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Espacio de divulgación científica y tecnológica patrocinado por la Universidad de Alcalá (UAH), con el objetivo de acercar el conocimiento y la investigación a la ciudadanía y generar cultura de ciencia

Etimología o por qué las palabras o el nombre de tu pueblo no son lo que parecen

Foto: Europa Press

Carmen Bachiller

A veces recurrimos a la Etimología para explicar el origen o el significado de las palabras y resulta que no siempre lo hacemos bien.  Ninguna palabra es como es de forma arbitraria porque, al menos desde un punto de vista histórico, todas están motivadas. En la lengua, no todo es lo que parece.

“La etimología es ciencia, pero está sujeta a muchas interpretaciones o imaginaciones fáciles”, dice el profesor de Filología Románica de la Universidad de Alcalá, Jairo J. García. Además no es sencillo conocer el origen de muchas palabras pues la ciencia etimológica no ha logrado esclarecer todavía su motivación. En ello están los investigadores.

La etimología es muy ilustrativa. Nos permite comprender el valor original de las palabras y se convierte, por ello, en una fuente inagotable de cultura y de conocimiento. El primer ejemplo lo tenemos en el propio término ‘Ciencia’ que procede del latín Scientia y que a su vez deriva del verbo Scire (‘Saber’). Apuntamos un primer error: vincular la Ciencia solo la Tecnología puesto que “no todo tiene que ver con cuestiones técnicas o con las Ciencias Exactas o Experimentales, sino que caben, y muy bien, las Humanidades”.

“Buscamos el conocimiento de manera científica y rigurosa también en la etimología y en el instrumento de comunicación del que se nos ha dotado: la lengua, porque tiene mucho interés conocer el significado original de las palabras que la componen”. Eso no quiere decir que haya que llevar la etimología al extremo, como sucede con “la falacia etimológica” que diría la lingüista Elena Álvarez Mellado, a la que cita el profesor. “Hoy damos significados a las palabras que no tienen por qué coincidir con su etimología”.

Con el profesor nos adentramos en las motivaciones de algunas palabras o expresiones que hoy utilizamos, a las que no les solemos otorgar el origen que tienen y nos explica algunas curiosidades.

1.- El movimiento feminista y la ‘sororidad’

Sororidad deriva de la palabra soror (hermana en latín) y hoy lo relacionamos con la ‘relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento’.

Sin embargo, en su origen indoeuropeo (del que surgieron el latín y la mayor parte de las lenguas europeas) la palabra soror tiene un importante componente patriarcal, ya que hace alusión a la ‘pariente propia’ (el primer componente del indoeuropeo 'swe-sor' es el mismo que el del posesivo 'suus'), frente a uxor  ‘esposa, pariente traída’. 

 “Aun así ha dado lugar al término con el que las mujeres se unen en defensa de sus derechos”, dice el investigador. Toda una paradoja que, por lo dicho antes sobre la falacia etimológia, no lo invalida como término.

2.- El curioso origen de hijo como ‘mamón’hijo

La palabra hijo en español procede del latín filius (‘que mama, mamón’, de acuerdo con su base en la lengua indoeuropea, *dhé-, que significa ‘mamar’, ‘chupar’).

“Es decir, todos somos unos mamones en tanto que somos hijos de nuestras madres), señala el investigador. ”De la misma base con el valor de ‘mamar’ han surgido otras palabras como fémina (> hembra), felación, felicidad, feto…“.

3.- El falso mito de la ‘sangre azul’

Es curioso el origen de la expresión ‘sangre azul’ vinculada al ‘linaje noble’. Su origen viene motivado por la interpretación errónea de un texto del historiador romano Tácito en las traducciones de humanistas españoles de comienzos del siglo XVII, que terminó exportándose a otras lenguas europeas.

La expresión caelesti sanguine ortam (‘nacida de su sangre celestial’) dio lugar a hablar de sangre celeste como equivalente de ‘sangre divina’. El profesor explica que “pasó a relacionarse con el color azul, por la polisemia del adjetivo celeste y eso pone en evidencia la vacuidad de posteriores interpretaciones, como la más usual: piel pálida, no curtida por el trabajo en el campo, de los aristócratas y miembros de la realeza, deja traslucir el color azulado de sus venas”. 

