Llegir versió en català
Herbert Marcuse nos queda un poco lejos y no sé si valga la pena mantenerlo en la distancia o, por el contrario, buscarle a su teoría del “hombre unidimensional” algún retorno útil. A fin de cuentas, si en los últimos años han vuelto Marx, Russell, Orwell o Sartre, no es descartable que a algún editor se le ocurra “regresarlo”, aderezado como una panacea para nuestros problemas y, si se tercia, encaramar el revival en alguna lista de los libros más vendidos.
Aunque esto último es más improbable -sus obras corren gratuitamente por la red-, lo cierto es que los tiempos actuales son bastante propicios a agitar su recuerdo. Si, tal como queda certificado en El hombre unidimensional, vivimos diseñados por los media o atenazados por impulsos “pavlovianos” de consumo, mutilada nuestra espontaneidad y obnubilado nuestro juicio para elegir lo distinto… ¿por qué no? Si además crece nuestra percepción de enclaustramiento, típica de una sociedad en la que no damos con las claves adecuadas para ejercer una oposición real, desde esta “ausencia de libertad, cómoda, razonable, suave y democrática” de la que ya avisaba el pensador de la Escuela de Frankfurt… ¿por qué no?
Y si a todo esto añadimos una experiencia vigilada y documentada al minuto, gracias a unas tecnologías que en 1964, cuando Marcuse publicó su libro, sólo podían concebirse desde la ciencia ficción, casi me estoy convenciendo de que no es mala idea volver a echarle un vistazo a esa obra que desmontó tantas fantasías de progreso a uno y otro lado del Telón de Acero.
No pienso en esto, sin embargo, como alguien que tiene que escribir en diarios para ganarse la vida, sino como alguien que quiere leerlos para, digámoslo así, irla perdiendo de una manera tolerable.
Me doy un paseo –y hasta un blogroll- por los medios españoles y la letanía es casi tan exasperante como los hechos que la han venido provocando. La crónica amarilla parece cubrirlo todo, como corresponde en todo caso a una política que se ha convertido en una gigantesca página de sucesos.
Pero, llegados a este punto, cabe preguntarse si queda algo de esta “normalidad” en la degradación que califique como “noticia”. Y si, atrapados en ese bucle infinito, no estaremos configurando un tipo de lector unidimensional que ya sólo tiene ojos para consumir y confirmar la catástrofe. Un lector en la intemperie, y en un presente continuo, necesitado con urgencia de una mínima guarida desde la que resistir y dibujarse algún plano para el futuro.