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Diario de una cuarentena

Imagen: Pedro Maseda Díaz

Miguel Ángel Curiel

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A Mamá

26 de marzo. Leo el poema de Jaime Gil de Biedma, pandémica y celeste, la cita previa de Catulo, sin duda lo mejor de toda la retahíla. “Quam magnus numerus Libyssae arenae aut quam sidera multa, cum tacet nox, furtiuos hominum uident amores”, Catulo, VII.

Anoche en el balcón escuché en la radio a tres necios y mentirosos compulsivos charlotear desde el Congreso de los Diputados. Sus nombres son Pablo Casado Blanco (Palencia, 1 de febrero de 1981), Santiago Abascal Conde (Bilbao; 14 de abril de 1976) y Gabriel Rufián Romero (Santa Coloma de Gramanet, 8 de febrero de 1982). Qué el río les absuelva de su estulticia.

Antes de irme a la cama y para limpiar mi alma leí en voz alta en el balcón el poema de Catulo que estuvo censurado veinte siglos por su obscenidad: “Voy a cogérmelos por el culo y por la cara, Aurelio mamavergas y Furio el sodomita, que por mis lascivos versos me consideran un culo blando y un desvergonzado”.

27 de marzo. Los libros con los que estoy resistiendo la cuarentena son El yo moderno de Gottried Benn y La lengua absuelta de Elias Canetti. Por la mañana leí Schibboleth, un pequeño ensayo de J. Derrida sobre Paul Celan. Schibboleth, manojo de espigas, arroyo o corriente en hebreo. Utilízala como contraseña para irte río abajo. Te la dejo lector.

28 de marzo. Paso la mañana pegado a la ventana y la tarde sentado en el balcón. El apartamento tiene 98 m². Desde aquí veo los cuatro puentes sobre el río. Leonardo da Vinci podría haber inventado la perspectiva aérea mirando desde esta ventana. T. es un lugar de perspectivas extrañas y lejanas y el río el vector en el que se reflejan.

Obliguen a sus niños encerrados a leer la Odisea en voz alta. Durante el día un niño lee la Odisea de H. en voz alta. Cuando al fin acaba de leer la última frase del libro, guarda silencio durante tres días; ha hecho un largo viaje y ha acabado agotado. Las primeras palabras que saldrán de su boca después de esa larga travesía de silencio, no serán otras que la frase final del libro. “Palas Atenea, la hija de Zeus, portador de égida, estableció entre ellos un pacto para el futuro, semejante a Méntor en el cuerpo y en la voz”. Ahí comenzará su vida verdaderamente, en ese instante.

29 de marzo. Un martes se parece a un viernes y un viernes a un lunes. Lo más profundo que oí hoy: “No hace falta entender el agua para lanzarse”. Así es que no hace falta entender el mundo para estar en el mundo. Plagas y desastres naturales. Yo que me aburría en la odiosis, en el aburrimiento que genera gran parte del odio humano. Un odio que genera siempre un principio contra uno mismo. Una fuerza interior devastadora. Me aburría de mí. Un país en llamas y luego inundado. Yo que imaginaba, sólo hacía que imaginar, y perecía, siempre perecía en cualquier acontecimiento banal. Ahora deseo ver las cosas que acontezcan en el justo momento en el que se den. No quisiera adelantarme un paso, ir más deprisa que el propio tiempo. Son los días expuestos a los otros días.

Se acabó el tiempo de los idiotas, el maxime inprobus es Santiago Abascal, parecía inexpugnable. Sin embargo estas palabras son sólo para mí. Nadie más debería leerlas. He aquí la larga fila de los que no están de acuerdo. He ahí la suma libertad de lo que digo, mi summa libertas. Nada me gustaría más esta noche que llenar la casa de gente y hacer una fiesta por los nuevos tiempos y por Mamá, y en el clímax todos mirando por la ventana el río muerto. Una sola palabra por persona, y bien pensada, no al azar, la palabra con la que cada uno se podría salvar: Hikikomor引き篭り, un aislamiento social agudo para salvarse. Exorcizo el día con Emily Dikinson: “La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma y canta sin parar”.

