El nuevo gobierno y las declaraciones del nuevo consejero de Salud, Antoni Comín, han abierto la puerta a la esperanza de detener la destrucción del sistema sanitario público de Catalunya y recuperar lo que hemos perdido. Pero nos equivocaríamos si quisiéramos volver a tener lo mismo que teníamos. Es el momento de repensar el sistema sanitario y hacer las reformas necesarias para asegurar su calidad, su efectividad social y en salud, y su sostenibilidad.
Nuestro sistema tenía y tiene muchas virtudes, pero también algunos problemas que los recortes han acusado, y que vienen de más atrás, de la concepción que se tenía en los años de crecimiento económico. El crecimiento del sistema sanitario a partir de los años 70 se hizo de acuerdo a un gran desarrollo tecnológico y farmacológico, de acuerdo con los intereses económicos del momento y de acuerdo con la visión biologista de la salud que minusvalora los componentes sociales y subjetivos y sobrevalora los aspectos biológicos. De manera coherente con esta concepción, los hospitales han sido y son el centro del sistema sanitario: reciben la mayor parte del presupuesto, son objeto de enormes inversiones, ostentan el poder científico, reciben la mayoría de ayudas para la investigación, acaparan el espacio mediático y dirigen la atención más allá de su espacio de intervención.
Los efectos de este modelo, propio de la mayoría de países occidentales, y del que los EEUU es el ejemplo paradigmático, han sido motivo de numerosos estudios y se conocen muy bien. Tenemos como resultado un avance tecnológico espectacular, la contribución al aumento de esperanza de vida o de ralentizar el progreso de muchas enfermedades. Pero también tenemos resultados negativos: los efectos secundarios de las mismas intervenciones sanitarias, los fármacos, de las pruebas, de los ingresos o de la cirugía, que cada vez son más claros. Toda intervención sanitaria conlleva unos potenciales beneficios y maleficios. La centralidad del discurso sanitario en enfermedad biológica-fármaco-hospital conduce a que las personas nos sentimos cada vez más vulnerables, más enfermas y ponemos demasiadas expectativas en el sistema sanitario.
De manera paralela hemos visto como la atención primaria de salud iba perdiendo discurso y recursos. Ha sufrido más que ningún otro ámbito los recortes, alrededor del 20% respecto al que tenía el año 2010. Unos recortes que han tocado de muerte una atención primaria históricamente débil, que nunca ningún gobernante ha tomado en serio a pesar de las muchas recomendaciones y evidencias sobre su papel positivo en la salud de las poblaciones y en la sostenibilidad del sistema. Los estudios son tercos, una y otra vez nos dicen que una buena atención primaria mejora la salud percibida y la prevención, disminuye la mortalidad infantil y la mortalidad general, los efectos secundarios de las intervenciones sanitarias y el gasto.
Hace años, nos habíamos acercado a una buena atención primaria, pero lo que habíamos conseguido lo hemos acabado perdiendo con los recortes y las políticas aplicadas. El impacto, poco visualizado, ha sido muy alto: pérdida de médico y enfermera referentes, fragmentación de la atención según problema de salud o etapa vital, descoordinación en los pacientes crónicos o atención continuada por equipos y empresas ajenas. Se ha derrochado la visión global y la relación de confianza construida durante años y que tanto valor terapéutico tiene.
Lo que nos queda se parece cada vez más a la antigua atención ambulatoria. Poco a poco, ha ido cambiando el modelo y las garantías de su resultado, porque los buenos efectos de la atención primaria sobre la salud se producen cuando ésta es accesible, da atención continuada a lo largo de la vida, lo hace para todos los problemas y condiciones de salud y tiene capacidad de coordinar todas las acciones que se puedan necesitar.
Estos días se habla del colapso en los servicios de urgencias hospitalarios. Es un problema crónico que se ha agravado con los recortes, pero que tiene más causas. La mayoría de personas que «colapsan» los servicios de urgencias son pacientes crónicos descompensados. Lo podemos analizar desde dos enfoques diferentes que conllevan soluciones también diferentes. El primero es decir que no hay camas en los hospitales para poder ingresar a los enfermos descompensados, y por lo tanto nos hacen falta más camas y más presupuesto para tal fin. El segundo es decir que no se hace todo lo que es posible hacer antes de que estos pacientes lleguen a los servicios de urgencias, y por lo tanto hay que dedicar más recursos a la atención primaria y el apoyo a las familias. Esta segunda opción resulta menos costosa, conlleva menos riesgos y tiene más en cuenta la globalidad del enfermo y de su entorno.
El eterno problema de las listas de espera también puede ser abordado reclamando más especialistas o reclamando más capacidad de resolución de los médicos y enfermeras de cabecera.
Alerta, pues. Nos equivocaremos si volvemos a acentuar la mirada sobre los hospitales y en la recuperación de camas. Porque en las sociedades occidentales, más camas hospitalarias no se traduce en una menor mortalidad. En cambio, sí está documentado que si hay más médicos de familia disminuye la mortalidad.
Es el momento de repensar con serenidad el sistema sanitario que queremos y necesitamos. Hay que hacer políticas sanitarias basadas en la evidencia, recuperar el conocimiento que tenemos sobre los determinantes de la salud, centrarnos en disminuir las desigualdades, considerar a las personas y su entorno en su globalidad. Por el contrario, se reducirán las actuaciones innecesarias y redundantes, centrar los esfuerzos en aquellos que más necesitan (clases sociales más bajas) no sobre aquellos que más piden (clases sociales más altas), potenciar la apropiación de la salud y la enfermedad y favorecer los aspectos saludables de las personas y las comunidades. Y esto sólo se puede hacer dando recursos, fuerza y poder en la atención primaria. Es el momento de repensar el modelo hospitalario y buscar una óptima utilización de los recursos.
Es prioritario que desde la nueva consejería se hagan nuevos planteamientos en este sentido. Con el presupuesto que disponen se pueden hacer políticas diferentes y mejores.