Nos hallamos inmersos en un ciclo político-electoral en el que se juega la posibilidad de concreción de la ruptura democrática con el régimen del 78 planteada por el ciclo de luchas sociales. Este ciclo de movilización comenzó a raíz del giro austericida del gobierno Zapatero durante la primavera de 2010, que tuvo como primera expresión la huelga general de de 29 de septiembre e irrumpió con el movimiento de 15 de mayo de 2011.
Se ha abierto una crisis de régimen, política, socioeconómica y nacional en España y Cataluña. En definitiva, una crisis democrática donde la mayoría percibe que la política se hace en favor de una minoría. La idea de un pueblo frente a la oligarquía político-financiera ha arraigado a base de un intenso activismo social, político y cultural.
La política de austeridad y profundización de las políticas neoliberales de destrucción de derechos y políticas de bienestar en perjuicio de la inmensa mayoría de la población, así como la opción de salvaguardar los activos inmobiliarios e hipotecarios del gran capital financiero por encima de la atención al derecho a la vivienda, fueron iniciadas por el gobierno de Zapatero, profundizadas por el gobierno de Rajoy y han contado con la complicidad de los gobiernos de Artur Mas. La reforma del artículo 135 de la Constitución el verano de 2011, así como el proyecto de Asociación Transatlàntica para el Comercio y la Inversión (TTIP en inglés) las hemos de entender como iniciativas para blindar constitucionalmente esta opción política.
Después de diversas experiencias y tentativas previas en el terreno político, la irrupción de Podemos en las elecciones europeas de 25 de mayo de 2014 ha puesto sobre la mesa la posibilidad concreta de poner en jaque al régimen del 78, las políticas de austeridad, el sistema de partidos y el poder de las oligarquías en el campo del ciclo electoral.
La izquierda política y el sindicalismo existentes han mostrado sus límites para dar respuesta política y conectar con la movilización y unos anhelos populares articulados en torno a nuevos estilos y formas. Unos límites ligados a los compromisos con el régimen de la transición, la cultura de la derrota y la subordinación a lógicas del régimen, así como a la desestructuración política, cultural y generacional de la clase trabajadora, que no opera políticamente como tal, sino como parte del pueblo opuesto a la expoliación de la oligarquía financiera y la desdemocratización de la sociedad.
Es en este elemento democrático-populista, en que la contradicción pueblo/oligarquía es central, donde surgen nuevas expresiones políticas, construidas sobre liderazgos fuertes capaces de articular la diversidad popular, fruto también de la desestructuración social ligada a la crisis, así como sobre la comunicación de masas de las redes sociales, el surgimiento de una nueva generación de periodistas y comunicadores y el asalto a las grandes televisiones.
Centralidad y ruptura democrática
El agotamiento de la movilización social y la dedicación de esfuerzos a la intervención en el ciclo electoral tiene riesgos para un proyecto de ruptura democràtica. En especial si la intervención en el campo del juego del ciclo político-electoral se hace en función de una estrategia de inflación de expectativas e intervención mediático-televisiva y una vez contestada con la puesta en marcha de una campaña de hostilidad, exclusión y acoso mediático, así como la concreción de la estrategia propuesta este julio por Josep Oliu de lanzar un Podemos “de derecha” en la operación de recambio generacional que es Ciutadans-Ciudadanos.
Dado este escenario, donde insistir en esta estrategia pasa por la seducción de sectores centristas y la apelación al deseo de cambio en unos entornos mediáticos hostiles, existe el riesgo de desarraigar de la centralidad con radicalidad y de desconectar del fenómeno de fondo, la construcción del pueblo en su conflicto con la oligarquía financiera, del cual Podemos y otras experiencias han sido una expresión.
De una u otra manera, nos encontramos ante la vieja tesis de la izquierda de que lo que hace falta es sustituir a la vieja socialdemocracia, hacer de socialdemócratas en lugar de los socialdemócratas para obligar a los capitalistas a hacer de capitalistas. El problema de esta tesis es que obvia que la crisis de la socialdemocracia tiene que ver con la posibilidad histórica de su proyecto, ligado al desarrollo del pacto de clases de posguerra, un pacto que se dio en unas determinadas condiciones y que ha sido roto por la oligarquía financiera.
De que no hay programa viable queriendo simplemente sustituir lo que queda de socialdemocracia (que ha perdido la partida desde los 70) se desprende que no es momento de moderar la audacia, sino de anclarse en posiciones de confrontación con el capital financiero interviniendo y limitando sus mecanismos de reproducción, de apuesta por un programa de reposesión de las mayorías, de potenciación de un tejido productivo más democrático y de refundación de Europa sobre otras bases.
Por otro lado, como a raíz del 15M, también nos encontramos ante la confusión entre las técnicas de las ciencias sociales y las ciencias de la comuniciación con la teoría social. Las técnicas comunicativas, el análisis e interpretación de datos son ciencias auxiliares que han mostrado su potencial descriptivo y su utlidad pràctica, pero no pueden sustituir a los proyectos políticos – ni explicar los fenómenos sociales- que tienen que ver con sujetos sociales reales en su devenir histórico y que no son un mero agregado de posiciones, ejes, tendencias demoscópicas y memes.
Contrariamente a la salida centrista y mediática ante la encrucijada estratégica, es necesario reivindicar la potencia del proceso de construcción popular iniciado en este ciclo de movilización y politización. Es necesario reconectar con la articulación de unidad popular, con el protagonismo colectivo, con la movilización, con la creación de base social y propuesta ciudadana, e impulsar una alianza que sea capaz de alterar la correlación de fuerzas y de llevar a cabo la ruptura democrática.
Y hay que hacerlo apelando a las intuiciones reforzadas durante estos años de empoderamiento ciudadano, reinventando –o recuperando- la relación entre libertad, igualdad y democracia. Apelando a un nuevo imaginario que se ha abierto paso y a nuevas soluciones para refundar el pacto social. Soluciones que entroncan con el viejo concepto radical de democracia republicana –y con los derechos humanos– en la cual la libertad no puede ser entendida sin garantía de las condiciones materiales que sustentan la vida, la existencia. Porque seguimos sin querer ser mercancía de políticos y banqueros, ¡reapropiémonos de nuestras vidas!