30 de marzo. Mi hermana me llamó anoche. Mamá se encuentra en el hospital de T. Los médicos son pesimistas. Ningún médico te da ya esperanzas. Esa palabra ha desaparecido del vocabulario. Todo el rato pienso en el doctor Bernard Rieux, el personaje de La peste de Camus que logró sobrevivir a la novela y escapar de las páginas azules de ese cielo de Oran, el mismo cielo y la misma claridad ahora sobre T. El río parece una cinta azul. Rieux está ahora aquí, mi sombra es Rieux, pero es una sombra que no habla; le pregunto cosas y no habla. Me remito a la cita de Daniel de Foe con la que comienza La Peste: “Tan razonable como representar una prisión de cierto género por otra diferente es representar algo que existe realmente por algo que no existe”.

31 de marzo. La intención era dejar esta hoja en blanco. Dejar muescas, una tras otra hasta llegar aquí, contabilizar todos los días que he vivido: muescas [Kerben] hendiduras, inscripciones. Un árbol herido de muescas alineadas en círculo. ¿Y para qué sirve eso? ¿No habría sido mejor dejarlo todo en blanco y no haberse desesperado en la nada? La cuestión era jugar, jugar siempre, incluso con la muerte a la que no es fácil de ver, como 'Sisifo' en Canetti, que empuja con dificultad las palabras, pero vuelven a caer en él. El río sigue extrañamente azul. Las garzas se posan en los taráis del Paredón de los frailes.

1 de abril. De todos los miedos, el miedo al miedo. Muchas son las lenguas de las que he extraído es palabra [Angst, страх, φόβο, paura, fear, haìpà, pelko, peur etc..]. Durante mucho tiempo creí que si las extirpaba, el miedo desaparecería. Sin embargo es la palabra más silenciosa que conozco, la palabra de hielo que se incrusta y enfría el ánimo. Las extirpo, las exploto, las entierro, las alejo soplándolas en el fuego. Creo que lo entendí mal, es una palabra muy poderosa que infecta a las otras; vive dentro de las otras. Está siempre ahí para que vayamos directos a ella y entremos en su agujero negro. Está ahí como una flor extraña y su olor extraño, diría que como un olor nuevo, desconocido y a la vez antiguo, olvidado que parece llegar del futuro. Hoy extirpé esta Osoreru llena de una extraña y vacía admonición. La pisoteé después de escribirla es un papel. Espero olvidarla pronto, no logro masticarla [恐れる].

2 de abril. “Nuestro destino es la oscuridad”, escribió G. Steiner. –Desde el cabo hasta el horizonte los relámpagos dibujaban un arco–. Para mí, los truenos, el fulgor de todos los ruidos se oyó mil años después. Cambios bruscos de tiempo. ¿Cuántas veces debo lavarme las manos para estar puro? ¿Queda alguien en el país que no lo haga? ¿Podría ser yo el único en el mundo que no hable de eso? Alguien debe haber, ese alguien, al mismo tiempo haga lo mismo que yo. ¿Y me estará buscando de la misma manera que yo le busco? No estará cerca, pero es posible que no esté muy lejos. Quizás seas tú, que nunca vas a leer esto, y si finalmente lo leyeras habría pasado mucho tiempo antes. Quizás no hayas nacido. Siempre pensé que en el momento del tránsito, durante ese breve paso de la línea, alguien que nace se cruza contigo, pero no tiene el cuerpo de un niño, y es de tu misma edad, y os decís adiós y no sentís extrañeza; es ya mayor y parecía que hubiera vivido mucho, incluso un poco más que tú, pero cuando dejas de verlo, y él ya ha dejado de verte querría llevarte para siempre. La visión de cómo un cuerpo tan grande va empequeñeciéndose hasta poder entrar en una cuna.

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