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El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente viene confirmando a través de sus Informes “GEO” el cada vez más acusado deterioro ambiental de nuestro Planeta: el calentamiento global, la deforestación o la pérdida de biodiversidad, por citar sólo algunos ejemplos y que deberían ser nuestras preocupaciones inmediatas.
Son síntomas de que la crisis ecológica ha alcanzado una dimensión planetaria y está provocando un cambio global y de ahí la creciente conciencia de que el vigente modelo de desarrollo no puede perdurar (insostenibilidad). Pero a pesar de las evidencias, todavía se cuestionan las relaciones causa-efecto entre crecimiento de la actividad económica y deterioro ambiental o se infravaloran sus consecuencias. Desde luego existen incertidumbres, pero sobre todo determinados intereses que prefieren eludir las implicaciones de afrontar este problema.
La ciudadanía dispone cada vez de más información, que puede ayudar a vencer esa falsa ilusión de independencia de los seres humanos respecto del medio natural que las sociedades modernas han generado. Pero muchos problemas ambientales son difíciles de percibir porque se caracterizan por manifestarse en una escala global poco visible o porque su evolución es gradual y los efectos acumulativos son de difícil detección. Lo cierto es que nos afectan a todos y lo que es más significativo: tenemos una cuota de responsabilidad en ellos.
Ahora bien, hay dificultades para pasar del conocimiento a la acción consecuente. La desinformación, la falta de consenso, el individualismo, la existencia de incentivos contraproducentes, la atracción de formas de vida poco sustentables... juegan en contra de la motivación para actuar. Superar la contradicción entre el saber que debe hacerse y el no hacerlo parece que sólo se logrará si se experimenta el problema ambiental como dolor personal o erosión del bienestar, lo cual quizá sea más fácil ante el deterioro ambiental de carácter local, que también contribuimos a generar y cuyas consecuencias sufrimos más directamente porque afectan nuestra salud y calidad de vida, aunque los grupos sociales de rentas más altas pueden eludir, en parte, algunos efectos.
Sin embargo se constata que no sólo hay límites en la percepción y obstáculos para actuar sino “resistencias” que tienen que ver con mecanismos psicológicos de tipo defensivo. Ante la incómoda certeza de que debemos afrontar “sacrificios” personales para alcanzar beneficios sociales, a veces difusos, nos auto-justificamos, creyéndonos condicionados por la situación e impedidos para obrar, mientras responsabilizamos a los demás de su inacción.