El acoso escolar: un veneno que mata

En un mundo que presume de avances tecnológicos y sociales, Sandra, una niña de 14 años, desistió de la vida el pasado 15 de octubre en Sevilla, víctima de un acoso escolar implacable que nadie detuvo a tiempo.

Sandra, una adolescente llena de sueños, con una sonrisa inmensa, soportó en su colegio insultos, burlas y aislamiento. Su familia denunció el bullying repetidamente, pero el centro educativo, en una negligencia imperdonable, no activó el protocolo antiacoso. Desesperada, comenzó a autolesionarse, pidiendo ayuda en silencio. Finalmente, desde el balcón de su hogar, decidió poner fin a un sufrimiento que era insoportable. Esta no es solo una noticia; es un puñal al corazón de nuestra sociedad, un recordatorio brutal de que el acoso no es una “cosa de niños”, sino un veneno que mata.

He dedicado años de mi trayectoria académica y activista a denunciar esta lacra. He publicado decenas de artículos y reflexiones sobre el acoso escolar, el edadismo, la salud mental y la justicia de género. Mis trabajos, basados en investigaciones rigurosas y testimonios reales, han destacado cómo el bullying no solo destruye vidas individuales, sino que erosiona todo el tejido social.

En España, según datos del Ministerio de Educación, uno de cada cuatro menores sufre acoso escolar, y las tasas de suicidio entre jóvenes han aumentado un 20% en los últimos cinco años. Pero estos números fríos no capturan el terror: el nudo en la garganta al llegar al colegio, el aislamiento en el recreo, las noches en vela por el ciberacoso que invade hasta el refugio del hogar.

Este suicidio no es un “accidente aislado”; es el resultado de un sistema fallido. Los protocolos antiacoso existen en papel, pero fracasan en la práctica por falta de formación, recursos y voluntad. En mi experiencia como docente premiada por innovación educativa y defensora de los derechos humanos, he visto cómo el acoso se ceba especialmente con niñas y adolescentes vulnerables, agravado por desigualdades de género y edad.

Ha llegado el momento de actuar. Es necesario reformar la legislación de inmediato para endurecer las leyes y penalizar como delito la inacción ante denuncias de acoso. Los centros educativos deben rendir cuentas públicamente y la Fiscalía actuar con celeridad ante cada denuncia. Además, urge implementar formación obligatoria en escuelas con programas de educación emocional, convivencia y prevención del acoso, acompañada de evaluación y auditorías anuales. Se requieren programas de apoyo psicológico gratuito para las víctimas y sus familias, con líneas de ayuda que garanticen una asistencia real y reconozcan la salud mental como un derecho humano esencial. También debemos lanzar campañas nacionales de sensibilización donde los medios de comunicación amplifican voces como la mía y la de las familias afectadas, invirtiendo en iniciativas que fomentan la empatía más allá de fechas señaladas como el Día Internacional contra el Acoso Escolar.

Sandra ya no está, pero su partida debe ser el catalizador del cambio. En su memoria, y en la de tantas otras víctimas silenciadas, exijo a las diversas autoridades que actúen ya. No más excusas, no más indiferencia. El acoso mata, y nosotros, como sociedad, somos cómplices si no lo detenemos. Necesitamos coraje, resiliencia y libertad, valores que guían mi trabajo diario. Por Sandra, y por todos los que no pudieron gritar: ¡Basta ya!