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Si hay colectivo donde la figura del trabajador social siempre ha estado presente desde el nacimiento de la disciplina ha sido la familia -desde las visitadoras amistosas de Mary Richmond de finales del siglo XIX hasta los actuales programas de atención a la familia- y esa presencia tiene que ver con la vocación trasformadora de la sociedad de la profesión. Porque si el ser humano es por naturaleza un ser social (Aristóteles) el primer agente socializador que encuentra es la familia y por tanto el alumbramiento del Trabajo Social tenía que hacerse “en familia”.
Y desde entonces el axioma Trabajo Social-Familia ha ido creciendo de manera ininterrumpida ampliando el objeto de trabajo, desde el apoyo más asistencial para prevenir la pobreza y la exclusión social, pasando por la protección de los menores -defendiendo desde el inicio la consideración del niño como un ser de especial protección- hasta la consideración de la familia como agente trasformador.
Ese trabajo social primario colocó a la familia en el centro de un nuevo modelo de Protección Social. Participó de manera decisiva en el salto a la era moderna provocando un cambio fundamental como fue la trasformación de la beneficencia en asistencia social y luchó contra argumentos socialmente aceptados como la predestinación de las familias en situación de vulnerabilidad a ser excluidas por designio divino. Desde una visión actual puede no calibrase de manera adecuada lo que supuso ese cambio, pero lo que esos primeros profesionales de trabajo social consiguieron supuso un cambio no sólo en la concepción normativa de la ayuda a la familia sino un cambio en la mentalidad colectiva equiparable a la consecución de los derechos que realizan hoy en día cualquier minoría en cualquier lugar del mundo.
Como ciencia social el trabajo social con familias ha estado en constante cambio, tanto en la metodología como en el objeto de trabajo, adaptándose a los cambios sociales y a la influencia de otras disciplinas que vinieron a enriquecer la intervención y favorecieron un abordaje integral e interdisciplinar de las problemáticas familiares.
A nivel metodológico los primeros años de la profesión la intervención con las familias se caracterizaba por ser una intervención puntual, individualizada y poco sistematizada. Poseía un carácter eminentemente asistencial dirigido atender las necesidades materiales de la familia más que a promover las capacidades personales. La trabajadora social ejercía en calidad de experta y modelo a seguir para las familias.
El primer cambio sustancial en la intervención familiar se producirá en la década de los 70. Aunque se mantiene la figura del trabajador social como experto, la intervención se enriquece incluyendo una metodología grupal además de la individualizada. Durante esta década el trabajo social crecerá y se nutrirá de los movimientos sociales que se producen en todo el mundo en defensa de las clases desfavorecidas y en las que tuvo un peso decisivo los grupos de presión y los movimientos comunitarios.
Será la época del nacimiento de las llamadas 'Escuelas de Padres' en las que se aúna un proceso académico de educación formal, basado en el aprendizaje de conocimientos teóricos, y la señalización de los problemas familiares. Con el paso de los años descubrimos que esta metodología tenía carencias dado que, aunque la información era necesaria, esta no era suficiente para el cambio de actitudes. Los padres no interiorizaban la necesidad de cambio, no realizaban ningún proceso introspectivo y situaban la solución de sus problemas fuera de sus capacidades parentales por lo que los cambios que se producían eran poco eficientes y con un carácter efímero.
Durante la década de los 90 surgirán los llamados “programas de segunda generación” en los que el trabajo interdisciplinar entre psicólogos y trabajadores sociales cobrará mayor relevancia. Estos programas pretenden dotar a los padres de técnicas y procedimientos basados en la modificación de conducta en las que un experto entrena a los padres en toda una batería de técnicas: refuerzos, castigos, retirada de privilegios, modelaje…Pero seguíamos sin hacer “un cambio trascendente” en esos padres dado que seguíamos diciéndoles qué estaba mal y que debían hacer sin que la familia realizase ningún análisis de su situación, situándonos, en ocasiones, en un excesivo roll fiscalizador y produciendo una relación asimétrica entre profesional y beneficiario.
Ya entrados en este siglo la necesidad de completar el trabajo individualizado que se hacía con las familias en la atención primaria y los recursos especializados se vio reforzada con el surgimiento de los “programas de tercera generación”. Estos programas especializados en familia realizaron una apuesta clara por la metodología grupal. Esta nueva concepción ha supuesto una innovación organizativa de los servicios sociales y un cambio en el rol del trabajador social, pasando de experto a dinamizador. El trabajador social se convierte en un acompañante de la familia durante el proceso de la intervención en el que no juzga las opiniones y permite que el grupo interaccione y busque las respuestas a sus necesidades dando por tanto protagonismo a las familias. Ya no concibe a la persona como un objeto de enseñanza sino un sujeto de aprendizaje.
Esta innovación metodológica ha permitido que las familias pongan en marcha procesos de ayuda mutua, ha alentado el intercambio intenso de emociones y de nuevas formas de hacer frente a los acontecimientos reduciendo el estigma y la sensación de aislamiento social mediante la significación de sus fortalezas. Los cambios nacen dentro del grupo y son aprehendidos -que no aprendidos- de manera innata. El trabajador social ha abandonado su rol de experto para convertirse en guía cambiando con ello el punto de vista del que parte la intervención detectando fortalezas de las familias y creyendo firmemente en las capacidades parentales inherentes en todas las personas.
Esta evolución metodológica ha sido la respuesta a los cambios que han ido produciendo en las familias en el más de un siglo de vida que tiene la disciplina. Hemos acompañado a la familia en su transición de unos modelos tradicionales hasta los nuevos retos que planteaba la era moderna como los cambios en las formas de familia, la redefinición de los roles de género y los cambios de modelos de crianza.
A día de hoy nos encontramos con una nuevo reto: fomentar la parentalidad positiva como paradigma unificador de la intervención familiar que plantea un enfoque holístico aunando medidas administrativas, apoyo psicosocial y apoyos que permitan la participación comunitaria y evite la exclusión de las familias en situación de vulnerabilidad.
Este nuevo reto del axioma Trabajo Social-Familia permitirá aumentar la confianza de las familias en sus propias posibilidades, fomentará la resiliencia en sus miembros con una intervención integral con todos los miembros de la familia y centrando los esfuerzos en las potencialidades más que en las carencias.
Pero la sociedad y las familias seguirán evolucionando y nacerán nuevos modelos de familias y con ellas nuevas necesidades y los trabajadores sociales seguiremos interpretando esa nueva realidad y creando nuevas metodologías con el mismo objetivo con el que nuestra profesión nació; mejorar la calidad de vida de las familias.