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El Diari de la Cultura forma parte de un proyecto de periodismo independiente y crítico comprometido con las expresions más avanzadas del teatro, la música, la literatura y el cine. Si quieres participar ponte en contacto con nosotros en  fundacio@catalunyaplural.cat.

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La copla republicana

Marc Vilavella como un auténtico Miguel de Molina.

Toni Polo

Un piano (el de Gerard Alonso), dos actores-cantantes-bailaores (Marc Vilavella y Nacho Melús) y dos actrices-cantantes-bailaoras (Gracia Fernández y Anaïs López). Muy poquito más. El vestuario, eso sí, una mecedora orejera donde reposar los recuerdos y una radio de época que escupe mensajes y canciones. Y una historia que contar (que cantar), la de Miguel de Molina. Una historia que reivindica, intrínsecamente, la copla como género por encima de apropiaciones gratuitas, interesadas e indebidas. La política… ya saben.

Alegre, artista, “cascabelero”, homosexual, Miguel de Molina salió de Málaga para ganarse la vida como pudiera en la capital. Trabajó limpiando en un burdel y como guía turístico por tablaos flamencos. Hasta que triunfó en esos mismos escenarios convirtiéndose en el gran estandarte de la copla. La guerra, como quien dice, le pilló del bando republicano y, ya en la dictadura, tras ser amenazado por su pasado “rojo” pero, sobre todo, por su orientación sexual, se exilió a Argentina. Su relación con España será dolorosa (“Adiós mi España querida, dentro de mi alma te llevo metida…”)

El espectáculo, sin abandonar la atmósfera triste, dura y dramática que corresponde, destila frescura. La naturalidad de esta compañía, salida del Institut del Teatre y empapada en un acento andaluz de lo más auténtico, se convierte en la mejor arma para reivindicar un género como la copla. Fuera complejos, fuera mentiras, fuera prejuicios. La vida de Miguel de Molina, repasada con humor, con pasión y con veracidad sobre el escenario, deja las cosas claras: la copla siempre estuvo por encima de la política y, en todo caso, nació republicana. Pero con la ausencia del cantaor, fue otra artista la que se coronó como reina de ese género en aquella España… “Ella ganó la guerra…”, llora Miguel en escena. “La Piquer era muy buena… Pero yo lo bordaba”, proclama.

Pero por encima, esta vez, de discusiones eternas, Ojos verdes es un espectáculo brillante y de calidad. Un musical completo que no duda en recurrir a las marionetas para representar los momentos más duros (esas agresiones, esos chantajes, esas presiones… “¿por qué me arrancan de mi rosal?”) repleto de canciones que, aun a los más jóvenes, les suenan: La bien pagá, Ojos verdes, El día que nací yo… están en el imaginario de todos nosotros, catalanes, madrileños, vascos o andaluces. Canciones de amor, de desamor y de dolor con las que Marc Vilavella (protagonista y dramaturgo del espectáculo) juega hasta el punto de darles, sin trampa ni cartón, el significado que le interesa a la obra. Junto con las escenas más explícitas, con los soldados republicanos al ritmo frenético lorquiano de Anda jaleo, o al compás batallador de ¡Ay, Carmela!, o la durísima El emigrante, los versos de las canciones menos… “sospechosas” (“estoy compuesto y sin novia, porque tengo mis razones…”) o los de Quintero, León y Quiroga, se llegan a convertir en un grito de libertad.

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