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Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.

‘El vicio del poder’, de Adam McKay: Maquiavelo entre bastidores

El vicio del poder

Dolores Sarto

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“Cambió el curso de la historia para millones de personas y lo hizo como un fantasma…”

Dick Cheney llegó a ser una especie de rey absolutista en la corte del presidente de George W. Bush. Un tipo todopoderoso que contó con el cinismo y la astucia suficientes como para colarse en la cumbre del poder sin que se notara del todo. El cineasta Adam McKay le vio hechuras de protagonista y decidió enfrentarse a su retrato recuperando el lenguaje vivo y mordaz que tan buenos resultados le dio en ‘La gran apuesta’. Un film donde, por cierto, se metió con fortuna en el barrizal de la burbuja económica y las hipotecas subprime. En esta ocasión, decide bajar a las cloacas del poder impulsado por el mismo tono sarcástico, a bordo de un ritmo trepidante y un montaje en permanente estado de rebeldía. Y logra una película divertida, aterradora e inteligente, pero de la que se podría esperar más, dada la trascendencia del personaje.

Sencillamente, el interés del espectador acaba oscilando como un péndulo. Así, nos encontramos con una primera parte de la película donde la narración parece dar tumbos. Se retrata a un personaje en meteórico ascenso profesional y político sin que se llegue a comprender del todo qué le está sucediendo. Sabemos, eso sí, que el vicepresidente más célebre de la historia de los EEUU fue un hombre hecho a sí mismo, falto de ambición en origen, sin ningún tipo de escrúpulos y cuya épica comienza con una humillación que parece no tener tampoco demasiada importancia en su biografía: su expulsión de la de la Universidad de Yale. En segundo lugar, se nos deja claro que cuenta con esa ‘gran mujer’ que, como reza el ‘refranero patriarcal’, permanece detrás de todo hombre de ‘dimensiones XXL’. Porque el guion lanza ciertas señales condescendientes al descubrirnos a la esposa del futuro gran político, Lynne (Amy Adams). Una mujer extraordinariamente inteligente, pero según la película, una ambiciosa manipuladora también entre bastidores.

Más tarde, a medio camino, el film sufre una transformación y parece cobrar vida a un ritmo deslumbrante. Entonces, Cheney comienza a parecernos otro. Deja de ser un ‘burócrata-autómata’ gris y aparece el político de peso, el que da auténtico pavor. El Maquiavelo de Nebraska que se convierte en el 46º vicepresidente de los Estados Unidos (2001-2009).

Simbolismos, giros de guion y sorpresas

La narración, entonces, mejora notablemente. Surgen comentarios y digresiones que cuentan con ingenio capítulos tremendos de la historia reciente de los Estados Unidos y de todo el planeta. Asoman giros de guion que sorprenden al espectador y unos títulos de crédito que se despistan con muy buen tino. Incluso se permite el lujo de establecer paralelismos cargados de cierto simbolismo facilón, pero que funcionan, resultando ocurrentes. Ahí está, por ejemplo, el Señor W. Bush haciendo su particular ‘pacto con el diablo’, en el que el pescador Cheney pone sus condiciones antes de convertirse en su escudero en las siguientes elecciones presidenciales. Un trato, una caña de pescar y un futuro presidente que, por cierto, evidencia en la película una interesante relación con su padre.

Como ocurrió en la anterior producción de McKay, ‘El vicio del poder’ cuenta con un plantel de primeras figuras de la industria de Hollywood. Nos encontramos a Sam Rockwell procurando proporcionarle ‘cierta coherencia’ al personaje del señor Bush y a Steve Carell interpretando a otro ‘gestor’ todopoderoso de la época, Donald Rumsfeld. La actuación de Amy Adams, perfecta como siempre, no resulta tan apasionante como se podría esperar de una nominación al Oscar a la Mejor Actriz y de una intérprete de su talla.

Es Bale quien se apropia del espectáculo, aunque tampoco brinda la mejor de sus caracterizaciones. Está imponente, eso sí, siguiéndole los pasos al político: en su postura corporal, en sus gestos, en su manera de hablar, en un idioma cercano al susurro sibilino, y sumergido en un maquillaje muy logrado. Su transformación física es monumental (el actor ganó 20 kilos), aunque él prefiera quitarle mérito al asunto. Como cuando agradeció su Globo de Oro al Mejor Actor diciendo que le debía la inspiración al mismísimo Satanás. Otro tipo en la sombra.

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