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La esencia del cuerpo humano en las manos del dúo de escultores Coderch y Malavia

El dúo de escultores Coderch Malavia junto a su obra.

Laura Julián

València —

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En una gran nave industrial de la avenida Constitución de València se encuentra ubicado el taller de los escultores Joan Coderch y Javier Malavia. Este dúo de artistas, galardonados con el Premio Reina Sofía de Pintura y Escultura en su 52ª edición, trabaja a cuatro manos bajo la idea común de situar el cuerpo humano como centro del arte. Sus esculturas de bronce se han expuesto en galerías de países como Bélgica, Holanda o Francia, entre muchos otros. El pasado mes de febrero presentaron por primera vez en València una de sus piezas en bronce, El gigante de Sal.

Ambos artistas figurativos, Joan Coderch, natural de Barcelona y Javier Malavia, de Gipuzkoa, se afincaron en la ciudad del Turia hace más de treinta años. Fue hace cinco cuando decidieron fusionar su idea del arte para crear este proyecto común que bebe de otras artes, principalmente de la danza, y se inspira en cuerpos humanos.

En su exposición privada, situada en el segundo piso de su taller y que se puede visitar, cuentan con piezas como Hamlet, premio Reina Sofía, Don Tancredo, expuesto en el Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM) de Barcelona o El tejido del tiempo, que consiguió un 2º puesto en el Art Renewal Center (ARC) de Nueva York. Únicamente hay doce copias de cada figura.

“Utilizamos el lenguaje figurativo para expresarnos”, explica Javier Malavia. Para lograr comunicar las emociones y transmitir con sus obras utilizan siempre “la esencia del cuerpo humano” a través de un o una modelo al que previamente han realizado una sesión de fotos y así se inspiran en “los matices adecuados”. “Necesitamos esa parte física”, añade Coderch. Así, tras esas fotografías dibujan un primer boceto, para después jugar con el barro y el agua y dar forma a su escultura, que más tarde se funde en bronce y fuego. En su taller conviven desde las piezas más diminutas hasta otras de gran envergadura.

En su proceso creativo, que definen como “catártico”, priorizan el resultado final de la obra a su ego personal, algo que en ocasiones les han dicho que debe ser muy complicado, pero que ellos ven “muy fácil” gracias a tener un concepto del arte muy parecido y, también, gracias a la amistad y la confianza del uno en el otro. “Nuestras dos cabezas son más importantes que las cuatro manos”, aseguran. Su última línea está inspirada en la mitología griega, en este caso, de las Nereidas.

El arte más allá de los museos

“La gente muchas veces tiene miedo de entrar en recintos o en galerías tan silenciosas, con unas líneas que te indican que no puedes pasar, que no te puedes acercar, que no puedes tocar las piezas... Queríamos romper esa barrera”, cuenta el escultor Javier Malavia. Sobre la experiencia de presentar el Gigante de Sal en València ambos artistas coinciden en el valor de “sacar” las esculturas, y el arte en general, a las calles y así poder “acercarlas” al público general. Esta figura retorcida, inspirada en la danza butoh (un baile japonés muy expresivo), transmite “el dolor colectivo que se siente después de una tragedia y el resurgir después de la misma”, explican sus autores. Una reflexión que conectan directamente con la situación de crisis sanitaria actual.

Esta disciplina artística normalmente está reservada a las salas de un museo o a las colecciones privadas. Por otro lado, las esculturas que habitan las calles suelen ser monumentos históricos, siendo sus principales protagonistas las figuras ecuestres de reyes o generales de guerra. No obstante, este nuevo habitante anónimo de la Marina, luce sus cuatro metros de altura sin tarima. “Queríamos que estuviera a la altura de las personas, no subirla en un pedestal”, concluye este dúo de artistas que deja una última indicación: “Nuestras esculturas se pueden tocar”.

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