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Riesgos y mecanismos de fuga radiactiva del ATC de Villar de Cañas

Las Noticias

Francisco Castejón

Doctor en Físicas e Investigador en Fusión Termonuclear —

¿Es posible que se produzca una fuga radiactiva del Almacén Temporal Centralizado (ATC) que se quiere construir en Villar de Cañas? ¿Es posible que esta fuga viaje lejos de la instalación en forma de nube radiactiva y alcance otros territorios? Desgraciadamente, las respuestas a estas dos preguntas son sí. Se pueden analizar los diferentes sucesos que conducirían a una fuga y podemos ver que, en realidad, no son inverosímiles.

Para evaluar el riesgo real no sólo hay que contemplar los posibles sucesos, sino que hay que tener en cuenta la probabilidad de que se produzcan. Si es realmente baja, despreciable, no habría que preocuparse, ¿pero es así? Es este extremo el que debemos aclarar. Finalmente, el riesgo es el producto de la probabilidad de ocurrencia del accidente por los efectos de éste. Si, como es el caso, estos últimos son catastróficos, incluso una probabilidad baja es inaceptable.

Para analizar el riesgo de accidente en una instalación nuclear como el ATC hay que tener en cuenta los diversos sucesos con sus probabilidades y cómo evolucionarían. De los diversos eventos que pueden provocar esa fuga y ese viaje de la radiactividad hasta lugares lejanos al ATC podemos distinguir dos tipos: aquellos genéricos que se producirían sea cual sea el emplazamiento y otros que se producirían o agravarían por los problemas que tiene el emplazamiento de Villar de Cañas.

Un primer supuesto genérico a tener en cuenta es un posible ataque terrorista contra el ATC. La conferencia de Seguridad Nuclear celebrada en Washington en 2016 mostraba a las claras que es un tema preocupante por la conmoción social que representaría un ataque a una instalación nuclear con la consiguiente fuga radiactiva. No en vano, se han producido despliegues de la guardia civil en las centrales nucleares españolas. La refrigeración por convección pasiva obliga a mantener una comunicación de la cámara de los contenedores, lo que supone una debilidad de la instalación. Una posible explosión podría generar aerosoles que podrían viajar a decenas de km, dependiendo de la velocidad del viento.

La fuga al exterior puede producirse también por la rotura de un contenedor en los transportes, en la descarga, o incluso en la manipulación de los elementos combustibles dentro del ATC. En este último caso, los residuos podrían salir fuera de la instalación a través de la puerta, por una corriente de aire o mediante trajes u objetos contaminados. Ésta sería una contaminación local, limitada al entorno del ATC que sólo tendría impacto en esa zona, a menos que alcanzara el acuífero.

En ese caso, la contaminación alcanzaría a todo el acuífero y obligaría a suspender el uso de sus aguas. Podría también alcanzar al río Záncara y en ese caso, éste podría servir de vector transmisor de la contaminación. El control de los transportes y de los procedimientos dentro de la instalación no eliminan totalmente el riesgo.

Los problemas geológicos de los terrenos donde se pretende construir el ATC superan el riesgo genérico y deberían ser suficientes para abandonar el proyecto. Estos terrenos en que ENRESA está empeñada en instalar el cementerio nuclear adolecen de serios problemas geológicos, según han manifestado los técnicos del Área de Ciencias de la Tierra del Consejo de Seguridad Nuclear en sus informes y la propia consultora URS, que deberían invalidarlos como candidato.

Como se pone de manifiesto en los informes, tenemos una zona con un acuífero muy superficial que, en caso de fuga, podría transmitir la contaminación. Pero además es una zona cárstica en que pueden abrirse grandes oquedades y con arcillas expansivas que modifican la geometría del terreno. La prueba de que son unos terrenos problemáticos es que ENRESA sigue realizando trabajos de caracterización de los flujos de agua del subsuelo más de un años despuñes de conseguir la Auitorización de Emplazamiento por parte del Pleno del CSN. Por si todo esto fuera poco, en los últimos lustros se vienen registrando terremotos de intensidad entre 3 y 4 no lejos del emplazamiento.

No es improbable un accidente que se base en estas debilidades del ATC. Puede producirse una gran oquedad cárstica desarrollada cerca de esta cimentación envolvente para la que, a priori, estos cimientos deberían estar preparados. Pero, consideremos también que en época de lluvias las arcillas del terreno se expanden, a la par que el acuífero aflora, aumentando la tensión que ha de soportar la cimentación.

¿Qué ocurriría si en estas circunstancias se produjera un terremoto de grado 4 o similar en el zona? Hay que tener en cuenta que se han producido varios terremotos de grado entre 3 y 4 en los últimos años. Con todos estos supuestos, no tan inverosímiles, la cimentación podría ceder a las tensiones, los contenedores podrían romperse y el agua podría irrumpir en la zona con elementos radiactivos y contaminarse. Debido a la elevada temperatura, de unos 400 º, el agua contaminada se evaporaría y saldría por las chimeneas de ventilación del ATC en forma de nube radiactiva. Esta nube podría viajar decenas de km, dependiendo de la velocidad del viento. Además, el acuífero se contaminaría y transmitiría la radiactividad por el subsuelo.

¿Es este suceso suficientemente improbable para desecharlo? Lamentablemente no. Los tres primeros elementos: arcillas expansivas, oquedad cárstica y abundancia de agua se alimentan unos a otros. Van casi unidos y sus probabilidades no deben ser calculadas por separado. Los terremotos de un grado entre 3 y 4 viene ocurriendo en zonas no lejanas cada 5 o 10 años. Luego tampoco son descartables. Cabe decir que un accidente como el descrito no es, por tanto, imposible ni demasiado improbable. No se debería, por tanto, insistir en ese emplazamiento.

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