La noche de 1979, Paco Elvira, junto con el amigo y reportero Xavier Vinader, se reunieron con miembros de la cúpula de ETA. Les vendaron los ojos para llevarlos hasta el lugar del encuentro. Una fotografía recuerda el momento. La imagen de dos encapuchados con el logotipo de Euskadi ta askatasuna detrás, sentados tras una mesa sobre la que aparecen papeles, un cenicero y una pistola. La exposición, Paco Elvira, visto y leído. 44 años de fotoperiodismo de investigación revisita esta y otras fotografías que forman parte de la memoria gráfica de uno de los nombres indiscutibles del fotoperiodismo estatal del último medio siglo.
Fotoperiodista social, reportero gráfico en Primera Plana y en Interviú en los años de la transición, junto a Xavier Vinader, visitó la China de Mao, su mirada nos adentró en la realidad de ETA, la Irlanda del IRA, los jornaleros andaluces, de los mineros, de las huelgas y las reconversiones del país que cambiaba o los afectados por el caso del aceite de colza. A lo largo de los años, viajó por el mundo (en Croacia y Kosovo durante la guerra de los Balcanes, o en Kabul, en Afganistán, por ejemplo) y su trabajo es ampliamente reconocido. El Photography Year Book escogió dos veces fotos suyas entre las mejores del año, y una del libro Galicia, a pé de foto (1984) recibió un premio FotoPres. Como Robert Capa -a quien Elvira admiraba tanto como a los fotoreporteros Gilles Caron, Larry Burrows o David Burnett-, él también era un militante de la Leica.
Dijo Alfred Eisenstaedt, artífice de la famosa instantánea del beso en Times Square, que lo más importante no es la cámara, sino el ojo. Es la misma idea que expuso años más tarde el neoyorquino Arnold Newman, quien pensaba que una cámara no hará nada por ti si no hay nada en tu cabeza o en tu corazón. Paco Elvira cumplía sobradamente estos requisitos. Su método consistía en sumergirse en una realidad hasta comprenderla. Una mirada firme, pero también llena de empatía con las personas que retrataba. El suyo era un periodismo intencionado. El periodismo que defendía también en la novela Un día de mayo (2011), excelente retrato de la experiencia de una vida dedicada a mirar desde el visor para ampliar el marco de cada plano. “Cuando los recuerdos se han esfumado de nuestra mente, la fotografía se convierte en nuestra memoria colectiva”, dice Marc Altés, alter ego suyo. La vida de Paco Elvira terminó abruptamente el 30 de marzo de 2013 cuando triscaba por el macizo del Garraf. Mientras plasmaba a la cámara los rincones montañosos que había sacado en el libro, un mal paso en la roca conocida con el nombre de La Falconera puso punto final a la trayectoria de este fotógrafo que describió a la perfección el tiempo que le tocó vivir.
La humanidad de sus fotos esconden la anécdota. La madre de la colza, las maletas atadas con cordeles de los inmigrantes en la estación de Francia. Los puños en alto de la Revolución de los Claveles portuguesa... El encargo periodístico era muchas veces una excusa. Durante toda su carrera, supo hacer de la realidad cotidiana la materia de una constante experimentación con el lenguaje de la fotografía, consiguiendo esta doble función que la convierte en arte: describir el mundo y expresar opinión. El valor del archivo Paco Elvira es que forma parte de la memoria histórica fotográfica, un valor que pervive en los años, que explica el presente desde el pasado, que conforma la propia identidad de la población, es la memoria colectiva, es un recurso para saber quién somos y de dónde venimos. Mantener vivos los recuerdos es uno de los gestos a los que nos lleva la fotografía. Si, además, podemos hacer este viaje de la mano de un gran maestro de la fotografía como Paco Elvira, sin duda accedemos a un testimonio único e irrepetible.
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