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¿Es compatible ser fallera mayor y feminista?

Raquel Miralles

Afirmaba el experto en fiestas populares valencianas, Gil-Manuel Hernández, que la Transición no había llegado a las Fallas. Yo añadiría que tampoco el feminismo. Ha habido avances en el papel de la mujer, pero la visión heteropatriarcal sigue presente, siendo la figura de la fallera mayor de Valencia su máximo exponente.

Este cargo de representación nació durante la Segunda República para dar cierta visibilidad a la mujer en unos festejos populares reservados para los hombres. Desde entonces, pocos cambios. La fallera mayor continúa siendo un símbolo, un icono casi sagrado, incuestionable e inmutable. Un relato machista que todos los que participan de la fiesta compran. Los medios de comunicación exaltan las características físicas de las candidatas, su decoro y su saber estar como cualidades indispensables para conseguir el trono.

Durante el proceso de selección, pudimos leer titulares como “Silvia es todo amor y se preocupa por los demás”, “Marta es todo corazón y está dispuesta a ayudar” y “Lucía conecta con la gente y tiene mucha bondad”. La “buena” mujer, la de hace cincuenta años, la que complace siempre, se desvive por los demás y deja hablar primero a los hombres, la que destacaba la guía de la buena esposa de la Sección Femenina. La inteligencia de las falleras importará, pero no es lo que se destaca. Total, no tendrán poder real, sino que serán convertidas en objetos simbólicos, de culto, perfectos. Ellas, además, aceptarán este rol sin rechistar. Todo por la corona, como las misses.

La figura de la fallera mayor es sexista. Obedece a la perfección a ese papel asignado a las mujeres, a ese mandato de género que te obliga a ser y a comportarte de una determinada manera según tu sexo. En este caso, la identidad femenina se ha construido en base a una serie de características y actitudes como la pasividad, la falta de iniciativa, la abnegación o la belleza. Somos, en palabras de Amelia Valcárcel, el sexo que debe agradar. Y esto es lo que se les exige a las falleras mayores.

Es previsible que en una sociedad patriarcal, el machismo impregne todos los ámbitos sociales, también las fiestas. Lo increíble es que nadie haya alzado la voz lo suficiente para que haya habido cambios. La tradición no puede continuar siendo la excusa para no luchar por unas fallas más igualitarias. Voy a atreverme, a riesgo de ser considerada una mala valenciana, a proponer algunas modificaciones: ¿Qué tal si las falleras llevaran más a menudo pantalones? Tampoco estaría mal que algún año no nos enteráramos de cuál es su color favorito. Se me ocurre también que la corte de honor podría ser mixta y, quizás, de vez en cuando, podríamos preguntarle a la fallera mayor por cuestiones fundamentales de la fiesta que representa. Podríamos oírla posicionarse a favor o en contra de que un representante del mundo fallero haya participado en una manifestación ultra y violenta. Deberíamos permitirle que actuara como una verdadera embajadora de la fiesta, con una voz y discurso propios. Mientras se la siga exhibiendo como un elemento decorativo más, ser feminista es incompatible con ser fallera mayor.

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