Llegado a un enorme reconocimiento en el mundo de la música fílmica que este año se ha cristalizado en la obtención del Goya por Blancanieves, este músico posee una doble vida o una múltiple cuando se sube a un escenario. Despliega otras facetas musicales de tono sugerentemente cabaretero: Vilallonga en realidad es un showman con ganas de poner música a sus historias, es un orfebre hacedor de canciones.
Y hablamos de cabaretero no sólo por el formato de los espectáculos –la interacción con el público con improvisados y simpáticos monólogos de transición y el desparpajo de cierto snobismo bien entendido– sino porque el cabaret es la música de Babel, un género omnívoro que no discrimina y funde y usa todos los recursos a su alcance sin pudor ni complejos que nunca se toma demasiado en serio a sí mismo.
En el concierto de este compositor barcelonés vamos de sonidos de rumbas catalanas a los de corridos rancheros, del jazz manouche al tango y del calipso tropical a la chanson française vecina al Ne me quitte pas breliano. Canta en catalán, en castellano, en francés, en inglés, en italiano... un repertorio musical archirrico de registros en el que cada canción es un mundo aparte. Entre todas dibujan un universo colorido donde conviven la política y el amor, la rosada nostalgia del pasado y el pasmo por el presente, la tierna ironía y el surrealismo. Todo patinado con ternura y hasta candidez.
En este sentido, en el concierto del jueves para desplegar una música tan completa se acompañó de una estupenda banda formada por Roman Gottwald (acordeón y sierra), Pepino Pascual (saxos y juguetes), Jordi Gaspar (contrabajo) y Pau Figueras (guitarra).
Con el casi onomatopéyico y cacofónico Alphonsphore, Villalonga predispone a hermanar las palabras atmosphere y fósforo; y, ciertamente, la atmósfera del espectáculo sube a un tono más candente respecto al anterior disco, Libérame, más lento, “poético y sentimental”. Ahora en momentos retoma la línea de su trabajo Cabala y danza, mientras que en otros sigue la animada senda de El bugui del conformista o At the Age.
Parece una paradoja que este músico, muchas veces excesivo e inquieto sobre el escenario y revoltoso en algunas canciones, sea el compositor de bandas sonoras tan contenidas. Así se ha visto en las películas Cosas que nunca te dije y Mi vida sin mi de Isabel Coixet, Transsiberian de Brad Anderson y Princesas de Fernando León, lo que demuestra la enorme capacidad de Vilallonga para crear música y su mucho oficio en este terreno. Se trata de composiciones cuidadas hasta el último acorde, con arreglos al detalle, haciendo de él un arreglista concienzudo.
El concierto fue completo, tras unas 15 canciones con él cantando y tocando la guitarra, el ukelele y el piano, con la banda avanzando con plena complicidad y el público satisfecho de música y bromas. En definitiva, se vio que en Vilallonga nada ha cambiado sustancialmente a lo largo de los años, y eso está bien.
Ya acabando, dos reivindicaciones: 1) no hay concierto de este artista en el que el público no acabe totalmente implicado, así que un tema que no se entiende demasiado bien es que sus directos no tengan un público más joven y con un espectro más variado... 2) Cabe recuperar de alguna manera su faceta de compositor de obras personalísimas como el Mirlo metálico, Societat anònima, Turning Point, o Adultus (cantata para coral inmensa de niños), realizadas conjuntamente con Ernesto Collado.