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Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.

Lisboa, decadentemente encantadora

El entramado de calles, edificios y tejados que componen Lisboa, desde el mirador del monte da Graça / N. R.

Noelia Román

Sentados frente a un simple pero exquisito bacalhau da casa com batatas en O Eurico, el señor Eurico nos cuenta la historia de su pequeña taberna. Cómo llegó allí con 13 años; cómo se marchó luego a trabajar de marinero un par de años; cómo retornó al local como patrón en 1969 y cómo ahora, con casi 70 primaveras, se sigue haciendo cargo del chiringo que se extendió por la desaparecida mercería que habitaba al lado.

Pese a ello y a hallarse a tan sólo una cuesta de distancia de las faldas del Castelo de São Jorge, uno de los mayores emblemas turísticos de la bella Lisboa, O Eurico sigue siendo un local chiquito y muy de barrio.

“Hace ya más de 20 años que llegó el primer guía que pisó este local y era de Dinamarca”, me dice, orgulloso, el señor Eurico, pantalón de tergal verde botella, jersey gris de lana final, camisa azul y delantal rojo.

En su mano, sostiene el bloc en el que anota los pedidos que canta a sus clientes. Y su mirada se pierde a ratos en las estanterías que atestiguan que O Eurico es también un ultramarinos: hay papel higiénico, matamoscas y productos de limpieza “para vender”.

Entre los habituales del lugar, se cuelan ahora los turistas que sostienen el negocio. “El local es hoy menos tradicional, pero está más acondicionado”, asume el viejo restaurador con mirada nostálgica.

La nostalgia o, lo que es lo mismo, la morrinha, es un sentimiento muy lisboeta. Aunque la ciudad cuente con una luz cautivadora, única, mágica, todo un privilegio y una cura para alma.

“Supongo que esta luz se la debemos al Atlántico y a su reflejo en nuestro cielo”, me contesta un lugareño mientras observamos cómo el sol se va poniendo en la lejanía, por detrás del icónico Puente 25 de Abril.

La imagen es una de esas pequeñas maravillas que regala Lisboa. Y disfrutarla es posible desde diversos puntos.

El Castelo de São Jorge, ubicado en la colina del mismo nombre, la más alta del centro histórico de la urbe, ofrece una buena perspectiva. Pero hace ya un tiempo que el recinto es de pago para los turistas –el ingreso cuesta 8,50 euros– y en los alrededores es fácil encontrar buenas alternativas gratuitas.

El mirador de O Chão do loureiro es una de ellas. Está en la terraza del elevador que evita subir unas cuantas cuestas para acceder al castillo. Y, aunque un bar restaurante se instaló allí recientemente, el resto de la terraza es público y de acceso libre.

El Monte da Graça es otro fabuloso observatorio de Lisboa. En su cima, se encuentra la iglesia de la Senhora do Monte y, junto a ella, un bar con unas vistas privilegiadas sobre el entramado de calles y tejados rojos que conforman la capital lusa.

Entre uno y otro, en la falda del Monte São Jorge, se extiende uno de los muchos barrios en los que la vieja y la moderna Lisboa conviven en aparente armonía. Los locales pensados para turistas se han ido colando entre las vetustas casas donde la colada se tiende a la puerta y la televisión y la música se escuchan desde la calle, que huele a ropa recién lavada.

Los nombres (rua do Recolhimento, beco do Recolhimento…) evocan la pretendida paz del lugar. En pleno otoño, apenas hay turistas que paseen por estas calles estrechas y empedradas donde se asientan casas de fachadas blancas, casas adornadas con el bello azulejo portugués, casas casi derruidas…

Ese aire decadente es uno de los grandes atractivos de la capital de Portugal. Pervive y es ubicuo, pese a los evidentes esfuerzos realizados para recuperar algunos de los muchos edificios majestuosos que ennoblecen la ciudad.

Junto a las enormes lonas que anuncian procesos de restauración surgen, cada vez más, pequeños locales que confirman el imparable avance del mundo hipster, también en Lisboa.

'Há café no alfarrabista' es un café tan original como su nombre ­–un alfarrabista es lo que de manera afrancesada llamaríamos buquinista y de modo más castizo, vendedor de libros de segunda mano–, situado en la rua da Madalena, muy cerca de la famosa iglesia del mismo nombre.

Es fácil ver allí, en un ambiente muy acogedor, chicos con gafas de pasta y barba de semanas buscando viejas joyas literarias o tomándose un menú por 7,50 euros o haciendo ambas cosas, no necesariamente a un tiempo.

El Mercado da Ribeira no es hipster, pero sí un ejemplo de la creciente moda de convertir los viejos mercados en centros gourmet donde se desarrollan, además, otras actividades.

Restaurado parcialmente por la revista Time Out, su actual gestora, el viejo mercado mayorista de Cais de Sodré ofrece desde el pasado mayo una oferta gastronómica que incluye a algunos de los más reputados chefs lusos.

