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Imagino que has oído últimamente: “Se acabó el trato personalizado, los robots nos van a dejar sin trabajo, los 'smartphone' nos están atontando y distanciando”.
¿Alguna excusa más? Todo esto tiene un nombre: miedo. El miedo a enfrentar una realidad digital que desconocemos, que nos genera incertidumbre, y esto, motivador para unos pocos, crea temores en muchos otros.
Estamos en la Sociedad de la Información y la Comunicación, donde los avances tecnológicos, en particular desde la llegada de internet, han cambiado nuestra realidad.
Nuestro “esto es así y lo ha sido siempre” toca su fin. Al igual que se vivió en épocas pasadas, cuando vivir en ciudades era de locos y los aviones eran de ciencia ficción, la realidad digital ha llegado para quedarse.
Pero la tecnología no puede ser el chivo expiatorio. Sólo es un medio que vamos creando para resolver necesidades del ser humano y mejorar nuestra calidad de vida, pero la cuestión se halla en el cómo la utilicemos, para saber la deriva que pueda tomar.
Y, ¿cómo está el trabajo social en todo esto? Me atrevo a decir que a traspiés. El trabajo social es una profesión centrada en la persona y sus relaciones. Esta característica de la profesión ha sido durante las últimas décadas un factor clave para no integrar la tecnología en nuestro quehacer profesional. Esto, con el paso del tiempo está siendo un lastre. Asumir que al trabajar con personas no se requiere de tecnología, es una excusa que ya “huele”, y que tenemos la obligación moral de enfrentar.
Y argumento, trabajamos para acompañar a las personas, para ayudarles a enfrentar sus baches, y en este camino superar factores de exclusión social. Para combatir esta exclusión, y hablar de inclusión social, las personas o los colectivos tienen que poder participar de pleno derecho en la sociedad.
La alfabetización digital, el acceso y el aprovechamiento de la tecnología, cumplen hoy por hoy un papel fundamental. Por ello, las tecnologías digitales pueden conectar a personas y democratizar el acceso a la información. Con ello alcanzamos una vida plena, o por el contrario, se convierte en un factor de exclusión.
¿Y qué profesionales trabajamos para evitar la exclusión? Nosotros, los trabajadores sociales.
Por tanto, tenemos que trabajar para que las personas aprovechen la tecnología para mejorar sus vidas, realizando un uso responsable y crítico de la misma. Y es aquí donde estamos algo cojos, y debemos ponernos las pilas.
Las redes sociales e internet conectan a personas, y construyen una red de relaciones que pueden mejorar las posibilidades de encontrar trabajo, amistades, apoyo entre iguales… Siempre que se les dé un uso adecuado.
Y antes de que nadie diga “las personas se tienen que conocer cara a cara, no por cacharritos”, os diré que las tecnologías son complementarias a las relaciones tradicionales. Es decir, un uso crítico genera una complementariedad entre estos medios y los tradicionales, no los sustituyen.
Otro elemento importante son las competencias digitales. Estas han pasado a ser un requerimiento indispensable para las empresas que buscan nuevos trabajadores. Por tanto, son claves en el acceso al empleo, uno de los principales factores de socialización que tenemos.
Las oportunidades que aporta internet son infinitas, pero también los riesgos, ¿estamos preparados para educar en un uso responsable de las tecnologías digitales?
El trabajo social tiene un reto importante, su transformación digital. Esto no consiste en atender a las personas por videoconferencia. Sino que debemos entender la realidad digital que nos rodea, y que ha generado un entorno cambiante y acelerado, en el que muchas personas están teniendo dificultades de adaptación.
E nuestro deber profesional acompañarles para superar las dificultades, y esto no será posible si antes no hemos enfrentado nuestros propios miedos y dificultades.
Sonriamos a la tecnología, no a sus marcas, sonriamos al avance de la sociedad mediante una “tecnología social”, desde una acercamiento crítico y responsable, no consumista. Aprovechemos los beneficios de la tecnología, trabajando por su democratización, procurando así una sociedad libre, informada e inclusiva.