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El comercio histórico, Patrimonio Cultural Inmaterial Catalán

La histórica camisería Xancó de La Rambla de Barcelona cerró tras 200 años al no poder competir con las nuevas marcas

Peio H. Riaño

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Los supervivientes no hacen más que recordar a los que han caído. Todos esos compañeros de acera que no han soportado más de tres meses de confinamiento y tantos otros de vuelta a la normalidad. Sin dejar de pagar alquileres que no rebajaron ni un euro de ayuda. El pequeño comercio histórico y de proximidad ha sido un blanco fácil en estos tiempos tan difíciles. Para proteger a los últimos comercios emblemáticos, la Generalitat acaba de aprobar una reforma de la Ley de Patrimonio Cultural Catalán de 1993, con una serie de medidas pioneras en el Estado español.

Los establecimientos con más de cien años en Cataluña ya estaban protegidos como bienes materiales. Sus fachadas, sus interiores… Los detalles que forman parte de la actividad histórica de los comercios son intocables. Pero esto no libraba a estos bienes de perder lo importante: la actividad. Ocurre en todos los comercios históricos españoles, que con el cambio de uso se crean cascarones intocables. Un cine, de repente, podía ser una tienda de electrodomésticos. Una mercería con fachada modernista, una tienda de manicura o una de ropa deportiva.

Con la reforma de tres artículos, la Generalitat pone a salvo el valor inmaterial del oficio. Al declarar intocable la labor vinculada a la tienda frena los precios del alquiler, porque el dueño del local no podrá alterar la actividad del mismo sin permiso de las autoridades. Una chocolatería será chocolatería para siempre. De esta manera, trata de garantizar que el comercio histórico no sufrirá el acoso de los dueños de los locales, para que abandonen el lugar y sea ocupado por una actividad mucho más rentable.

Mantener viva la historia

“Mientras no se regule el patrimonio cultural inmaterial catalán, esta protección es difícil de extender a la actividad que ejercen estos establecimientos”, puede leerse en el preámbulo de la nueva norma aprobada. La Generalitat aboga por preservar la continuidad del comercio para “mantener viva la historia”. Cree que la medida también aportará una “caracterización única” al comercio de las ciudades y los barrios donde estén. Para muchos de estos comercios emblemáticos supervivientes, la medida es importante pero llega tarde.

En los últimos años han caído en Barcelona comercios como el Colmado Quílez, la Camiseria Xancó o el Herbolari del Rei, que echó el cierre el diez de septiembre de 2021 por los estragos económicos causados por el Coronavirus, después de 203 años de servicio y un alquiler inalcanzable para el momento. Era una de las tiendas más antiguas de Barcelona y había sido señalada por Isabel II como “proveedor de la Real Casa”. “Somos parte de la identidad de la ciudad, a ver si conseguimos parar la desaparición”, explica Olga Urbez, propietaria de Gràfiques Molero, fundada en 1884 y trasladada en 1936 a la ubicación actual. Conservan una prensa manual de 1884. Olga habla del problema de los alquileres. “A la mayoría se les ha disparado a la vuelta de la COVID-19. Esperemos que esta medida frene esta subida, porque si no vamos a cerrar todos”, dice Urbez.

Contra la conversión de las ciudades y los pueblos en centros comerciales y de tiendas de souvenires, esta reforma aspira a cuidar la “singularidad comercial” ante el surgimiento de comercios efímeros, de larga duración o de grandes marcas globales que “cuya imagen homogeneizadora desdibuja” el aspecto singular de las calles. Estos establecimientos emblemáticos dotan a las poblaciones “de un carácter único y distintivo”. En la disposición final primera se advierte que se habilitará una dotación presupuestaria en los siguientes Presupuestos de la Generalitat, sin indicar la cantidad.

Un poco de ayuda histórica

La Casa Beethoven vende partituras, entre otras cosas, desde 1883. Angels Doncos es su propietaria y reconoce que toda ayuda es bienvenida aunque sea con retraso, porque el centro de la ciudad está perdiendo su rostro original. La tienda está próxima a las Ramblas y suspira porque tienen un alquiler de renta antigua, lo que les permite seguir adelante con la venta de partituras a los turistas. “Las tiendas emblemáticas deben mantenerse porque no puede ser todo bares y souvenires. Solo Inditex y paquistaníes. Nosotros vendemos productos de poco margen, por eso es tan arriesgado. Otras tiendas como nosotros, sin renta antigua, han cerrado”, cuenta Doncos. María Ribero de la Xarctueria La Pineda cree que si no se conservan estos establecimientos se pierde la historia de la ciudad y “ya ha cambiado demasiado desde la pandemia”. “Si cambia más, lo perderemos todo”, añade.

A partir de este momento cualquier cambio en el uso de los bienes, incluyendo la finalización de la actividad que se realiza en ellos, debe ser comunicada a la administración. Los cambios de uso de estos bienes culturales de interés local tendrán que ser autorizados por la administración. No podrá alterarse el oficio de ese lugar sin permiso.

“Necesitamos que nos ayuden”, dice sin rodeos María Lores, de Xocolates Farga, un negocio con una vida de 197 años dedicados a la misma actividad: el chocolate molido a la piedra. Conservan la piedra original sobre la que trituran el cacao. Antiguamente la movían con un burro, ahora con un motor. Reciben visitas de turistas los días que fabrican y María advierte un cambio de gusto en el consumo del producto que les da de comer. “Ahora se pide más de un 70% de cacao y antes no pasaban del 65%. La gente quiere los sabores más intensos y hemos potenciado el sabor de las tabletas de chocolate”, apunta la dueña.

La memoria, una novela

La competencia de los productos industriales, el coronavirus y la ausencia del turismo japonés y estadounidense, dice María que está poniéndoles las cosas difíciles para llegar a fin de mes. “Debemos resistir. Hemos aguantado estos dos años pero no está fácil. Debemos tratar de salvar la identidad de las ciudades aquí y en el resto del país. Estamos abocados a la globalización y debemos proteger nuestra identidad propia”, cuenta María Lores antes de colgar. Hoy tiene mucho trabajo.

Al escaparate modernista de la Guantería Alonso ya no se acercan a fotografiarse tantos como antes. “Ahora todos se hacen fotos enfrente, con la vaca”, dice la dueña en alusión al reclamo de una famosa tienda de regalos. Prefiere que no publiquemos su nombre porque si no todo el mundo va a usarlo para hablar con ella. Trabaja aquí desde hace más de cuatro décadas, la tienda es propiedad, pero abre de lunes a sábado y, asegura, que sólo toma una semana de vacaciones. “Es un legado que no me gustaría pasar a mis hijos. No descansas y vives siempre en la ruina”, dice.

Señala algo muy importante: si la tienda no es una multinacional de ropa y es una tienda antigua, los jóvenes no entran. “La juventud está llena de prejuicios”, remata. Cuenta que en invierno vende guantes y en verano, abanicos. Que tiene más visitantes que clientes y la culpa, en parte, es del novelista Carlos Ruiz Zafón (1964-2020). “Un día entró y me dijo que iba a convertir la tienda en una librería en su siguiente novela. Y ahora pasan por aquí sus lectores buscando una...”. La llamada se interrumpe un instante, la dueña se aparta el auricular y pregunta a la cliente. “Hola, buenos días, ¿no era esto una librería?”, se escucha que preguntan, de fondo.

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