Una vecina compra una furgoneta para que los libreros sin hogar del barrio de Gràcia no tengan que dormir en la calle

Pol Pareja

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“No es un piso, pero es mucho mejor que dormir en el suelo de un lavabo”. Cristina sale de una furgoneta blanca aparcada en un barrio en los límites de Barcelona. Son las ocho de la mañana, se despereza y empieza ayudar a vestir a Guillem, su pareja, que va en silla de ruedas. Después coloca una rampita en la puerta del vehículo y lo baja hasta el asfalto.

Cristina y Guillem, 34 y 64 años, son una conocida pareja de libreros callejeros del barrio de Gràcia. Desde hace más de seis años venden libros en una parada informal situada cerca de la estación de metro de Fontana. El pasado mayo elDiario.es publicó su historia con una llamada de socorro: se habían quedado sin la habitación que llevaban años alquilando y estaban durmiendo en el suelo de un lavabo de un parking subterráneo.

El artículo desembocó en una ola de solidaridad que sin embargo no les arregló el problema. Había vecinos que se les acercaban y les daban algo de dinero, otros les traían libros a la parada o preguntaban en qué podían ayudarlos. Nadie, sin embargo, les ofrecía lo que necesitaban: una habitación en la que poder descansar al final del día, guardar sus libros, y dormir unas horas. Cristina y Guillem, de 34 y 64 años, tienen el dinero para pagarla, pero nadie les quiere alquilar un espacio. 

Ahora han logrado una solución provisional que les ha sacado parcialmente de la calle. Una mujer de 50 años que conoció su caso se ha volcado en ayudarles y ha movido cielo y tierra para conseguirles un hogar. Mientras no encuentra la solución definitiva, les ha comprado una furgoneta para que puedan tener un sitio donde pernoctar y guardar sus cosas.

La mujer es Cristina Bernadó, una filóloga de 50 años que ejerce de profesora de catalán para adultos y vive en Tiana, un municipio a 15 kilómetros de la capital catalana. Bernadó conoció el caso cuando TV3 se hizo eco de la historia y esa misma tarde se presentó en la parada de libros.

El marido de Bernadó le dijo que media Catalunya ya debía estar ayudando a esta pareja de libreros, pero no era así. “Estaba recogiendo los libros cuando llegó y me dijo que nos quería ayudar”, recuerda la librera de Gràcia. “Le respondí lo mismo que a todos, que lo que más necesitamos es una habitación”. Se intercambiaron los teléfonos y se emplazaron a estar en contacto.

Bernadó empezó entonces una odisea para encontrarles un hogar. Un periplo que le ha permitido constatar la agresividad del mercado inmobiliario barcelonés y cómo el regreso del turismo ha disparado los precios de las pensiones hasta el punto de costar lo mismo que un hotel de varias estrellas.

“Qué inocente fui de pensar que en pocos días les podía encontrar algo”, constata ahora Bernadó. Primero se ofreció para avalarlos en un alquiler, pero no encontraron nada. Después ya intentó directamente alquilar ella un piso para que se instalaran Cristina y Guillem en él, pero cualquier opción asumible para la pareja de libreros volaba a las pocas horas de ser anunciada.

Bernadó estaba especialmente preocupada por el estado de salud de Guillem, que llevaba ya más de un mes durmiendo en la silla de ruedas, sin poder tumbarse. Empezó a sufrir una septicemia que puso su vida en peligro y tuvo que ser ingresado en el Hospital del Mar durante casi dos semanas debido al mal estado de sus piernas. 

Mientras buscaba piso para Cristina y Guillem, Bernadó les ha sufragado algunas habitaciones durante varias semanas para que tuvieran un sitio en el que descansar. Les ha pagado pensiones en el Raval, hoteles en L’Hospitalet de Llobregat, un camping en Gavà e incluso una habitación en la confortable residencia universitaria de ESADE en Sant Cugat, cuyo precio era más barato que cualquier alojamiento en la capital catalana.

“Los precios están inasumibles y me pedían 150 euros por una pensión muy cutre”, rememora esta profesora, que explica que llegó un momento en el que era “inasumible” seguir pagando habitaciones de hotel a la pareja. “Yo no soy Bill Gates”, resume Bernadó, que también compró una silla de ruedas eléctrica para Guillem porque la suya estaba ya rota de cargar tanto peso. 

Tras asumir que no encontraría un piso en pocas semanas, Bernadó se informó y descubrió que no era ilegal pernoctar en la furgoneta. Miró opciones de segunda mano y encontró una suficientemente alta como para que pudieran estar en su interior sin agacharse. También compró una rampa para que Guillem pueda subir y bajar del vehículo.

“Soy consciente de que no es una solución definitiva, pero como mínimo no duermen en la calle”, explica esta mujer. “La cuestión es ver qué hacemos ahora para sacarlos de ahí”. Bernadó se plantea incluso comprar un piso con la ayuda de otras personas y pagar la hipoteca con lo que Cristina y Guillem les abonen.

Los libreros aseguran sentirse aliviados después de casi dos meses sobreviviendo en la calle. Saben que la situación actual no es la panacea, pero como mínimo tienen algo de intimidad y Guillem puede tumbarse en una pequeña cama que han colocado en la furgoneta. Cristina duerme con una esterilla en el suelo. “Estamos muy agradecidos”, apunta Guillem mientras se fuma el primer cigarro del día. “Estos meses han sido durísimos”, añade Cristina mientras va preparando todos los bártulos para dirigirse a la parada de libros, donde pasan el día para sacarse un extra a los aproximadamente 1.000 euros que ingresan entre la pensión contributiva de él y el Ingreso Mínimo Vital (IMV) de ella.

Son varios los vecinos de Gràcia que siguen ayudando a esta pareja de libreros, querida por todos los que les han comprado o regalado libros durante años. Más allá de traerles comida, libros y guardarles los títulos, los vecinos están recogiendo firmas para que el Ayuntamiento les conceda una licencia para vender los libros sin problemas legales, después de que el distrito de Gràcia rechazara de nuevo la semana pasada concederles el permiso.

Los Servicios Sociales del consistorio aseguran que les han ofrecido alternativas habitacionales, pero todas pasan por vivir separados (Guillem debería ingresar en un centro sociosanitario) y ninguno de los dos quiere distanciarse. Ambos están conjurados a resistir y Cristina sigue entregada a cuidar de su pareja. Cuenta, además, con la ayuda desinteresada de decenas de vecinos de Gràcia y de Cristina Bernadó, dispuesta a hacer lo que sea hasta encontrarles un hogar.

¿Qué le ha hecho movilizarse de esta manera para ayudar a una pareja sin hogar? “Lo primero fue ver que Cristina es una mujer joven”, responde Bernadó. “Lo segundo y creo que lo más importante fue ver que se ganaban la vida vendiendo libros. Eso fue lo que me hizo conectar con ellos”.