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Perfil

El regreso de Jordi Turull, el eterno segundo de Convergència que toma las riendas de Junts

El exconseller y vicepresidente de Junts, Jordi Turull, al salir de la cárcel de Lledoners tras ser indultado

Arturo Puente

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Exceptuando quizás a Artur Mas, hay pocos hombres de esa generación en Catalunya que atesoren más pedigrí 'convergent' que Jordi Turull i Negre. Nacido en Parets del Vallès (Barcelona) hace 56 años, antes de cumplir la mayoría de edad ya militaba en las juventudes del partido de Jordi Pujol y después pasaría 30 años encadenando cargos públicos o del partido. A principios de la pasada década Turull también fue uno de esos que hicieron 'clic' en el procés y se convirtieron en fervorosos independentistas. El 1 de octubre vivió el referéndum en primera persona como conseller de la Presidencia y, tras eso, se pasó tres años y medio en prisión. Ahora Turull, un convergente clásico que parecía condenado a estar siempre detrás del líder, ha vuelto para tomar las riendas, junto a Laura Borràs, de un partido como Junts y en uno de los momentos más complicados para la formación.

Desde el nacimiento del nuevo partido, primero como candidatura hace cinco años, el exconseller siempre ha tenido gran influencia en las decisiones internas, hasta el punto de que de su dedo han salido diversos nombramientos de consellers y cargos del Govern, como la exconsellera de la Presidencia Meritxell Budó o las actuales titulares de Justicia, Lourdes Ciuró, y de Derechos Sociales, Violant Cervera.

La vuelta de Turull a la primera línea de la política se lleva incubando varios meses. Los rumores, ahora confirmados, de que Carles Puigdemont podía abandonar la presidencia del partido para centrarse en las cuestiones europeas y de que Jordi Sànchez también daría relevo en la secretaria general, abrieron la carrera de la sucesión en la que Turull siempre figuró.

La vida política del exconseller es larga, pero fue en 2010 cuando comenzó a ser una cara conocida a nivel catalán. Como líder de CiU en el Parlament, se convirtió en una voz implacable contra la oposición y en muchos momentos fue tildado de “diputado jabalí” por el papel de policía malo que desempeñaba para evitar que el president Mas se manchara las manos.

Recordado es también su papel respecto a la protesta Aturem el Parlament, del 15M, pues Turull fue uno de los testigos que lanzó acusaciones más duras contra los manifestantes, a quienes acusó de intentar un golpe de Estado y de ejercer violencia contra la institución. Paradojas del destino, el magistrado Manuel Marchena condenaría primero a los jóvenes activistas a los que acusó Turull y años después al exconseller en el caso del procés con argumentos de similar cariz.

Esa coincidencia fue recordada por muchos el 22 de marzo de 2018, cuando sobre las instituciones catalanes pendía un 155 que el Gobierno de Rajoy se negaba a retirar si no había una investidura que los tribunales avalaran. El Parlament había intentado votar a Puigdemont, a quien el Constitucional había advertido que no se podía investir en ausencia, por lo que la mayoría independentista había propuesto a Jordi Sànchez, aunque sin éxito porque el juez Llarena no le permitió personarse en la Cámara.

Fue entonces cuando apareció el nombre de Turull como una alternativa. En ese momento se encontraba en libertad provisional y ocupando un escaño. Él accedió a presentarse a la investidura, pese a saber que eso podía precipitar su vuelta a prisión, como así ocurrió. Solo pudo comparecer en la primera de las votaciones, de las dos que permite el Parlament, y no logró la investidura porque la CUP se quedó en una abstención.

Desde aquel episodio, sectores de Junts han cargado con frecuencia contra los anticapitalistas, a quienes acusan de haber dado la espalda a Turull en uno de sus peores momentos. Sin embargo, las relaciones personales de Turull con diputados de la CUP son muy fluidas. El exconseller mantiene relaciones estrechas con personas clave de todos los grupos independentistas e, incluso, con algunos cargos del PSC. Fue, por ejemplo, el único preso que recibió la visita en la cárcel de una exministra socialista: Leire Pajín, con quien mantiene una vieja relación de amistad.

Vuelta a la fontanería

Con el congreso de Junts fijado para el 4 de junio, durante las últimas semanas el exconseller ha vuelto a desempolvar su habilidad para la fontanería. Sin hacer demasiado ruido ha ido metiéndose en el bolsillo a diferentes familias de su formación, comenzando por la del poderoso secretario general saliente, que aún mantiene buenas relaciones con muchos consellers.

Las aspiraciones de Turull tampoco eran mal recibidas por el vicepresident, Jordi Puigneró, que pese a eso ha evitado cualquier muestra de apoyo público, ni generaban anticuerpos en Waterloo, desde donde Carles Puigdemont ejerce un importante ascendente sobre todo el partido. Con quien Turull sí chocaba era con Laura Borràs, la presidenta del Parlament, que pese a sus casos judiciales y el desgaste de su figura aún mantenía aspiraciones para controlar el partido.

Turull controlaba el aparato (si es que en Junts existe una maquinaria digna de ese nombre) mientras Borràs sabía que no lo tendría difícil para ganar en un congreso donde votara la militancia. Con este equilibrio casi perfecto, ambos han llegado al acuerdo de hacer un tándem, ella en la presidencia y él en la secretaría general, pero ambos compartiendo funciones ejecutivas. Eso último supone un cambio en la estructura de la formación, que requerirá de una modificación de los estatutos y, aunque en la presentación de la candidatura conjunta todo eran sonrisas, fuentes del partido reconocen que deberán ser muy cuidadosos con ese cambio para que luego no haya equivocaciones en quién tiene la última palabra de cada decisión.

La etapa que comienza en Junts a partir de este junio no se augura calmada. El relevo de Puigdemont ha acabado con una solución de compromiso entre los dos grandes sectores para repartirse la Ejecutiva, pero sigue siendo una incógnita qué decisiones puede tomar el partido sobre los grandes temas que Junts tiene sobre la mesa. Algunos de ellos son cuestiones como la reforma sobre la ley de política lingüística, varada en el Parlament a la espera de la decisión de los de Borràs; qué hacer con el pacto de gobierno que mantienen con el PSC en la Diputación de Barcelona, cuestionado con frecuencia por las bases; o qué enfoque debe tener el partido en la legislatura: si apostar por un perfil de corte radical en lo independentista pero transversal en el eje izquierda-derecha o decantarse por una identidad más claramente liberal para atraer a los votantes del PDeCAT.

No es fácil predecir qué piensa Turull de todo esto porque él aúna las dos almas del partido: es un pragmático con capacidad para pactar pero, a la vez, es un hombre que ha abrazado con convicción el impulso más unilateralista que representa Puigdemont. Turull es un hombre que lleva a gala el no haber pedido perdón por nada de lo que hizo en octubre de 2017 y también de los que dice que hay que volver a plantear un embate al Estado. Pero, a la vez, ha sido una voz que ha acusado al independentismo de retórico y ha advertido contra la guerra de reproches entre los partidos soberanistas. Pese a que deberá compartir el poder con Borràs, desde el próximo verano en sus manos estará el futuro de un partido que, cinco años después, no ha acabado de encontrar su lugar.

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