En torno a una enorme explanada, los famosos cocineros ofrecen cocina de autor a precios asequibles para casi todos los bolsillos: 12 euros. Con ellos, compiten algunas cadenas selectas como O Prego da peixaria, que propone hamburguesas de lo más originales por 7 euros. La de bacalao con grelos en caco de cebolla –el caco es una torta de pan típica de la isla de Madeira– y la de salmón y calamar con tomate y algas en caco de tinta de calamar son muy recomendables.

Se comen en el medio de la explanada, en unas largas mesas de madera donde la gente se mezcla y se sienta allí donde más le place o donde queda un hueco. Los viernes y sábados por la noche no siempre es fácil encontrarlo. El lugar está muy de moda y, como además ofrece música en directo y alguna que otra tienda in en la que comprar jabones, plantas o productos típicos del país, atrae a mucha y muy variada gente.

Claro que si lo que se busca es un mercado tradicional, lo mejor es desplazarse al de Benfica. Los turistas lo desconocen y las autoridades lo maltratan, pero el barrio es un excelente termómetro para medir la temperatura económica y el malestar social de la Lisboa de a pie, de la que no se expone en el escaparate.

En Benfica, se concentra la gente que va a trabajar al centro, la misma que descubre con sorpresa cómo la urbe recién se amigó con el estuario del río Tajo a través de un paseo que va desde el frontal de la Praça do Comerço, ya totalmente restaurada, hasta el Cais de Sodré.

En la margen lisboeta, unas rampas de hormigón que mueren en el agua hacen las veces de arena sobre la que extenderse a tomar el sol, a leer o a charlar un rato. Justo por encima, un paseo con árboles y con algo menos de cemento desemboca en un cuadrado con excelentes vistas sobre la otra rivera del río, donde se yergue, majestuoso, el hermano pequeño del Cristo de Corcovado de Río de Janeiro.

Contemplarlo recostado en una de las tumbonas que allí ha instalado un quiosco de bebidas mientras se toma, por ejemplo, un buen vino portugués es un placer fuera de toda duda.

El paseo, ya no tan acondicionado, continúa recorriendo toda la rivera del río hasta pasado el Puente 25 de Abril y es el lugar preferido de muchos corredores y ciclistas para practicar su actividad sin tener que sufrir las tortuosas pendientes de la urbe.

Justo antes de llegar al puente, la Doca de Santo Amaro, una vieja estructura portuaria reconvertida en puerto de amarre, ofrece numerosos bares y restaurantes cuyas terrazas resultan una tentación. De nuevo, las vistas sobre el río y el Cristo de Corcovado compensan la permanente contaminación acústica que se desprende del puente.

Por encima, pasan los coches y el tren. Y justo debajo de él, cubiertas por una extraña estructura blanca, hay unas pistas de paddle de lo más curiosas.

No menos curiosa es la Pensão Amor, un antiguo burdel reconvertido en local de moda. Se halla en la calle Alecrim, en la zona de Cais de Sodré, y es otro ejemplo de exitosa reconversión. Se accede a ella por una escalera con dibujos y pintadas de lo más sugerentes y, una vez en el interior, la oferta de sus tres salones abarca casi todos los gustos.

Además de música y bebida, hay una librería erótica y una tienda de lencería extrema que abren en horario nocturno. Los jueves, en uno de sus salones, el de decoración más discotequera, se puede ver un espectáculo de barra americana.

Los sábados, sin embargo, la Pensão Amor se abarrota y las colas para entrar son de aúpa. Así que lo mejor para disfrutar de la decoración del local y tomarse algo tranquilamente en uno de sus balcones es ir entre semana.

Los alrededores, no obstante, están llenos de locales nocturnos con jazz, flamenco y burlesque, según el día, y copas y música variada, los fines de semanas. Beber y charlar en la calle también forma parte del paisaje nocturno de esta zona, especialmente en la trasera del Mercado da Ribeira.

Allí se localizan O cantinho da saudade I, Solar da Ribeira y Quero-te no cais, bares ramplones y populares que atraen a la masa: el vaso de cerveza Imperial cuesta allí 50 céntimos, así que la noche puede ser muy larga y muy regada por bastante poco.

Abandonar Lisboa hacia la costa Caparica, tras un sábado de fiesta, es una opción excelente si lo que se busca es compensar los excesos con naturaleza y paz. Y no es preciso marcharse muy lejos. A unos 20 minutos en coche, se encuentra Fonte da Telha, un extenso arenal situado entre el mar y una impresionante colina fósil cubierta, en esta época, de verde.

Durante años, entre la colina y la playa se levantaron, sin licencia, casas que afean el paisaje. Algunas se paralizaron, pero la mayoría siguen en pie y hasta dan alojamiento a los visitantes que se acercan a pasar unos días, ya sea para disfrutar del sol durante el verano, o para surfear durante todo el año.

Varios locales a pie de playa sirven comidas y copas. El Kailua es uno de ellos. Y su terraza es el mejor lugar para contemplar el mar y el sol ponerse en el horizonte.

Vueling ofrece vuelos diarios desde Barcelona a Lisboa.

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