Topónimos toledanos o por qué Chueca no es solo el barrio LGTBI de Madrid

Si todas las palabras están motivadas, los topónimos (es decir, los nombres propios que denominan los lugares geográficos) todavía lo están más. No tienen significado, pero sí tienen una motivación que explica por qué los topónimos son esos y no otros y por qué adoptan una forma determinada. Muchas veces se cae en “etimologías populares” nada científicas cuando se trata de explicar su origen y motivación.

1.- Consuegra. No, no tiene que ver con la madre política. Este topónimo procede de Consabura, cuyo origen está en una lengua prerromana que haría alusión al río hoy denominado Amarguillo. Consabura acabó evolucionando hacia una palabra fonéticamente cercana y más conocida: Consuegra.

2- Bargas. Su nombre se debe a las cuestas o pendientes que caracterizan el terreno. El gentilicio, derivado del topónimo dio lugar al sustantivo bargueño (‘mueble de madera con muchos cajones pequeños y gavetas…’). En este caso, la curiosidad es que el topónimo, a través de su gentilicio, terminó creando otra palabra.

3.- Chueca. Hoy el lugar más conocido con este nombre es el barrio madrileño más emblemático para la comunidad LGTBI pero lo que poca gente sabe es que ese topónimo urbano, convertido en símbolo de ambiente liberal y de libertad sexual, procede en último término de otro topónimo, el de la localidad toledana homónima, cuya población apenas pasa de los 200 habitantes.

El desdoble y traslado del topónimo chocano de la provincia de Toledo hasta el madrileño –y hoy casi universal– de Chueca no se habría producido sin la mediación del compositor de zarzuelas Federico Chueca, cuyo apellido, proveniente del pueblo toledano, es propiamente el que pasó a denominar la plaza (Plaza de Chueca), y esta, por extensión, acabó dando nombre al barrio.

Curiosamente, el primigenio topónimo toledano procede del ár. suwayka, diminutivo de sūq (plaza, mercado) por lo que en una curiosa vuelta de tuerca podríamos llegar a decir que el de 'plaza de Chueca' es un nombre tautológico o redundante. 

4.- Numancia de la Sagra

 La población toledana se llamó en otros tiempos ‘Azaña’ pero este último topónimo fue sustituido por coincidir con el apellido del presidente entonces de la República Española . “Estamos ante un viaje toponímico, que fue interpretado en el sentido equivocado, y que sigue dando mucho que hablar”. El profesor recuerda que Azaña era el nombre de la localidad que, desde el 19 de octubre de 1936, tras la conquista del lugar por las tropas sublevadas durante la Guerra Civil, pasó a denominarse Numancia de la Sagra.

En realidad, el nombre del pueblo no procedía del político sino justo al revés, era el apellido el que procedía del topónimo (cuya etimología es árabe).

La elección del nombre de Numancia de la Sagra tuvo que ver con el nombre del regimiento militar que tomó la villa que, además, tenía reminiscencias heroicas por el recuerdo de la antigua ciudad arévaca que resistió el asedio de los romanos.

5.- Gerindote

En torno a esta población existe una leyenda, muy inocente, que trata de explicar a partir de una forma actual el origen del topónimo: un moro llamado Gerín, poseedor del lugar, lo dio como dote al casarse una de sus hijas; esto es, lo dio “Gerín de dote”, de donde “Gerindedote” y finalmente “Gerindote”. El topónimo, en realidad, tiene un étimo árabe, pues es la solución fonética final de la adaptación y evolución del topónimo compuesto de origen árabe Ŷinān Dāwūd  (el jardín o el huerto de David).

6.- Quismondo

 Hay quien ha señalado, de manera aún más ingenua, que la procedencia de este topónimo se debe a un breve diálogo entre alguien que pelaba una fruta y su interlocutor:

- ¿Qué haces, Quis?

