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La epidemia silenciosa: la soledad no deseada golpea a jóvenes y mayores

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Con motivo del Día Internacional contra la Soledad No Deseada, este artículo busca poner en el centro un problema que avanza silencioso y que afecta a millones de personas en España.

La soledad no deseada no ocupa titulares, pero avanza en miles de hogares españoles. Lo que parecía una circunstancia aislada se ha convertido en un problema estructural que afecta con especial intensidad a la Generación Z y también a las personas mayores. La evidencia reciente confirma que el aislamiento no deseado es hoy un determinante social del malestar emocional y del deterioro de la calidad de vida, con costes personales y comunitarios que ya no pueden ignorarse.

Entre la juventud, la fotografía es alarmante. El último Barómetro Juventud, Salud y Bienestar 2025, elaborado por Fad Juventud y la Fundación Mutua Madrileña, revela que el 87,5 % de los jóvenes ha sentido soledad no deseada, con mayor incidencia entre las mujeres de 20 a 24 años. Este fenómeno se agrava por la precariedad laboral y las dificultades para acceder a una vivienda digna. La inestabilidad en el empleo, los salarios insuficientes y la imposibilidad de emanciparse erosionan la previsibilidad de la vida cotidiana y alimentan la sensación de aislamiento. Detrás de muchos de los problemas que arrastra esta generación hay contratos temporales, incertidumbre económica y habitaciones alquiladas que no permiten echar raíces.

La investigación internacional aporta claves para entender esta paradoja. Un estudio publicado en PLOS One en noviembre de 2025 describe la ambivalencia social: jóvenes que se sienten conectados y respaldados por amistades, pero que reportan altos niveles de soledad. El malestar no deriva tanto de la ausencia de vínculos como de la falta de estabilidad vital y rutinas que sostengan esas relaciones. El estudio introduce el concepto de seguridad ontológica: sin cierta previsibilidad —empleo, vivienda, tiempo— incluso una vida social activa puede resultar frágil.

En España, el Observatorio SoledadES, impulsado por Fundación ONCE y Fundación AXA, confirma que la soledad no deseada no es un fenómeno marginal. Atraviesa edades, condiciones socioeconómicas y situaciones de discapacidad, y exige respuestas públicas y comunitarias sostenidas en el tiempo.

Entre las personas mayores, los datos del proyecto Redes para la Vida de EmancipaTIC indican que el 16,2 % está en riesgo de soledad no deseada, con picos del 23,8 % en la franja de 55 a 59 años. El riesgo se intensifica a partir de los 75 años, donde la viudedad, la pérdida de redes y las barreras de accesibilidad multiplican el impacto del silencio. La brecha digital añade otra capa de aislamiento, limitando la participación social y el acceso a recursos.

No estamos ante un asunto privado, sino ante un reto público que nace en las condiciones materiales de existencia. Entre los jóvenes, empleo estable y vivienda asequible son políticas de salud social tanto como la atención psicológica. Entre los mayores, comunidad, accesibilidad y competencias digitales son pilares de protección frente al aislamiento. Y en todos los grupos, espacios de encuentro y tiempo compartido reponen la confianza que sostiene los vínculos.

La Generación Z creció hiperconectada, pero necesita certezas básicas para que sus relaciones se asienten. El estudio de Plos One recuerda que no es la cantidad de amigos lo que sana, sino la posibilidad de construir rutinas y pertenencias estables. El Barómetro 2025 confirma que la soledad no deseada se ha convertido en una experiencia casi universal entre la juventud española y golpea con más fuerza a quienes viven más incertidumbre. Mientras tanto, el Observatorio SoledadES y las investigaciones sobre mayores muestran que, al otro extremo del ciclo vital, la soledad se recrudece cuando faltan apoyo comunitario, accesibilidad y acompañamiento.

La soledad no deseada es una herida social que no podemos seguir ignorando. Cada gesto cuenta, cada política importa. Porque cuando una sociedad deja solos a sus jóvenes y a sus mayores, no solo abandona a las personas: se abandona a sí misma. Romper este aislamiento es más que un deber, es la condición para construir un futuro digno y compartido.