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Christo Casas, autor de 'El Power Ranger rosa': “La LGTBIfobia que sufrí en la infancia fue importada de la ciudad”

Christo Casas, autor de 'El Power Ranger rosa'.

Laura Julián

València —
5 de marzo de 2021 22:16 h

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El protagonista de la novela El Power Ranger rosa (niños gratis*, 2020) no eligió su mote, se lo impusieron. “No es una historia victimista, todo lo contrario”, explica Christo Casas (Henarejos, 1991). El recién estrenado escritor irrumpe en el mundo editorial con una historia de un joven nacido en un pueblo de Cuenca que emigra a Barcelona y después a Berlín. Allí trata de escribir la historia de vida de su abuela, a quien ha entrevistado grabadora en mano. Ambas voces se fusionan en un relato muy vivo que interpelará casi a cualquier lector o lectora, sobre todo si ha nacido en la década de los 90. El discurso de clase, la diversidad afectivo-sexual, la (des)vinculación con nuestros pueblos, la admiración por las abuelas o la precariedad juvenil son también los grandes protagonistas de esta novela llena de ironía y golpes de realidad.

Graduado en Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universitat de València, Christo Casas trabaja actualmente como director de comunicación del Consell de la Joventud de Barcelona y compagina su trabajo con estudios en antropología. Se describe como un “maricón de clase obrera” y “un periodista enfadado con el periodismo” y, aunque la novela no sea autobiográfica, hay mucha de esa rabia en sus líneas. En apenas semanas se agotaron los ejemplares de la primera edición y ya está en marcha una segunda. Tras un primer contacto muy positivo con lectores en Madrid, el autor presentará su novela el 17 de mayo, Día Internacional contra la LGTBIfobia, en el Instituto Joan Fuster de Sueca, donde vivió durante su adolescencia. “Alguien dijo que un ex alumno había publicado un libro sobre un marica y me llamaron”, cuenta desde el otro lado de la pantalla.

¿Quién es el Power Ranger rosa?

El Power Ranger rosa somos todas las personas, sean niños, niñas o niñes que éramos calificados como débiles, raros o diferentes. Ese power ranger estaba asociado a lo femenino y era entendido como el peor de los cinco, el descartable, el que nadie quería. Al final siempre le tocaba al rarito del grupo.

¿Dirías que hay muchos “power ranger rosa” en España?

Sí, muchísimos. España está llenísima de power ranger rosa, de personas a las que se les señala lo diferentes que son desde que son muy pequeñas y crecen asumiéndolo. Y no únicamente por la orientación afectivo sexual, puede ser por orígenes, género, diversidad funcional o por cualquier otra interseccionalidad. Estoy recibiendo mucho retorno de experiencias similares, pero con el power ranger amarillo porque en algunas ediciones es chica o una persona racializada. La novela hace mucha incidencia no sólo en la diversidad afectivo sexual sino en la cuestión de clase. Y desde luego este país está llenísimo de personas que son señaladas o marginadas por su clase. Tenemos muchos power ranger pobres en el país.

Hay un momento de la novela, cito literal, en el que la abuela le dice a su nieto: “Yo sé que el muñeco ese rosa lo has roto para que no te digan que eres una niña. Pero tú lo que tienes que hacer es jugar con lo que quieras y con quien quieras. Y si te pega ese niño pues tú no le pegues porque no vas a ser un hombre como él”. ¿Tienen nuestras abuelas más respuestas de las que nos pensamos?

Por supuesto. Muchas veces miramos a nuestras abuelas como personajes planos cuyo único papel es ser nuestras abuelas. Nos olvidamos de que han sido madres, hermanas, trabajadoras, hijas y otras muchas cosas. La abuela de la novela es una mujer analfabeta. Me interesaba mucho retratar a esa mujer que, por mucho que no sepa escribir su nombre, tiene muchísima más sabiduría que otras personas que sí saben. El libro es también un homenaje a mis abuelas, dos mujeres analfabetas. Una de ellas habla cinco idiomas sin saber escribir ninguno, como la de la novela.

¿Cómo surge esta historia?