- Mondo

El topónimo, en realidad, remite a un antropónimo ( nombre de persona) de origen germánico.

7.-  Buenasbodas

Aunque podría parecerlo, este topónimo no tiene relación alguna con enlaces matrimoniales. Esa ha sido la interpretación que fácilmente se le ha dado por parte de aquellos que se han parado a pensar en su origen, sin mayor profundidad.

Se ha llegado a decir incluso que el topónimo se debía a la celebración de una única ceremonia para casar a siete parejas, y que, como las bodas resultaron muy bien, de ahí en adelante el lugar pasó a recordarse con tal denominación. La motivación, por el contrario, parece estar en la abundancia de eneas o espadañas que se podían encontrar en la zona.

Sería un lugar abundante en aguas, pues Buenasbodas es una palabra compuesta a partir del latín bonas budas, plural de la palabra latina buda (enea, espadaña), junto con el adjetivo bonas (buenas).

Las redes sociales, “instrumento de influencia lingüística”

Las redes sociales complican el papel de la etimología? El profesor no cree que este sea un ámbito en el que se deforme la lengua o la etimología pierda valor: “En las redes sociales hay de todo y también usuarios con buenos conocimientos etimológicos que favorecen su difusión y su valor”. Por otro lado, “que se usen acortamientos de palabras, también en los wasaps, no es censurable si tenemos en cuenta el canal, y siempre que en un contexto formal se escriba correctamente”.

Lo que sí provocan es el surgimiento de nuevas palabras. “Son tendentes a hacerlo. Hay estudios sobre cómo Twitter favorece algunos usos sintácticos, o introduce innovaciones en el léxico, que es el nivel más permeable. La lengua está en continua evolución y las redes sociales, como los medios de comunicación, la pueden favorecer. No deberíamos tratar de frenar el cambio pensando que lo correcto es inamovible”.

En este sentido, destaca la influencia que pueden ejercer determinadas personalidades a través de las redes sociales. “Las redes permiten que los contenidos lingüísticos lleguen a más gente y los cambios se producen porque hay más interacción, más comunicación. Las redes sociales son un importante instrumento de influencia lingüística”.

Por qué los diccionarios a veces no explican bien el origen de las palabras

Si hay un diccionario de referencia es el Diccionario de la Lengua Española (DLE) de la Real Academia Española (RAE) y de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). En él comprobamos que casi cada palabra lleva una breve explicación etimológica y eso, dice el profesor, “está muy bien porque permite al usuario saber qué origen tienen o de dónde proceden casi todas las palabras”. Sin embargo, no siempre aclaran bien su origen, porque hay palabras para las que se siguen dando étimos tradicionales y no se recogen las últimas propuestas.

El profesor pone como ejemplo la palabra cuerdo (‘juicioso’), que el diccionario relaciona con cor, cordis ‘corazón’. “La etimología no debe ser esa, puesto que el étimo es el latín cordus ‘tardío’, vinculado también a las muelas del juicio o cordales, que lo son porque aparecen tardíamente. Se relaciona el juicio, la sensatez, con el hecho de que aparezca tardíamente con la edad y la experiencia”.

Otro ejemplo notable es el de subir, cuyo étimo, el latín subire, el diccionario lo interpreta como ‘acercarse a un lugar alto desde abajo’, ya que contiene un prefijo sub- al que hoy le damos el valor de ‘bajo’. No obstante, ese sub- tiene en el verbo latino el valor originario y etimológico de ‘hacia arriba’ (como en sublevar, soportar, sublime, sumo, etc.), equivalente y hermano del up del inglés. El valor actual de sub- es derivado ya en latín a partir del original, puesto que lo que va hacia arriba está abajo. Subire era, simplemente, ‘ir hacia arriba’ y no es necesario explicar su significado mediante ese circunloquio.

Gracias al avance de la Etimología como ciencia “se ha conseguido averiguar la verdadera procedencia de palabras, cuyo origen se desconocía o se interpretaba erróneamente. No obstante, nos quedan muchas cosas por averiguar y por decir. Sigamos haciendo ciencia”, concluye.

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