El órdago está servido. Artur Mas ofició ayer en Madrid probablemente su primer discurso electoral para liderar a muy corto plazo en el Parlament una nueva mayoría de amplia base que le permita afrontar el reto soberanista en una nueva legislatura, tras levantar acta pública del ‘no’ rotundo de Mariano Rajoy a la negociación del pacto fiscal. Aunque el desenlace de la cumbre se daba por sabido, Mas se esforzó en convencer a propios y extraños de que había agotado su esfuerzo negociador hasta el último segundo y que habría bastado un sencillo “quizás” para parar el reloj y contener la marea. No ha sido posible.
El terminante comunicado de La Moncloa, que se añade a la insólita incursión de La Zarzuela en el pleito político entre la Generalitat y el Gobierno central, ilustran y abonan el visible enrarecimiento del clima político e institucional. El pensamiento y el lenguaje transmitidos en pocos días desde las dos máximas instancias políticas del Estado parecen destinados a provocar nuevos daños colaterales y abonar el sentimiento de frustración y agravio que arrecia en amplios sectores de Catalunya.
Del mismo modo, parece inevitable que las ideas y predicciones de Mas expuestas a domicilio desde la delegación de la Generalitat en Madrid, también alimentarán aún más la incomprensión y/o beligerancia del españolismo más irredento. También es de esperar que aumenten la desazón en sectores de la ciudadanía de Catalunya que asisten en silencio y con gran fruición al desarrollo de la espiral secesionista. Un penoso escenario de corte regresivo que parece retrotraer fatalmente las cosas al punto de partida del consenso constitucional de 1978.
En su estrategia de ir más allá de las fronteras de CiU y emplazar a aliados y adversarios ante el portazo del Gobierno central, el presidente de la Generalitat se ha remitido al debate de política general de la próxima semana para consumar formalmente la disolución de la Cámara y lanzar el nuevo llamamiento a las urnas.
El acontecimiento sucede cuando ni siquiera se ha agotado la mitad de su agitado mandato y en la fase más crítica de la agenda política y social provocada por la Gran Recesión. Y todo ello en un entorno marcado por la asfixia financiera de España en conjunto y Catalunya en particular, ambas a la expectativa de sus respectivos salvavidas de rescate.
El presidente de la Generalitat exhibió ayer en Madrid su arsenal de franqueza, convicción, solemnidad y buenas maneras para conectar e intentar atraer a un amplio sector transversal de Catalunya que va desde las desconcertadas bases catalanistas del PSC hasta los nichos electorales de ERC y el resto de fuerzas de la constelación independentista. El perfil plebiscitario de los comicios se acentúa de manera inexorable ante la determinación del líder de CiU de defender y anteponer la voluntad política –“democrática, mayoritaria y pacífica”- de los ciudadanos de Catalunya frente a la interpretación centralista o inmovilista de la Constitución. Tarde o temprano, la necesidad de un referéndum para clarificar limpiamente la situación se impondrá por su propio peso y por la lógica democrática, supuesto que se extiende ya incluso en sectores desafectos al secesionismo.
Final de trayecto
A pesar de mostrarse extremadamente contenido en el tono y las formas, Mas asumió ayer todos los riesgos del comprometido escenario que se abre a partir de ahora. Aunque consciente desde el principio de la posición inamovible del jefe del Gobierno central, secundado en este terreno por el PSOE de Pérez Rubalcaba, Artur Mas ha llegado a la estación término de su programa de Gobierno a una velocidad y con un fardo político muy superiores a lo previsto inicialmente.
La gigantesca manifestación del 11-S ha desbordado su estrategia soberanista en clave de “allegro ma non troppo” y le ha obligado a definirse y comprometerse antes de tiempo ante una virtual segregación de España. Su reiterada alusión al espacio de Europa y el euro como refugio y garantía, citado con énfasis como única referencia ante las “preguntas sin respuesta”, ilustra la extraordinaria dificultad y responsabilidad de su cometido en adelante.
De este modo, España se enfrenta en los próximos meses a unas inciertas elecciones parlamentarias en las tres comunidades históricas del Estado. Mariano Rajoy afronta un importante test de confianza en Galicia, pero se juega muchísimo más que eso en los comicios vascos y, llegado el momento, en las trascendentales elecciones en Catalunya. Con el entierro del pacto fiscal, Mas ha arrojado una nueva paletada de arena sobre la tumba del pactismo pujolista, en un largo y doloroso oficio fúnebre que arranca desde las desaventuras del Estatut de 2006 bajo el Gobierno tricolor de la izquierda liderado por el PSC.
En definitiva, la crisis política e institucional que se abre paso de forma abrupta en el escenario español se consuma así como la última variante de la crisis del statu quo de España provocada por el tsunami financiero de 2008. En apenas un lustro, el país ha pasado de la etapa de mayor estabilidad, crecimiento y modernización de su historia, a una situación de depresión económica, social y política de gran incertidumbre. Hará falta mucha templanza e inteligencia para administrarla.