Tuvimos un trabajo para clase que consistía en entrevistar a una persona mayor. El Power Ranger rosa tiene un germen en ‘la historia de vida’ que escribí en 2009 entrevistando a una de mis abuelas. Ahí tuve un momento de shock al darme cuenta de que mi abuela es una persona que tiene muchas vivencias. Algunas de esas vivencias, si se hubieran dado en la actualidad, las podríamos politizar muy fácilmente. En cambio, ella las ha incorporado en su vida como algo que pasó porque tenía que ser así. La novela dialoga entre qué era lo politizable en los 60 y qué es lo politizable en 2020.

Además de todas esas lecciones que nos deja la abuela de la novela y del tema del acoso hacia las personas homosexuales, el libro está atravesado por la precariedad laboral. Por ejemplo, cuando el protagonista celebra poder hacer la compra semanal. ¿Es en este tema donde más vemos al autor?

No es autobiográfica, pero la novela tiene mucho de mi experiencia y de otras de amigos y amigas nacidos en los 90. Está el cliché que dice que toda fotografía es un autorretrato. Quizás todas las novelas son autobiografías. Podría haberme inventado la vida de una persona que llega a la universidad con todo acomodado, le pagan el piso y sólo tiene que preocuparse por estudiar, pero no me habría quedado tan realista porque no tendría ni idea de cuál es esa vida. Históricamente quien se ha dedicado a escribir es quien ha tenido las necesidades cubiertas, eso ya lo dijo Virginia Woolf. La novela tiene solo 120 páginas y probablemente sea producto del tiempo que he podido dedicarle. También es cierto que en la editorial son todo novelas cortas. Es un formato precioso y que cuidan mucho todo.

Hay un momento en el que el protagonista dice que más que “el despertar” de clase prefiere llamarlo “la hostia” de clase. ¿Cuándo tuviste tu hostia de clase?

Tuve mi hostia de clase en bachiller. En aquella época empezaba la gran crisis de 2007, aunque creo que nuestra generación está en crisis desde los 90 o antes. Sabemos todos que hubo una gran recesión y se expulsó a mucha gente del mercado laboral. En ese contexto, desde casa no se pudo asumir al completo el coste de bachiller y empecé a trabajar con 16 años para pagarme los libros. Ahí me di cuenta de qué jodidas están las cosas o qué diferentes pueden ser.

El libro también trata sobre la migración de jóvenes “preparados” y/o con carreras universitarias que dejan primero el pueblo por la ciudad y luego se van fuera de España. ¿Has visto tú esta realidad en tu contexto?

Sí, hay cierta romantización sobre todo en los medios de masas sobre la migración de los cerebros españoles. Es paradójico. Por un lado es un drama, pero luego te dicen lo bien que viven en Londres. La infinita mayoría de amigos y amigas que han tenido que emigrar a Londres, Berlín o donde sea, han migrado a limpiar baños, a hacer de guía turístico o a poner copas. Con un poco de suerte, alguna ha migrado con alguna beca, pero una vez acabada han tenido que volver a limpiar baños. Hay que diferenciar a las personas que emigran porque quieren, ya sea del pueblo a la ciudad o de un país a otro, o dentro de un país; a otras que se ven obligadas a emigrar como es el caso de la abuela del libro que migra por hambre y por persecución política.

Y tú, como persona que se ha criado en un pueblo de la España rural, ¿cómo llevas vivir en Barcelona?

Vivo en Barcelona porque es donde hay trabajo de lo mío, ¿viviría en mi pueblo? Tampoco. Los y las jóvenes nos acabamos yendo de los pueblos, pero porque es un pez que se muerde la cola. Necesito socializar con gente de mi edad, tener ocio y otras cosas que me enriquezcan más allá de ir al trabajo. Si encontrara trabajo en mi pueblo no tendría otra cosa más a la que dedicar mi vida que al trabajo y el resto de ocio tendría que hacerlo a través de una conexión de wifi. Teniendo en cuenta que soy marica, llegar a tener una vida sexual plena también se ve más reducida en un pueblo. Eso no quiere decir que no exista. Si desde un estado urbanitacéntrico no se hubiera fomentado el vaciado rural de la juventud quizás sí que podría tener redes afectivas y compartir aficiones y ocio con personas de mi generación en mi pueblo. Nos vamos de los pueblos porque no hay jóvenes y no hay jóvenes porque nos vamos de los pueblos. Pero, ¿dónde está aquí la responsabilidad estructural cuando es el Estado el que no proporciona servicios básicos a los pueblos?

