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En Castilla-La Mancha, tierra de horizontes amplios donde el viento mueve molinos y voluntades, todavía hay realidades que el silencio intenta esconder. Una de ellas es la que viven miles de personas con discapacidad y sus familias, que cada día empujan las puertas del mundo para que se abran… y muchas veces siguen encontrándolas entrecerradas. Hoy, Día Internacional de las Personas con Discapacidad, no celebramos una fecha: celebramos una causa. No reivindicamos un colectivo: defendemos a la ciudadanía. No pedimos favores: exigimos derechos humanos. Porque los derechos no son negociables, porque la dignidad no se pide, se respeta, y porque la inclusión no es un eslogan, sino una obligación ética y legal.
En nuestra región, que ha demostrado a lo largo de los años una creciente sensibilidad hacia las personas con discapacidad, lo cierto es que quienes recorremos centros educativos, asociaciones, pueblos y barrios lo sabemos bien: queda mucho por hacer. Seguimos encontrando a jóvenes que no pueden acceder a estudios o empleos adecuados por falta de apoyos, familias agotadas por trámites interminables, personas con discapacidad intelectual que aún deben “demostrar” lo que al resto se le reconoce de manera inmediata, pueblos sin accesibilidad mínima y cuidados invisibles que recaen casi siempre sobre las mismas personas: las mujeres. Estamos mejor que hace veinte años, pero cuando hablamos de derechos humanos, “mejor” nunca es suficiente.
Quien ha trabajado, convivido o acompañado a personas con discapacidad sabe que no hablamos de carencias, sino de potencias. Hablamos de creatividad, de resiliencia y de una manera distinta —y profundamente humana— de mirar el mundo. En estas tierras nuestras, donde el esfuerzo es parte de la identidad colectiva, las personas con discapacidad nos enseñan que la grandeza de una comunidad se mide por la manera en que trata a quienes encuentran más barreras en su camino. He visto en aulas rurales a niños que incluyen sin preguntar, a jóvenes con discapacidad levantar proyectos que otros consideraron imposibles y a personas que, pese a la discriminación o al abandono institucional, siguen defendiendo con fuerza su derecho a un futuro digno. No hay mayor lección de coraje ni mejor motivo para seguir luchando.
La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad nos recuerda que la exclusión no nace de las limitaciones personales, sino de las barreras sociales, culturales y estructurales. Y esas barreras —aunque duela admitirlo— siguen presentes en Castilla-La Mancha: autobuses inaccesibles, comunicaciones incompletas, falta de apoyos para una vida independiente, prejuicios que se disfrazan de buena intención y políticas que aún no acompañan con la intensidad que requiere la justicia social. La Agenda 2030 lo resume en un mandato inapelable: no dejar a nadie atrás. Y eso incluye a la Castilla-La Mancha rural, a los pueblos pequeños, a las familias sin recursos y a las personas con grandes necesidades de apoyo, que continúan siendo invisibles para la administración y, a veces, para la propia sociedad.
Este 3 de diciembre no queremos aplausos; queremos compromisos reales. Pedimos valentía a los gobiernos, coherencia a los responsables públicos, empatía activa a la ciudadanía y sensibilidad sostenida a los medios de comunicación, cuyo altavoz puede cambiar destinos. Necesitamos una región accesible, donde cada municipio sea transitable para todos; inclusiva, donde la escuela garantice de verdad el derecho a aprender juntos; justa, donde trabajar no sea un privilegio, sino un derecho accesible; y libre de prejuicios, donde la discapacidad deje de verse como una excepción y se reconozca como parte legítima de la diversidad humana. La inclusión no se construye con discursos, sino con presupuestos, políticas mantenidas, formación, respeto y actitudes que se revisan día a día.
Castilla-La Mancha puede ser referente. Tenemos profesionales extraordinarios, familias incansables, asociaciones que actúan como auténticos sistemas de apoyo, jóvenes que no entienden de etiquetas, docentes que hacen milagros en aulas sin recursos y personas con discapacidad que demuestran una y otra vez que el problema nunca fue su capacidad, sino la mirada que se les imponía. Por todo ello, hoy afirmamos que nuestras diferencias no deben separarnos, sino unirnos; que la discapacidad no puede volver a ser excusa para negar derechos; y que nuestra región debe ser ejemplo de una humanidad que no abandona a nadie. No podemos esperar otros cincuenta años para comprobar que el esfuerzo ha valido la pena. El momento es ahora, el compromiso es aquí y la responsabilidad es de todos. Que este 3 de diciembre no sea solo un día, sino un punto de inflexión hacia la igualdad real.
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