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Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.

Todos somos el Valle de los Caídos

Rafael Reig

A mí también me ha interesado mucho el artículo de Ignacio Escolar y he leído con atención los comentarios. Como de costumbre: ellos y nosotros. Ellos son los “herederos del franquismo”; nosotros, unos angelitos, que reclamamos la herencia de una República sensata, aseada y progresista, el clásico abuelito encantador, pero inventado. Pues bien, el caso es que tengo mis dudas de que ése sea el argumento de la película.

La Transición comienza hacia 1972, el día en que Vernon Walters, embajador volante de Estados Unidos, se entrevista con Franco (y muchas otras personas) para asegurarse de que el plan diseñado en Langley y en el Departamento de Estado puede funcionar en un lejano y pintoresco país como España. (Y funcionó, desde luego, al milímetro. Quien esté interesado puede leer Las claves de la transición 1973-1986 (para adultos), de Alfredo Grimaldos. Pero eso es otra historia).

Franco le dijo entonces al americano una frase que merece ser recordada: “Mi verdadero monumento no es aquella cruz en el Valle de los Caídos, sino la clase media española”.

Tenía toda la razón aquel tirano retaco y de aflautada voz que se hacía llamar Caudillo al ofrecer a Vernon Walters la clase media como garantía de que, tras su muerte, aquí no iba a pasar nada. La acogedora clase media franquista siempre elegirá el orden antes que la libertad; la reforma, frente a la ruptura; el consenso, en lugar del enfrentamiento. Así nos ha ido y así nos va. Con decir que aquí se sigue votando al PSOE sólo por miedo (a la derecha) está todo dicho. Grabados al encáustico tiene la clase media en su alma (de cántaro) los dos principios del franquismo: tú no te signifiques, y tengamos la fiesta en paz.

Pues bien, esa clase media somos nosotros, amigos. No todos, pero sí muchos de los que aquí escribimos. Hijos del desarrollismo de los sesenta y amamantados con los timoratos valores de los XXV Años de Paz, esa celebración que maquinó Fraga y presidieron juntos Franco y el que ahora es Juan Carlos I.

Los herederos del franquismo (también) somos nosotros, me temo. Y por supuesto el PSOE, un partido creado (en Suresnes) con la finalidad de expulsar de la Transición a la izquierda (los comunistas).

Ese abuelito republicano tan razonable y conciliador al que hay que adherirse y el papá franquista al que hay que rechazar componen una herencia mancomunada la mar de presentable y progresista.

Hay otra herencia, pero no viene de aquella República burguesa y bienintencionada, sino de la lucha obrera y revolucionaria, de esa otra República en la que se quemaban iglesias y se les daba su merecido a los señoritos. A ver si me explico con un ejemplo: una vez le oí decir en Gales a Antony Beevor: “La guerra la ganaron los franquistas y hubo cuarenta años de dictadura. Si la hubieran ganado los republicanos, la dictadura habría durado hasta 1989”. Es decir, hasta la caída del muro de Berlín. Ésa es la República cuya herencia nadie reclama ni siquiera a beneficio de inventario.

Hay otra herencia, pero ¿quiénes son sus herederos? Que levanten la mano.

No, desde luego, la clase media. No, nosotros. No, los partidarios del consenso y de la transacción.

La clase media, como los gases nobles, tiende a ocupar todo el espacio disponible; y el gran éxito franquista fue persuadir a una parte nada pequeña de la población de que eran clase media. En otras palabras, destruir la conciencia de clase.

Podemos retirar estatuas y hasta volar con dinamita la cruz de granito del Valle de los Caídos, pero el verdadero monumento funerario de aquel general despiadado sigue en pie. Mirad: somos nosotros.

Como en aquel famoso telegrama, bien podríamos decir: “El enemigo está dentro. Disparad contra nosotros”.

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