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Cuando el espacio determina la vida

Una niña con movilidad reducida, en el barrio Gòtic de Barcelona

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Vivimos las ciudades y las viviendas con el cuerpo y la mente. Una escalera mal diseñada, un pasillo poco iluminado, estancias insuficientemente ventiladas o una plaza de asfalto sin bancos ni árboles nos recuerdan a cada paso que damos que los espacios no siempre responden a las necesidades de quienes los habitan.

Las personas convivimos con una arquitectura que trasciende su función original para impactar en nuestra salud. Desde escuelas en barracones hasta edificios centenarios sin rampas de acceso ni ascensores. Los ejemplos son infinitos para constatar que la arquitectura se convierte en contexto. En conjunto, las construcciones determinan cómo nos desplazamos, cómo respiramos, cómo nos relacionamos o cuál es la calidad de nuestra concentración cuando estudiamos o trabajamos.

Las personas respondemos a los lugares. Podemos hacerlo con fatiga, con ansiedad, con dolor crónico, con falta de motivación o con una tristeza difusa que no siempre aparece en los diagnósticos. Pero también podemos responder con bienestar, con vitalidad para ejercer una vida saludable, si el entorno nos acompaña.

Esto sucede cuando los espacios construidos se convierten en espacios de vida y no de obstáculo. Las ciudades y las viviendas son escenarios, sí, pero también son agentes activos. A veces nos enseñan, a veces nos limitan. Y hay momentos en los que, sencillamente, nos dejan fuera. Es justamente en ese punto donde la arquitectura tiene un papel vital. Como recuerda el arquitecto Peter Zumthor, “la arquitectura puede ser una herramienta para enriquecer y mejorar la calidad de vida de las personas, generando espacios que inspiren y promuevan el bienestar”.

Desde la Atención Primaria se constata cada día: personas mayores que pierden autonomía porque no pueden salir solas de su casa, madres que renuncian a las revisiones pediátricas porque no pueden subir el cochecito por tres tramos de escalera, adolescentes con ansiedad agravada por entornos que no invitan al encuentro ni al movimiento. Y esto no se resuelve solo con más horas de visita en el centro de salud.

Los barrios, los edificios y los hogares también deben formar parte del plan de cuidados. Una escalera comunitaria a la que no se puede acceder con una silla de ruedas puede tener tanto impacto sobre la salud como una pauta de medicación incorrecta. Está demostrado que los espacios abiertos, verdes y transitables reducen el cortisol, que las salas de espera sin ventanas pueden generar ansiedad o que las ventanas con vistas al exterior disminuyen el estrés de los hospitalizados. Así, el aislamiento puede ser tanto emocional como arquitectónico.

Las enfermeras de familia y comunitaria, en su rol de visitadoras a domicilio, se encuentran con espacios pequeños, desordenados o no higiénicos, viviendas no adaptadas a la movilidad reducida o que limitan el uso de dispositivos sanitarios tecnológicos. El espacio público es una barrera invisible entre la persona atendida y la comunidad que también impacta en la enfermera: tiempo adicional de atención por persona, planificación de la visita en función de la conexión del paciente o pérdida de agilidad en las atenciones.

Las enfermeras, en estos casos, no solo tratan enfermedades y promueven la salud, sino que son testigos de cómo la arquitectura, el urbanismo y la economía influyen en la autonomía, el envejecimiento y la salud mental de las personas atendidas. Ante estas barreras, las enfermeras tienen un papel clave en la derivación a servicios sociales, en la activación de recursos de ayuda técnica o en la demanda de cambios estructurales en las viviendas.

Este artículo nace de un diálogo interprofesional ante una problemática que no debería producirse en un país como el nuestro, con códigos de accesibilidad vigentes y financiación europea. Se trata de una conversación entre quienes diseñan espacios y quienes cuidan de las personas en todas las etapas de su vida.

Y es que enfermeras y arquitectos compartimos misión: trabajamos por la calidad de vida y el bienestar de todas las personas, independientemente de sus condicionantes. Es necesario que todos los actores que forman parte del engranaje de las viviendas y las ciudades ejerzan una mirada integral, holística y a largo plazo para descifrar y abordar la relación entre salud y espacios construidos.

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