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Rehabilitar y no derruir un edificio abandonado durante décadas: la apuesta por la arquitectura 'humilde' y rural

El granero-bodega reconvertido en vivienda de Pozanco, en Ávila.

Alba Camazón

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El Bierzo; la pizarra. El norte de Burgos; la toba. Ávila; el adobe. Las construcciones tradicionales -vernáculas- están tan vinculadas a su entorno que logran una asociación directa entre los materiales y sus territorios, cargados de identidad cultural. Los albañiles se servían de materiales locales para construir, reformar y reciclar: recurrían a la economía circular antes incluso de que se le diera ese apelativo. Ahora, muchas de esas viviendas se caen a pedazos, huérfanas de historias y alegrías. En honor a esta arquitectura vernácula, y para ponerla en valor, dos arquitectos han reconvertido un granero -bodega en una vivienda que pretende conservar el patrimonio y unas cochiqueras y gallineras que ahora integran un jardín.

El espacio hoy rehabilitado se usaba de trastero y área lúdica para los niños. Llevaba cuarenta años vacío, sin ocupación ninguna. María Antonia Fernández y Jorge Gallego -del estudio g+f arquitectos- recibieron el encargo de construir una segunda residencia, aunque no tenían claro cómo. Había tres opciones, según relatan: mantener abandonado el edificio, demolerlo y construir desde cero o restaurarlo para un nuevo uso; porque el agrario y vitivinícola ya no era una opción.

Para los dos arquitectos, demoler este tipo de edificios supone una “pérdida” patrimonial, y por eso han apostado por una actuación “de mínimos”, con materiales contemporáneos ligeros que pudieran coexistir con los antiguos: impermeabilización para los muros de adobe, paneles de policarbonato, un forjado ligero, unos morteros de cal, etc.. Su trabajo ha sido reconocido por Architectural Heritage Interventenion (AHI), la XV Bienal Española de Arquitectura y ha recibido el premio Terra Ibérica, que concede el Colegio de Arquitectos de León.

Un patrimonio “que poner en valor”

María Antonia Fernández apunta que los propietarios de la vivienda querían conservar el patrimonio, “al que tenían mucho cariño”. “Nos parecía una belleza y una joya”, agrega Jorge Gallego. La estructura era sólida y permitió reaprovechar gran parte de lo ya construido, siguiendo la misma línea que el estudio francés Lacaton & Vassal -que recibió el premio Pritzker 2021, 'el Nobel de Arquitectura'-.

La obra se ha basado en mantener la estructura, distribuir los espacios de la vivienda y dotar al espacio de electricidad, agua y servicios básicos. El edificio tenía goteras y había una viga en muy mal estado. Es probable que no hubiera sobrevivido a una nevada tan fuerte como Filomena en Madrid -en Ávila no cayó la nieve con tanta intensidad-. “Pensamos que hay que poner en valor un patrimonio que tuvo un significado y un uso. Hay que darle un nuevo sentido, pero hay que querer conservarlo también”, indica Gallego a este periódico.

El concepto de 'patrimonio' empieza a ir más allá de grandes castillos, catedrales o edificios cuyas firmas vienen siempre a la cabeza. “El patrimonio 'humilde', con comillas, tiene valor también. No intenta ser cada uno más singular, si no que hay una armonía conjunta, una conexión espectacular entre el medio ambiente y las construcciones”, destaca Fernández, profesora en la Universidad Francisco Vitoria.

Esta “conexión” no solo es previa a la construcción o durante su uso, si no que pervive cuando los materiales dejan de ser útiles para ese propósito. Los muros de adobe de las cochiqueras se han derribado y se integran como sustrato del jardín. La madera sobrante se ha desmontado y ha alimentado la estufa para calentar la vivienda. Los dos arquitectos coinciden en que los residuos de la arquitectura vernácula es prácticamente cero. “Ahora que se habla tanto de la economía circular, esta construcción ya lo tenía sin pretenderlo, con modestia”, valora Gallego.

“La sabiduría tradicional se desatiende muchas veces”

El objetivo de estos arquitectos ha sido demostrar que es posible la convivencia entre la arquitectura más tecnológica y actual con la más tradicional. ¿Un ejemplo? Los muros de adobe de 60 centímetros de ancho: mantienen el calor de las estufas en invierno y conservan el frescor en verano. “El hombre lleva 5.000 años construyendo con un buen saber hacer. Pero con el abaratamiento de la energía, se ha desatendido. La sabiduría tradicional se desatiende muchas veces, o se mira a otro lado. Recuperar esos saberes es importante”, reflexiona Gallego, profesor de la Politécnica de Madrid en el Departamento de Construcción y Tecnología Arquitectónicas.

María Antonia Fernández apunta al precio del metro cuadrado como otro de los motivos por los que se apuesta por materiales de construcción menos sostenibles como el adobe. No les importaba 'perder' cinco metros cuadrados por los muros porque tenían “mucho espacio”, pero en las ciudades el suelo es lo más caro.

Esta intervención en 250 metros cuadrados ha costado 75.000 euros. Gallego calcula que habría costado el doble tirar el edificio y construir encima. “Todo es una cuestión de voluntad y de querer salir de la zona de confort”, asegura este arquitecto, que reconoce que han encontrado dificultades para que una empresa constructora ejecutase su proyecto. Por este motivo, Jorge Gallego insta a “cambiar la mentalidad” para que asuman retos similares en vez de “ganar dinero haciendo mucho pero todo igual”. Además, cree que este nicho de mercado está aún por explotar.

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