a cambio.

“Si yo te conozco, te debo la vida. ¿Por dónde empiezo? ¿Dónde ves el límite? Vas a hacer algo que ni los médicos pueden hacer. Tienes más poder en tu sangre que los médicos con toda la medicina del mundo”, recalca.

“Mi objetivo en la vida es vivir”

Hoy en día, las secuelas de la enfermedad impiden que Tamara pueda ejercer como enfermera, por lo que es voluntaria en Cruz Roja y en diversas asociaciones contra el cáncer. Para ella, “es muy importante querer vivir y salir del cáncer, querer curarte, querer seguir hacia delante”, aunque defiende que “tienes todo el derecho a enfadarte con el mundo porque nadie se lo merece, pero también tienes que pensar que has tenido la mala suerte y te ha tocado. Tienes dos opciones: luchar o dejarte”.

“Cuando una persona es positiva, aceptas mejor los tratamientos. Sin embargo, cuando estás deprimido, no tienes ganas de comer. Si no comes, el cuerpo se debilita, las defensas bajan y el tratamiento se acepta peor”, sostiene. “Yo no sé si en un mes o un año me pueden detectar otro cáncer. Sé y asumo que tengo mucho más riesgo que otra persona”, manifiesta, pero también subraya que “mi objetivo en la vida es vivir” y “estoy dispuesta a seguir haciéndolo”.

Además, la lebaniega realza la importancia de los controles rutinarios que facilitan la detección precoz del cáncer. “No somos conscientes de la suerte que tenemos hasta que pendemos de un hilo y podemos caer al vacío”, reflexiona.

¿Qué significa ser donante de médula ósea?

El trasplante de médula ósea es la única esperanza de muchas de las 6.400 personas a las que diagnostican leucemia cada año en España, así como otras enfermedades de la sangre, y tres de cada cuatro pacientes no tendrá un familiar compatible.

El proceso es relativamente sencillo: consiste en sustituir las células enfermas del paciente por células sanas de un donante. De todos modos, la información sobre la donación es densa y requiere una lectura relajada, por lo que es recomendable informarse de manera extensa para tomar la decisión de hacerse donante de médula ósea con tranquilidad. La donación de médula ósea es ofrecer tu ayuda anónima y altruista a cualquier paciente del mundo que lo necesite.

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