Muchas veces hay una percepción generalizada que continúa relacionando los pueblos con lugares donde se acepta peor la diferencia. ¿Crees que hay una criminalización injusta hacia los pueblos en estos temas?

Los pueblos del siglo XXI están en el siglo XXI, tienen Internet y llegan los paquetes de Amazon. Y, de la misma forma que llegan los paquetes de Amazon, llega también la LGTBIfobia, que muchas veces se aprende de los medios de comunicación y partidos con sede central en Madrid. Me crié en un pueblo de 140 habitantes, fui a un colegio rural agrupado en un aula de cinco alumnos, pero a mí nunca absolutamente nadie me llamó maricón ni me discriminó por ello, a pesar de que soy un niño que siempre ha tenido mucha pluma. A mí quien me llamaba maricón eran los niños que venían de la ciudad al pueblo a pasar el fin de semana, la Semana Santa o el verano. Esos niños son los que me hicieron descubrir que yo era diferente al resto. Y no era sólo por ser de pueblo, sino que era por cuestión de feminidad o de mi pluma, que estaba mal. La LGTBIfobia que sufrí en la infancia fue importada de la ciudad.

Imagino que esa LGTBIfobia no la has sentido únicamente durante tu infancia.

En la universidad cada sábado me planteaba si la gente nueva a la que conocía le iba a parecer bien que fuera maricón. En el pueblo, como nos conocemos todos, ya sabes a quién le parece bien o mal desde el principio. Al menos puedes limitar el riesgo. En ese sentido es un poco más zona de confort el pueblo. No voy a negar que haya LGTBIfobia en los pueblos, la hay y mucha. Por eso se produce lo que se llama el sexilio, que es migrar a un lugar donde te sientes más cómodo por el anonimato de la ciudad. Buscando piso también te puedes encontrar con esta LGTBIfobia. O a la hora de buscar empleo. Al final, que tu identidad afectivo sexual pueda suponer que no tengas un trabajo, que es lo que te pone el plato en la mesa, es lo que más miedo me ha hecho pasar. Y eso no me ha pasado en el pueblo, me ha pasado en Barcelona, en Santiago de Compostela, y pasa por toda Europa.

Actualmente trabajas coordinando la comunicación de actividades LGTBI en Barcelona. ¿De qué manera crees que puede afectar la irrupción de la extrema derecha?

Llevo cinco años trabajando en este lugar y he de decir que durante los últimos dos ha habido una creciente fiscalización de lo que hacemos. Tanto nosotros, como de lo que hacen muchísimas asociaciones LGTBI, feministas o antirracistas de la ciudad de Barcelona. Hay uno hostigamiento desde el cliché este de que hay ‘chiringuitos’, los mismos que piensan que invertir en la lucha contra los discursos de odio es invertir en un agujero negro por donde se va el dinero público. Te acaba señalando gente que ni sabe calcular una nómina. Aquellos que luego van de abanderados de la clase obrera y no se dan cuenta de que acusan a personal laboral y a sus salarios, que no son excesivamente altos. La extrema derecha, más que preocuparme, me preocupa el juego que le hacen otros partidos copiando su discurso o comiéndole la tarta para evitar que la extrema derecha les quite votos.

Y para terminar, volvemos al libro: ¿Tendrá continuación?

No, soy muy poco fan de las historias con final cerrado. Afortunadamente nuestra vida no tiene un final cerrado ni sabemos cuándo va a acabar. Me dijo mi editor que las novelas no se acaban, se abandonan. Quien se haya encariñado de los personajes como me encariñé yo, se puede imaginar la vida que quiera para ellos y rellenar la elipsis final con sus experiencias. Eso sería maravilloso.

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